Jim

Éramos cinco: yo y otros cuatro hombres con el equipo completo. Ropa negra, chalecos antibalas, gorras que ocultaban los ojos y zapatos con unas suelas lo bastante gruesas para hacer daño de verdad. Todos mis hombres iban armados. Todos llevábamos auriculares para mantener el contacto por radio. Yo dirigía el grupo.

Eran las 5:00 horas. Estaba oscuro. El silencio de la madrugada cubría el barrio como una manta.

Aparcamos en silencio a la vuelta de la esquina, apagando los motores lo más rápido posible, y cuando salimos no hablamos, nos comunicamos solo con gestos. Tres nos quedamos en la entrada del garaje, entre las sombras y donde nadie podía vernos, y esperamos en silencio mientras ordenaba que dos dieran la vuelta a la casa.

No queríamos que nadie se escapara por la puerta de atrás.

Las farolas revelaron que la casita de una planta estaba en malas condiciones, lo que contrastaba con las casas de alrededor, que estaban inmaculadas con el césped del jardín de delante perfectamente cortado, elementos divisorios muy cuidados y unos arbustos tan bien podados que parecían brillantes trofeos de barrio de las afueras.

Los arriates de nuestra casa estaban abandonados y el césped lleno de barro y sin atender, pero la puerta de hierro que había a un lado de la casa estaba pintada con una brillante capa negra y el cerrojo no chirrió cuando mis dos agentes lo abrieron y cruzaron la puerta sigilosamente.

Supuse que el deterioro era reciente.

Había un solo garaje a un lado de la casa; tenía la puerta cerrada y en buen estado y la entrada había sido reacondicionada no hacía mucho. No había gravilla que pudiera crujir y delatarnos. Tampoco había vehículo ante el garaje, ni cortinas corridas en la parte delantera, ni luces en la casa, y en ese momento recé para que el lugar no estuviera vacío.

A mi señal, dos de los hombres se acercaron a la puerta principal y se quedaron uno a cada lado y a cubierto para que no se les viera a través del cristal esmerilado de la puerta hasta que llegara el momento de mostrarse.

Había una luz de seguridad sobre sus cabezas, pero no se encendió. Llevaban un ariete, un cilindro metálico negro, para poder echar abajo la puerta si era necesario.

No me miraron. Estaban concentrados en la puerta, esperando oír mi orden por los auriculares. «Adelante», susurré en la radio. Sabía que la orden llegaría alta y clara y ellos no dudaron ni un momento. Llamaron al timbre, aporrearon la puerta y gritaron por la abertura del buzón: «¡Policía, abran la puerta! ¡Policía!».

El ruido hizo añicos la calma que precedía al amanecer.

Cuando se encendió la luz del vestíbulo de la casa, las otras casas de alrededor ya estaban iluminadas como árboles de Navidad y estábamos a punto de tirar la puerta.

La abrió una mujer, solo unos centímetros al principio, mirando por la estrecha abertura con cautela. Parecía que la hubiéramos sacado de la cama. Llevaba pantalones de chándal, zuecos de goma y una chaquetilla de enfermera. Mis hombres la apartaron para entrar. Yo entré detrás.

—¿Dónde está? —pregunté.

Señaló al final del pasillo que tenía enfrente. Uno de mis hombres ya estaba allí; el otro había ido a examinar las habitaciones de delante. Corrí por el pasillo, pero antes de recorrer esos pocos metros supe que todo había salido mal cuando uno de ellos dijo con voz decaída: «Aquí, jefe». Estaba de pie en un umbral a poca distancia de mí y su lenguaje corporal era relajado, sin señal alguna ya de adrenalina. No había ninguna amenaza.

Pasé a su lado apresuradamente y me dijo: «No va a ir a ninguna parte».

En medio de la habitación había una cama de hospital. En la cama estaba tumbado un hombre con los ojos desorbitados por el miedo. Se cubría con una sábana blanca que se había subido hasta el cuello y estrujaba fuertemente la tela. Tenía una pulsera de hospital en la muñeca. La única señal de su relativa juventud era su pelo, todavía castaño. Tenía la piel de la cara gris y pegada a los huesos y el único color que se le veía era el rojo encendido de las mejillas, provocado por la fiebre o la morfina. Estaba enganchado a una bomba. Una mascarilla de oxígeno le cubría media cara, con la goma hundiéndose en sus mejillas, y una bolsa de orina naranja oscuro colgaba junto a la cama.

Al lado de la cama había un sofá, una mesita con libros y un portátil, una cómoda en una esquina sobre la que estaba el mando de la tele y una bandeja de cartón para recoger el vómito. Junto a la puerta esperaba una silla de ruedas.

La enfermera apareció a mi lado.

—Se está muriendo —dijo.

Tenía cicatrices tribales en la cara, dos líneas bastas y cicatrizadas en cada mejilla, y sus ojos me transmitieron que ya había visto la muerte antes.

Me volví hacia mi hombre.

—Registra el garaje —ordené, pero ya sabía que allí no iban a encontrar ni rastro de Ben Finch.

Encuéntrame
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
notautora.xhtml
citas.xhtml
prologo.xhtml
Rachel_01.xhtml
Jim_01.xhtml
informe.xhtml
dia_1.xhtml
Rachel_02.xhtml
Jim_02.xhtml
dia_2.xhtml
Rachel_03.xhtml
Jim_03.xhtml
Rachel_04.xhtml
Jim_04.xhtml
Rachel_05.xhtml
Jim_05.xhtml
pag_web_01.xhtml
Rachel_06.xhtml
Jim_06.xhtml
dia_3.xhtml
pag_web_02.xhtml
Rachel_07.xhtml
Jim_07.xhtml
Rachel_08.xhtml
Jim_08.xhtml
Rachel_09.xhtml
Jim_09.xhtml
dia_4.xhtml
email_01.xhtml
titulares.xhtml
Rachel_10.xhtml
pag_web_03.xhtml
Jim_10.xhtml
Rachel_11.xhtml
Jim_11.xhtml
Rachel_12.xhtml
Jim_12.xhtml
Rachel_13.xhtml
Jim_13.xhtml
Rachel_14.xhtml
Jim_14.xhtml
dia_5.xhtml
pag_web_04.xhtml
Rachel_15.xhtml
Jim_15.xhtml
Rachel_16.xhtml
Jim_16.xhtml
Rachel_17.xhtml
Jim_17.xhtml
dia_6.xhtml
pag_web_05.xhtml
Rachel_18.xhtml
Jim_18.xhtml
Rachel_19.xhtml
Jim_19.xhtml
Rachel_20.xhtml
Jim_20.xhtml
Rachel_21.xhtml
Jim_21.xhtml
dia_7.xhtml
pag_web_06.xhtml
Rachel_22.xhtml
Jim_22.xhtml
Rachel_23.xhtml
Jim_23.xhtml
Rachel_24.xhtml
Jim_24.xhtml
Rachel_25.xhtml
Jim_25.xhtml
Rachel_26.xhtml
Jim_26.xhtml
dia_8.xhtml
email_02.xhtml
Rachel_27.xhtml
Jim_27.xhtml
Rachel_28.xhtml
Jim_28.xhtml
Rachel_29.xhtml
Jim_29.xhtml
Rachel_30.xhtml
Jim_30.xhtml
dia_9.xhtml
Rachel_31.xhtml
Jim_31.xhtml
Rachel_32.xhtml
Jim_32.xhtml
Rachel_33.xhtml
Jim_33.xhtml
Rachel_34.xhtml
trancrip_01.xhtml
Jim_34.xhtml
Rachel_35.xhtml
transcrip_02.xhtml
Jim_35.xhtml
registro_pruebas.xhtml
pag_web_07.xhtml
Rachel_36.xhtml
Jim_36.xhtml
Rachel_37.xhtml
epilogo.xhtml
pag_web_08.xhtml
Rachel_38.xhtml
Jim_37.xhtml
Rachel_39.xhtml
gracias.xhtml
biblio.xhtml