Jim
Fraser estaba furiosa después de la rueda de prensa. Fui a su despacho. No me invitó a sentarme. Tenía las cejas tan levantadas que casi desaparecían en el nacimiento de su pelo. La expresión de su cara pasaba de la incredulidad a la decepción, ambas emociones luchando por imponerse.
—La comisaría de Avon y Somerset te paga un sueldo, ¿no, Jim? Y no es una pregunta retórica.
—Sí, jefa, me pagan.
—¡Entonces necesito ver alguna prueba de que te estás ganando lo que te pagamos y que no lo estamos tirando por la alcantarilla! ¿Qué demonios ha ocurrido ahí dentro?
—Lo siento, jefa. Rachel Jenner ha dado justo el mensaje contrario al que queríamos transmitir. No lo he visto venir. Intenté…
—¿La preparaste bien?
—Pensaba que sí. Repasamos la declaración y parecía satisfecha con ella.
—¿Parecía? ¿O estaba?
—Le pregunté si le parecía bien y dijo que sí. Creí que podría con ello. No tengo una bola de cristal, jefa.
—Si sigues así, bola no es lo único que no vas a tener, porque te vas a quedar también sin pelotas. Te las voy a cortar yo personalmente y después las pondré de decoración navideña en el baño de mujeres. Rachel Jenner ha desafiado al secuestrador. Es lo más peligroso que podía hacer. Hasta el sargento que está en la recepción te lo podría decir. ¡El puto barrendero con el que me he cruzado esta mañana cuando entraba te lo podría decir! No tengo intención de cargar con la muerte de un niño porque tú estás jugando con el estado mental de la madre. Si llevas a alguien a una rueda de prensa, tienes que estar seguro de que está preparado, no puedes ponerle delante de las cámaras y cruzar los dedos.
Me señalaba con la punta del bolígrafo y hacía movimientos secos como si me estuviera apuñalando con él.
—Lo siento, jefa.
—Este caso tiene el potencial de convertirse en una enorme bestia parda si no encontramos rápido al cabrón que se llevó a Ben Finch, y a mí no me gustan los animales, Jim. Así que empieza a usar la cabeza.
—Lo haré.
Era una bronca en toda regla. El peor comienzo para el caso que me podía imaginar. Me preparé para más, pero ya había terminado.
—Siéntate, por el amor de Dios —ordenó, y después preguntó—: ¿Lo que tenemos delante es una madre culpable?
—Es posible. Un arrebato como ese podría estar enmascarando algún tipo de emoción intensa. Y esa emoción podría ser culpa.
—¿O dolor? ¿O miedo?
—Podría ser cualquiera.
Fraser empezó a dar golpecitos en la mesa con el bolígrafo.
—Tenemos que vigilarla bien. Díselo a Emma. Culpable o no, esa madre es imprevisible. ¿Cómo ha reaccionado el padre?
—Estaba enfadado.
Había tenido que sujetar a John Finch al salir de la rueda de prensa. Se había puesto a gritar en el pasillo culpándome, culpando a Rachel, y después se deshizo en sollozos de nuevo, aterrado por si las amenazas de Rachel habían perjudicado a Ben en vez de ayudarlo. Y era un miedo justificado. Todos pensábamos en esa posibilidad.
—¿Te parece sincero?
—Sí, creo que es sincero. Su mujer confirma su coartada. Estaban los dos juntos en casa el domingo por la tarde.
—Es una coartada muy endeble.
Fraser tenía razón. Todos sabíamos que los cónyuges o los padres suelen ofrecer coartadas para evitar problemas a sus familiares o por amor, por miedo o por ambas cosas.
—Está bien, sigamos adelante. Yo me ocuparé de contener los daños de cara a la prensa y tu prioridad son las entrevistas. Quiero información. Alguien tuvo que ver algo. Dile a Emma que lleve a la madre a casa.
—¿Quiere que interrogue a Rachel Jenner otra vez?
—No. Solo dile que no hable con la prensa. Va a haber reacciones a esto, no creo que haga falta que te lo explique. Después de eso quiero que vayas al colegio de Benedict. Tenemos que demostrar que apoyamos al colegio y a la comunidad. Ya que vas a ir por allí, puedes hablar con su maestra para ver si notó algo diferente en Ben últimamente.
—Sí, jefa.
Ese cometido me pareció un castigo por haber dejado que la rueda de prensa se me fuera de las manos, y probablemente lo era. Era tarea para un inspector de menor rango y los dos lo sabíamos.
—Iré para allá ahora mismo.
Pareció ablandarse un poco.
—Debería pedirle a un inspector que lo hiciera, pero el comisario insiste en que vaya alguien con cierto rango.
Si esa era su forma de reconfortarme, no puedo decir que me sirviera de mucho.