Rachel

Zhang llegó cuando Nicky y Laura ya habían vuelto, con los nudillos enrojecidos e hinchados de tanto frotar.

Había venido para contarnos con mucho tacto las novedades: las pruebas que le habían hecho los forenses a la ropa de Ben no habían dado ningún resultado. Significaba que no podían conseguir ninguna pista de la ropa, pero seguían teniendo abiertas «varias vías de investigación interesantes», nos dijo.

—¿Cuáles? —preguntó Laura.

—Me temo que no puedo decirles más que eso —contestó Zhang. Me cogió la mano—. Pero tiene que saber que estamos haciendo todo lo que podemos. No pierda la esperanza.

Después miró a Laura.

—Me he enterado hoy de que es periodista.

—Sí. —Laura no se sintió intimidada y la miró a los ojos, pero empezó a retorcer una pulsera que llevaba en la muñeca, una tira de seda negra que tenía una pequeña rosa de jade—. ¿Por qué lo menciona?

—Me preguntaba si todo esto le está poniendo en una posición difícil a nivel profesional. Me refiero a estar aquí, en el centro de todo.

—Escribo para revistas de cotilleo —aclaró Laura—. Crónicas de quién fue al lanzamiento del nuevo pintalabios de Harvey Nichols y esas cosas. Es un mundo totalmente diferente.

—Ah —dijo Zhang. Hizo una pausa antes de preguntar—: ¿Y le dan muchas muestras gratuitas?

La tensión de la habitación se disolvió parcialmente y Laura se relajó.

—Esa es una de las cosas buenas, sin duda. Aunque a veces me pregunto qué voy a hacer con seis botes de esmalte de uñas negro.

—Regálaselos a mis hijas —intervino Nicky—. Parece encantarles cualquier cosa que implique un mal gusto increíble.

Después de ese comentario, se hizo un silencio incómodo. Zhang empezó a excusarse diciendo que quería ver el callejón, pero Nicky insistió en que se tomara una taza de té. Estaba desesperada por compartir los planes que había estado urdiendo.

—Si no le encontramos antes de la semana que viene —comenzó—, creo que deberíamos hacer una vigilia. Es lo que hacen en Estados Unidos. Es para que el público no se olvide.

Desesperada por no dejar piedra sin levantar, Nicky se había puesto en contacto por email con alguien en Estados Unidos que trabajaba en el portal sobre menores desaparecidos Missing Kids y le había pedido consejo sobre qué podíamos hacer.

Zhang le dio un sorbo al té. Su taza era una de las que Ben había decorado en uno de esos talleres de alfarería para niños cuando era muy pequeño. Estaba cubierta de manchas azules de diferentes tonos porque se suponía que era una escena marítima. Estaba muy orgulloso de ella cuando la hizo, aunque ahora que era un poco más mayor le daba vergüenza. «Es una cosa de bebés», dijo la última vez que la usé delante de él. «Pues no la voy a tirar, Ben —le respondí—. Me encanta».

—Pueden hacer lo que crean mejor, por supuesto, pero yo tendría mucho cuidado con el tema de la vigilia —aconsejó Zhang—. La prensa se rige por sus propias reglas. No se sabe cómo va a reaccionar y hay que tener cuidado para no comprometer la investigación.

—Lo que sería muy útil —continuó Nicky— es que tuviéramos una reunión de verdad con la policía, con ustedes, para tratar entre todos algunas de estas cosas, acordar el curso de acción adecuado. No queremos hacer nada que afecte a la investigación, pero tiene que haber algo que podamos hacer para ayudar.

—Preguntaré —aseguró Zhang—. Les prometo que lo preguntaré. Pero tengo que advertirles que todo el mundo está trabajando muchísimas horas en la investigación, así que no se creen demasiadas expectativas. Creo que por ahora será mejor que sigan haciendo llegar sus preguntas a través de mí.

Antes de irse, salió por detrás para ver dónde habían hecho el grafiti. Se quedó de pie bajo la luz de seguridad de mi vecino y examinó la valla recién limpiada, donde las palabras ya no estaban pero quedaba una sombra naranja desvaída. Me llamó la atención lo prudente que se la veía. Al margen de su amabilidad, se notaba en ella una cierta reserva y una economía en sus palabras y en su forma de vestir que me impresionaban y a la vez me intimidaban un poco.

—Voy a echar un vistazo por el callejón antes de irme —me dijo cuando me acerqué a la puerta—. Hablaremos mañana.

El callejón estaba oscuro. Oímos un ruido tras la valla cuando algo se escondió. Más allá, el viento hacía que la puerta trasera de alguien crujiera y diera golpes.

—Vuelva adentro —me pidió—. Para que esté segura.

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