Jim

La expresión de Nicky Forbes era complicada: orgullosa y desafiante, pero con un atisbo de algo más que a mí me parece rendición. Estábamos cerca de conseguir un avance decisivo, lo sabía, pero entonces sonó el teléfono de Woodley.

Tenía el tono de llamada más estúpido e inmaduro del mundo: la sintonía de La guerra de las galaxias tenía que ser precisamente. Y en un instante el momento se hizo añicos.

Woodley se moría de vergüenza. Yo estaba furioso.

Nicky Forbes se rio.

—Son unos incompetentes, joder —dijo.

Sentí que un dolor agudo en las sienes cuando Woodley, en vez de apagar el teléfono, lo sacó del bolsillo y lo miró.

Ella no estaba tan cerca de rendirse como yo creía. Era combativa. Pero no había problema. Sabía que podría trabajar con eso, pero Woodley no tuvo la delicadeza de callarse:

—Es Fraser. Será mejor que lo coja.

Nicky Forbes nos observaba sin perderse ni un detalle. Yo necesitaba desesperadamente que no recuperara el control de la situación. La técnica Reid depende de que el agente mantenga el control del proceso y vaya pasando de una fase del interrogatorio a la siguiente. Puede ser un proceso largo y solo acabábamos de empezar. Cuando Woodley salió de la habitación, intenté recuperar el control.

—Hablemos de lo que estuvo haciendo el domingo veintiuno de octubre.

—No —respondió—. Hablemos de por qué están aquí perdiendo el tiempo y acosándome cuando deberían estar buscando a Ben. ¿Dónde está Ben, inspector Clemo? ¿Dónde está? Ya tienen a alguien arrestado y usted está aquí, intentando ir a por mí. ¡No sabe nada de mí! ¡Nada! ¿Se puede denunciar a la policía por perder el tiempo? ¿Se puede? Porque eso es lo que están haciendo. Mi familia lo es todo para mí, todo. Y en este momento concreto no puedo con todo, pero eso no es asunto de nadie nada más que mío y de mi marido. No es un delito tomarse un tiempo, así que deje de tratarme como si fuera una especie de monstruo. Mi vida ha sido difícil y la he ido llevando lo mejor posible. ¿Quiero un hijo? ¡SÍ! ¿Quiero que vuelva Charlie? ¡SÍ! ¿Mi familia me parece demasiado a veces? ¡SÍ! ¿Me llevé a Ben? ¡NO, NO LO HICE! ¿Soy un monstruo? ¡NO, NO LO SOY! ¿Quiero a mi marido, a mis hijas, a mi hermana y a mi sobrino? ¡SÍ! ¿Ya está? ¿He respondido a todas sus preguntas?

Fue su forma de decirlo, estrellando la mano contra la mesa cada vez que respondía, como si su propia existencia dependiera de que yo entendiera todo eso.

Ante esas palabras y su certidumbre, simplemente sentí que todo se me escapaba entre los dedos: el interrogatorio y el caso que quería montar contra ella.

Aparté la silla y me abrí el cuello de la camisa.

Al otro lado de la puerta de la cocina la niebla seguía siendo espesa y era imposible distinguir más que unos pocos metros del jardín.

«Contrólate —me dije—. Vuelve a tu papel, domina los nervios, puedes hacerlo», pero entonces Woodley reapareció y cuando vi la expresión de su cara supe que tendría mucha suerte si lograba salir de todo eso con una pizca de dignidad.

Me enseñó el teléfono como si hubiera algo escrito en él que yo tuviera que leer.

—Tenemos que irnos —afirmó.

Su tono me dejó claro que no era negociable.

—Gracias por su tiempo —logré decirle a Nicky, y la silla arrastró por el suelo cuando me levanté.

En mi cabeza solo había sonido de estática. Tenía tamaño y forma y crecía como si alguien lo estuviera inflando con una bomba.

—Váyase de aquí —murmuró como si nunca hubiera visto una criatura más repugnante que yo.

Fuera, cuando llegamos junto al coche, Woodley dijo:

—Han encontrado a un niño. En el bosque. Y el sitio en el que le tenían retenido.

—Woodley… —dije, pero no supe qué más decir.

Vomité sobre los tallos llenos de espinas de uno de los rosales bien podados de Nicky Forbes. Bilis y trozos de algo indefinible se esparcieron por su base, dejando un patrón que no se podía confundir con nada que no fuera el contenido caliente del estómago de alguien.

Me limpié la boca, me erguí y sentí un dolor por todo el abdomen.

—Conduzco yo —dije, y Woodley me dio las llaves.

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