Jim
Estaba bastante contento con cómo había ido la entrevista con Rachel Jenner, pero me había desconcertado un poco que me cogiera la mano y me la agarrara como si no la fuera a soltar nunca más. Es mejor dejar al margen esas cosas. Cuando trabajas en un caso, siempre eres muy consciente de que las víctimas son personas reales, pero es importante mantener la distancia hasta cierto punto. Si vives con ellas todas sus emociones, no puedes hacer tu trabajo. Durante un momento Rachel Jenner había hecho peligrar esa convicción que yo tenía.
Examiné cuidadosamente la foto que me había dado. Era una de esas fotos escolares que tiene todo el mundo, tomada delante de un fondo veteado. Ben parecía un niño muy bueno: ojos azules muy claros y brillantes. Bonitos rasgos. Tenía el pelo castaño claro con reflejos rubios y media sonrisa. Miraba directamente a la cámara. Ben Finch era un niño muy guapo, sin duda, y me alegré por ello, porque sabía que eso podía ayudar.
Le llevé la foto al equipo.
—¿Cómo está la madre? —me preguntó Fraser.
Rachel Jenner había sido, comprensiblemente, un manojo de nervios durante el interrogatorio: no paraba de mover los ojos, se asustaba ante cualquier sombra y hablaba rápido. Era claramente una mujer inteligente, pero estaba muy afectada.
—En shock —respondí—. Aunque un poco a la defensiva.
—¿A la defensiva? —Fraser me miró por encima de sus gafas.
—Es la sensación que me ha dado.
—Está bien. No perdemos nada por echarle un ojo. Habla con Emma para ver qué impresión tiene ella. Voy a ir a presentarme dentro de un momento y hemos convocado a la prensa a mediodía para hacer un llamamiento. ¿Te parece bien ir a hablar con el padre ahora? —Asentí—. Pues en marcha.
Me encontré con Emma en el pasillo. Era la primera oportunidad de hablar que teníamos.
—Buen trabajo —dijo.
—Gracias.
Nos apartamos a un lado para dejar pasar a alguien. La mano de Emma rozó la mía discretamente y se quedó ahí un momento.
—¿Le has pedido tú a Fraser que me escogiera como enlace? —preguntó.
—Tal vez.
—Gracias.
Me apretó brevemente la mano y la soltó a la vez que se separaba un poco para dejar una distancia más respetable entre los dos.
—¿Qué te parece la madre? —pregunté yo—. Le acabo de decir a Fraser que la he visto un poco a la defensiva.
—Estoy de acuerdo, pero creo que es comprensible. He notado que le costaba hablar de su vida privada, pero no creo que quisiera ponernos escollos.
—No, yo tampoco lo creo.
—Está desconsolada. Y se siente culpable porque le dejó ir solo.
—Eso no es un crimen.
—Claro que no, pero se va a machacar con eso toda la vida, ¿no crees?
—A menos que lo encontremos rápido.
—Incluso aunque lo encontremos lo más rápido posible, diría yo.
—¿Crees que es culpable de alguna otra cosa?
Emma lo pensó, pero negó con la cabeza.
—Mi instinto me dice que no. Pero no podría jurarlo al cien por cien.
—Vigílala de cerca. Informes detallados de todo lo que observes, por favor.
—Por supuesto.
—Tengo que irme. Voy a hablar con el padre.
—Buena suerte. —Se volvió para irse.
—¡Emma!
—¿Qué?
—Lo vas a hacer lo mejor que puedas, ¿verdad? Este es un caso de los grandes. Tenemos que tener un tacto especial.
—Claro que sí.
No se mostró abiertamente dolida, no era su estilo, pero algo en su expresión me hizo lamentar inmediatamente lo que había dicho. Ella era una persona con la inteligencia emocional muy desarrollada y había sido un error por mi parte demostrar incluso la más mínima duda en cuanto a sus capacidades. Estaba demasiado metido en el caso para darme cuenta de que debía haber medido mis palabras con ella; tuve ganas de darme una buena patada por aquello.
—Perdona. Lo siento. Eso estaba fuera de lugar. No quería decir eso. Es que… este es uno de los grandes de verdad.
—No pasa nada, y estoy totalmente centrada, no te preocupes.
Mostró una gran sonrisa que lo arregló todo y sus dedos volvieron a tocar los míos un instante.
—Buena suerte con el padre —añadió, y la vi cruzar el pasillo con paso decidido antes de ir a hablar con el padre de Benedict Finch.
John Finch no paraba de caminar arriba y abajo por la pequeña sala de interrogatorios en la que lo habíamos dejado. Parecía demacrado y en shock, como la madre, pero también irradiaba una sensación inherente de autoridad. Supuse que en su vida normal era un hombre más acostumbrado a estar a cargo de todo que a ser víctima.
—Inspector Jim Clemo —me presenté—. Siento mucho lo de Ben.
—John Finch.
Su apretón de manos fue rápido, y sus dedos largos me agarraron con firmeza.
En la sala había una mesa pequeña con dos sillas a cada lado. El inspector Woodley y yo nos sentamos a un lado y Finch al otro.
Seguí el mismo procedimiento que con la madre de Ben y empecé por la fecha de nacimiento, la infancia, etc. Algo de lo que la gente no se da cuenta es de que una de las primeras cosas que tenemos que hacer es probar que son quienes dicen ser y que el delito que denuncian realmente se ha cometido. Sería una estupidez ponerse a investigar y que después resultara que las personas implicadas en realidad no existían y que nos habían estado mintiendo desde el principio. La prensa y el público se nos comerían vivos sin pensarlo ante una muestra como esa de estupidez policial.
Finch respondió a mis preguntas de forma parca y con tono apagado.
—Me temo que tenemos que invertir algo de tiempo en cosas que pueden parecerle detalles irrelevantes —comenté. Sentí la necesidad de disculparme, de intentar hacerle la situación algo más fácil a aquel hombre que era claramente tan sensible pero intentaba por todos los medios ocultarlo—. Pero esto es esencial para hacernos una imagen, no solo de Ben, sino también de su familia.
—Conozco el valor de la historia personal —respondió—. En medicina le damos gran importancia.
La historia de John Finch era bastante sencilla. Nacido en 1976 en Birmingham, hijo único. Su padre era oriundo de allí, médico de cabecera, y su madre, violinista. Los padres de ella habían escapado de la Viena ocupada por los nazis cuando la madre estaba embarazada y se establecieron en Birmingham. Finch estuvo unido a sus padres y a sus abuelos durante su infancia. Consiguió una beca para estudiar la secundaria. Destacó y consiguió plaza en la Facultad de Medicina de la Universidad de Bristol. Había llegado a Bristol para empezar su carrera veinte años atrás, en 1992, y había vivido allí desde entonces. Ascendió a fuerza de trabajo y le había ido bien. Prueba de ello era su puesto actual como especialista en el Hospital Infantil. Era cirujano general. Yo conocía lo suficiente el mundo de la medicina como para saber que ese tenía que ser un puesto muy codiciado en un mundo competitivo.
La compostura de Finch empezó a resquebrajarse cuando quise que me diera detalles sobre la madre de Ben y la razón por la que terminó su matrimonio.
—Mi matrimonio terminó porque Rachel y yo ya no estábamos hechos el uno para el otro.
Una tensión perceptible en su cuerpo y unas palabras que habían salido con cierta dificultad, como si se le hubiera secado la boca de repente.
—Creo haber entendido que la ruptura fue una sorpresa para Rachel.
—Posiblemente.
—¿Y hubo terceras personas?
—Me he vuelto a casar, sí.
—¿Podría darme una idea de por qué usted y Rachel ya no estaban hechos el uno para el otro?
Una gota de sudor apareció en el nacimiento de su pelo.
—Esas cosas no siempre duran, inspector. Hay un millar de pequeñas razones que se van acumulando hasta que el matrimonio se hace insostenible.
—¿Incluyendo una novia más joven?
—Por favor, no reduzca todo esto a un tópico.
No respondí. Esperé a ver si, igual que había surgido esa gota de sudor, salía de él algo más de información. Es sorprendente lo bien que funciona. La gente tiene una necesidad casi compulsiva de justificarse. Hice como que revisaba unas notas, y justo cuando pensé que no iba a ceder, lo hizo.
—Mi matrimonio no funcionaba a nivel emocional. Nosotros no… —Estaba escogiendo las palabras con sumo cuidado—. No nos comunicábamos.
—Ocurre a veces —aporté.
—Me sentía solo.
Sus ojos se apartaron de los míos, pero cuando nuestras miradas volvieron a encontrarse, vi un destello de alguna emoción en ellos, aunque costaba saber qué era exactamente. John Finch era sin duda un hombre orgulloso, y no estaba acostumbrado a compartir los detalles personales de su vida.
—¿Rachel es una buena madre con Ben? —le pregunté.
Quería cogerle con la guardia baja. La respuesta le salió automáticamente, no necesitó pensarlo.
—Es una madre excelente. Quiere mucho a Ben.
Volví a centrar el cuestionario en los detalles prácticos. Le pregunté qué hicieron él y su mujer el domingo por la tarde entre las 13:00 y las 17:30. Me dijo que estuvieron juntos en casa, él trabajando y ella leyendo, y después se pusieron a preparar la cena. A las 17:30 recibió la llamada de la agente Banks para informarle de que Ben había desaparecido y entonces cogió el coche y fue directo al bosque.
—¿Hizo alguna llamada o envió algún email en ese intervalo de tiempo?
Negó con la cabeza.
—Estuve poniéndome al día con el papeleo.
—Le he preguntado a la señora Jenner si nos daba permiso para revisar sus registros telefónicos y ha accedido. ¿Accedería usted también?
—Sí —respondió—. Lo que sea necesario.
—Una cosa más.
—¿Sí?
—¿Ha tenido en el trabajo algún incidente con pacientes o familiares? ¿Es posible que alguien le guarde algún rencor?
No respondió inmediatamente, reflexionó un momento.
—Es inevitable que se produzcan resultados indeseados en ocasiones y algunas familias no se lo tomen bien. Me han demandado un par de veces, pero eso es normal en mi trabajo. El hospital podrá proporcionarle todos los detalles.
—¿Recuerda los casos?
—Recuerdo los nombres de los niños, pero no los de sus padres. Intento no apegarme demasiado. Uno aprende a no pensar demasiado en los fracasos, inspector. La muerte de un niño es algo terrible, incluso aunque no haya sido responsabilidad tuya porque tú has hecho todo lo que has podido por él.
A pesar de su fatiga, la mirada que me dedicó fue directa, y sentí como si sus palabras encerraran algún tipo de advertencia.
Fui hasta el bosque después de las entrevistas. Quería ver la escena con mis propios ojos. Cogí un coche de la comisaría. El viaje me dio la oportunidad de salir un poco de la ciudad y pensar en las respuestas recibidas, ordenar mis pensamientos. Mi impresión era que los padres eran dos personas reservadas, aunque posiblemente John Finch era más complicado que Rachel y sin duda más orgulloso. Ambos eran inteligentes, se expresaban bien y tenían un perfil clásico de clase media. Eso no significaba que estuvieran siendo del todo sinceros. No debíamos olvidar eso.
En términos forenses, las diferentes escenas del bosque eran un desastre. La combinación del mal tiempo y de la gran cantidad de personas, animales y vehículos había convertido en un barrizal los caminos y sobre todo la zona del aparcamiento. Fui caminando hasta el columpio de cuerda donde se suponía que había desaparecido Ben y sentí haberme olvidado de traer botas de goma. Era un lugar húmedo y rodeado de árboles. Me dio una sensación siniestra y escalofriante, como esas que se describen a veces en los cuentos de hadas, y en cierta forma me resultó más perturbador que algunas de las escenas del crimen más repugnantes en las que había estado.
Hablé con los investigadores de la escena del crimen. Tipos agradables, alegremente pesimistas sobre la posibilidad de encontrar algo que pudiera ser útil para la investigación.
—Si le soy sincero, no pinta bien —dijo uno pasando por encima de la cinta que marcaba la zona. Era de color amarillo fuerte y colgaba lánguida cerrando el camino que llevaba al columpio. Se quitó un guante de látex para poder estrecharme la mano—. Las condiciones son atroces. Pero si hay algo que encontrar, lo encontraremos.
Le di mi tarjeta.
—¿Me…?
El hombre me interrumpió.
—¿Le llamaré si encuentro algo? No lo dude.
Tuvimos nuestra primera reunión de equipo con Fraser a las 16:00 en Kenneth Steele House. El equipo completo se reunió alrededor de la mesa, todos listos para trabajar, tensos y serios, intentando no pensar en los derroteros que podía tomar el caso. El de un niño desaparecido es el tipo de caso por el que se hace este trabajo. Nadie quiere que un niño sufra ningún daño. Se podía ver en todas las caras de los allí reunidos.
—Lo primero es lo primero —dijo la inspectora jefe Fraser—. El nombre en clave de este caso es Operación Huckleberry. Buscamos a dos personas: a Ben Finch, de ocho años, y a la persona que se lo llevó. Pueden estar juntos o en lugares diferentes. El secuestrador puede ser un miembro de su familia, un conocido o un completo extraño. Tal vez esté escondido en algún lugar con Ben o quizás lleve una vida superficialmente normal y solo vaya a ver a Ben ocasionalmente. Puede que ya le haya hecho daño o incluso asesinado. Necesitamos tener la mente abierta.
Miró alrededor de la mesa. La atención de todo el mundo estaba fija en ella.
—La experiencia está de nuestro lado —continuó—. Tengo confianza en que este equipo representa la excelencia, y eso es lo que espero de ustedes. El tiempo, sin embargo, no está de nuestro lado. Han pasado veinticuatro horas desde que desapareció Ben Finch. La prioridad es confirmar la historia de la madre y hablar con toda la gente que dice que vio en el bosque ese día.
Hizo una pausa para asegurarse de que lo estábamos absorbiendo bien todo.
—Personalmente creo que debemos poner especial interés en los miembros del grupo de recreación fantástica que estaban en el bosque esa tarde, porque sospecho que entre ellos habrá por lo menos un par de niños de mamá que blanden espadas el fin de semana para compensar que son unos mierdas tristes y llenos de granos incapaces de llevar una vida de verdad durante el resto de la semana.
»Lo que me lleva a otro asunto. Creo que vamos a necesitar toda la ayuda que podamos conseguir para este asunto. El número de acciones que ya tenemos previstas es sobrecogedor, y seguro que la cosa empeora en vez de mejorar. He pedido más efectivos y he presionado al comisario hasta que ha accedido a financiar los servicios de un psicólogo forense, al menos a corto plazo, para ayudarnos a definir posibles sospechosos primarios. Se trata del doctor Christopher Fellowes. Trabaja en la Universidad de Cambridge, así que tiene que dar clases y no lo vamos a tener aquí en persona a menos que encontremos una razón muy buena para traerle, pero estará disponible para aconsejarnos desde allí.
Lo conocía. Trabajamos con él cuando estuve en Devon y Cornualles. Era bueno en su trabajo, cuando estaba sobrio.
—Iba a poner a mamá y a papá delante de las cámaras esta noche, pero creo que lo dejaremos para primera hora de mañana. He hecho que emitan por televisión un breve llamamiento para recabar información al que acompañará la fotografía de Ben, y eso será suficiente por ahora. Ya he recibido informes preliminares de la mayoría de vosotros, pero si hay algo nuevo que queráis añadir, hacedlo ahora.
Uno de los inspectores levantó la mano.
—No estamos en el colegio. Baje esa mano.
—Perdón. Es que creo que tenemos un posible sospechoso. Hemos localizado a todos los de la lista de delincuentes sexuales conocidos, excepto a uno.
—¿Quién nos falta?
—Se llama David Callow. Treinta y un años. Cumplió condena por abusar de sus hermanastras y publicar fotos de los abusos. Su agente de la condicional lleva quince días sin saber nada de él.
—Que se convierta en prioridad. Quiero saber quién fue la última persona que le vio y cuándo. Hablen con familia, vecinos y amigos, si tiene alguno. Averigüen qué ha estado haciendo. ¿Algo más?
Nadie dijo nada.
—Bien. Hay mucho que hacer, así que manos a la obra. Cualquier pista, inquietud o preocupación, hablen conmigo. Quiero saberlo todo. Sin excepciones.