Jim
En la sala de investigaciones las persianas del despacho de Fraser estaban cerradas, pero pude distinguir entre las lamas la silueta de Emma y la de Fraser. Puede que nadie más se diera cuenta, pero para mí su lenguaje corporal estaba clarísimo: Emma había confesado.
Pensaba que me iba a sentir aliviado, pero en vez de eso fue como la gota que colmó el vaso y no pude seguir allí mirando.
Me fui al bar y me parapeté en un rincón para intentar escribir el informe del asalto de la mañana con una taza de café que no hacía honor a su nombre, pero mi mente estaba atascada, no podía dejar de pensar en todo aquello y me era imposible concentrarme porque todos los policías cotillas que pasaban por mi lado me preguntaban cómo iba el caso.
Me fui al baño, me encerré en un cubículo e intenté recuperar el control.
Y ahí me quedé un buen rato, sentado en la taza de un váter con la tapa cerrada, la cabeza apoyada en la mampara de separación y los ojos cerrados, respirando por la boca e intentando recomponerme. No sé cuánto tiempo estuve allí, pero en algún momento alguien entró y lo vergonzoso de mi situación me hizo ponerme en pie de nuevo y salir.
Quien había entrado era Mark Bennett, que se estaba abriendo la bragueta junto a un urinario. Estaba acelerado y tenía las mejillas enrojecidas por la emoción.
—Ha saltado la liebre —dijo salpicando orina por todas partes, aunque no pareció importarle lo más mínimo—. Algo se mueve. Los padres de Benedict Finch han estado en recepción y la madre ha montado una escena tremenda. Han traído un cuaderno del colegio de Ben que querían que viéramos. Han preguntado por ti y por Zhang, pero a ti no te encontrábamos y Zhang está encerrada con Fraser, que ha dado orden de que «no las molesten». ¿Dónde coño estabas? ¿Te ha entrado cagalera o algo?
Intenté responder, pero él continuó.
—Así que he tenido que bajar yo a por el cuaderno y a calmar a la madre, pero eso no es todo. He llevado el cuaderno directamente al despacho de Fraser pensando que, como era una potencial nueva prueba, merecía la pena molestarla con algo así, pero allí dentro con ella y Zhang están los de Asuntos Internos. Le he dado el cuaderno, pero me he ganado un bufido por interrumpir. Está claro que está pasando algo gordo.
Me lavé las manos para guardar las apariencias y él vino al lavabo que había al lado y después me siguió de vuelta a la sala, como un latoso hermano menor, sin dejar de hacer especulaciones absurdas que me obligaron a apretar la mandíbula con todas mis fuerzas.
Justo cuando entramos en la sala la puerta del despacho de Fraser se abrió en el otro extremo y Emma salió flanqueada por dos hombres. Fraser estaba detrás, pero cerró la puerta antes de que pudiera interpretar su expresión. Reconocí a uno de los hombres: Bryan Doughty, uno de los tíos más importantes de Asuntos Internos. Bennett y yo nos apartamos cuando se acercaron.
—Clemo —saludó al pasar.
—Señor —respondí.
Ese tío era un tiburón, intelectual y físicamente, y no se lo pensaba dos veces a la hora de darle un buen mordisco a cualquiera. Perfecto para su trabajo. No redujeron el paso. Emma tenía la mirada fija en algún punto delante de sí y cerca del suelo.
Aunque era sábado, unas quince personas estaban allí y la vieron cruzar toda la sala. Su cuerpo, ya de por sí menudo, se veía empequeñecido por la corpulencia de los hombres que la acompañaban. Cuando salieron y desaparecieron de la vista, me di cuenta de que había estado todo ese tiempo mordiéndome la parte interior de la mejilla hasta hacerme sangre.
—Vaya, vaya —dijo Bennett—, creo que ha sido una niña mala. Mala, mala, mala. Y seguro que Doughty no estará contento porque le hayan llamado en fin de semana.
Estaba encantado: ver cómo la carrera de otro terminaba en un siniestro total estaba reafirmando su autoestima.
—Hazme un favor y guárdate tu puta opinión —contesté.
—¿Pero qué mosca te ha picado? Cualquiera diría que pretendías quitarle las bragas.
Muy valientes palabras, pero como consecuencia de ellas se vio obligado a limpiarse la cara con expresión ofendida después de que le escupiera.
Me alejé, porque no sé qué le habría hecho si no. Llamé a la puerta de Fraser.
—¿Qué está pasando? —pregunté.
Intenté mantener la expresión impasible y me metí las manos en los bolsillos para que no viera que me temblaban.
La expresión de Fraser era lúgubre, tenía los ojos inyectados en sangre y se le veía la palidez que todos lucíamos tras estar varios días inmersos en un caso, cuando la piel te cuelga y en los hombros ya no se pueden formar más nudos de tensión.
—Siéntate —dijo—. Hemos encontrado la filtración.
—¿Emma?
—Sí, siento decir que era ella.
—Joder —exclamé—. No la tenía por una Judas.
La mentira pareció hincharse dentro mi cabeza. Esperé que mi voz no me delatara.
Fraser me miró con expresión dura.
—Yo habría dicho exactamente lo mismo —contestó—. Y supongo que esto será especialmente duro para ti porque sé que estabais muy compenetrados. —Dejó las palabras en el aire entre los dos un momento antes de continuar—. Emma ha confesado haberle filtrado información confidencial al blog. Motivos personales. Eso es todo lo que puedo decir por ahora. Aparte de la obviedad de que acaba de tirar una carrera prometedora por la borda y que la prensa se nos va a lanzar a la yugular por esto en cuanto se enteren.
—Me siento responsable —dije—. Yo recomendé a Emma para el puesto. Lo siento.
—Ya soy mayorcita y no hago las cosas solo basándome en las brillantes ideas de mis agentes. No debes pensar que esto es culpa tuya.
Me miró fijamente y yo seguí sin saber muy bien cuál era el mensaje subliminal, si sabía lo mío con Emma o no.
—No pareces muy sorprendido —añadió.
—Estoy perplejo, jefa, de verdad. Es que… No sé qué decir. Me parece que no debemos permitir que esto nos aparte del camino.
Asintió brevemente.
—Estamos hasta el cuello de mierda, no hay duda. No podemos perder tiempo con esto y tampoco permitirnos la pérdida de un efectivo. Tenemos que reagruparnos rápido, buscar la forma de llenar el hueco que ha dejado Emma, y alguien va a tener que revisar todo el trabajo que ella ha hecho.
—Puedo hacerlo yo.
—Antes de nada, quiero que le eches un vistazo a esto. Bennett acaba de traérmelo. Entregado en persona por los padres de Benedict. Sin ahorrarnos el drama.
—Ya me lo ha contado Bennett —expliqué.
—Pidieron específicamente veros a Emma o a ti, pero no te encontrábamos por ninguna parte. ¿Dónde demonios estabas, por cierto?
En el baño, temblando como un niño pequeño que se esconde de los abusones. Por supuesto, no se lo dije.
—Fui al bar para ponerme con el informe de lo de esta mañana.
—¿Sin el teléfono? Oh, da igual. Mira esto.
Me dio el cuaderno del niño. En la tapa tenía escrito con una letra irregular: «Benedict Finch. Clase Roble. Cuaderno de dibujo». Lo hojeé. Ver la escritura torpe de Ben Finch me turbó un poco porque era un rastro muy real de él. Todas las páginas parecían estar llenas de dibujos del bosque. Eso de repente le volvió muy real, muy presente, tanto que llegó a resultar perturbador.
Había escrito descripciones de sus paseos regulares con el perro y también había hecho dibujos de los lugares a los que iba, incluido el columpio.
—¿Y qué sacamos de esto? —pregunté.
—Bueno, los padres de Ben creen que eso significa que cualquiera en el colegio sabría de sus paseos y la ruta que seguían y piensan que puede ser una pista.
—Pero cualquiera que les conociera podía saber lo de sus paseos por el bosque. La gente que tiene perro lo lleva normalmente a pasear a los mismos sitios. Y no hay tantas rutas que se puedan seguir en el bosque.
—Cierto, pero tenemos la obligación de investigar esto, y creo que deberíamos. No es que nos sobren las opciones en este momento, y no quiero dejar nada al azar, Jim. No quiero que eso pese sobre mi conciencia.
—Bien, pues lo que esto significa es que hay que incluir al personal del colegio y a cualquier otra persona que pueda haber tenido acceso al cuaderno en el círculo de gente que sabía lo de los paseos con el perro. ¿Y qué hacemos? ¿Volvemos a hablar con el personal del colegio?
Fraser estaba escribiendo algo.
—Eso es exactamente lo que vamos a hacer.
—¿Empezando por la profesora y el ayudante?
—Sí. Y el director. Ah, y no te olvides de la secretaria. Las secretarias siempre lo saben todo.
—Ya sabe que todos tenían coartada, ¿no, jefa?
—Sí, sí, claro. La profesora estaba comiendo con sus padres, la secretaria estaba en el cine con una amiga, el ayudante estaba echándole un polvo a su novia y el director jugando al golf. ¿Lo recuerdo todo bien? ¿Es que pensabas que me he vuelto senil de repente?
—No, solo quería asegurarme de que no estamos perdiendo el tiempo con esto.
—Estamos buscando información. Quiero profundizar con esa gente. Tal vez el cuaderno le despierte los recuerdos a alguien. Y tengo que decirte que hemos descubierto algo en las cámaras de seguridad también —añadió—. Hay confirmación de que Ben estaba con su madre cuando cruzaron el puente de camino al bosque. Todavía están revisando y comprobando la última media hora del vídeo, pero tendremos los resultados al final del día.
Aparte de eso, Fraser me explicó que todavía no habíamos podido encontrar al hombre que Rachel dijo que Ben y ella vieron en el bosque. Teníamos a un inspector intentando avanzar con eso, pero ya se estaba dando cabezazos contra las paredes porque nadie tenía ninguna pista. Rachel Jenner debió de ser la única que lo vio. Ni siquiera los que paseaban al perro por allí todos los días tenían ni idea de quién podría ser. En la sala habían empezado a llamarle «el Yeti».
—¿Y Nicky Forbes? —pregunté cuando ya estábamos acabando. Mis pensamientos no dejaban de volver a ella, no podía evitarlo.
—Sigue siendo sospechosa, pero sin presiones, suave.
—Por supuesto.
—Lo primero: que Bennett revise el trabajo de Emma y limpie su mesa. Quiero saber todo lo que estaba haciendo.
—Puedo hacerlo yo, jefa.
—Creo que será mejor que lo haga otro, ¿no te parece, Jim?
Esta vez el mensaje estaba claro como el agua. Lo sabía. Logré asentir con dificultad y salí del despacho lo más rápido que pude.