Rachel
Nicky llamó a la policía y Laura y ella salieron a limpiar la valla. No me dejaron ayudarlas por si había fotógrafos, aunque de todas formas yo tampoco estaba en condiciones.
Me quedé sentada en el sofá, envuelta en una manta e intentando parar de temblar, mientras ellas se enfrentaban al frío del exterior y trabajaban codo con codo para borrar la prueba de que alguien quería que todo el mundo pensara que yo le había hecho daño a mi hijo.
Pero era inútil, una tarea sisífica, porque por mucho que frotaran con los dedos congelados y los brazos doloridos, las tres sabíamos que había otras personas en otros lados difundiendo el mensaje de una forma mucho más eficaz y sin tener que ensuciarse las manos.
El escarnio público, el hecho de convertirte en el blanco de los comentarios agresivos de otros, tiene un efecto muy destructivo por mucho que intentes racionalizarlo y convencerte de que solo las peores personas son capaces de hacer algo así.
En ese momento me vi rodeada de odio y llegué a sentir miedo por mi integridad. Si alguien era lo bastante descarado y tenía la motivación suficiente para hacer un grafiti en la misma valla de mi casa, ¿qué evitaba que fuera más allá? ¿Sería capaz de colarse en mi casa? ¿O de hacerme daño?
El miedo por Ben había ocupado todas las células de mi cuerpo y gobernado todos mis pensamientos y acciones desde el domingo, pero ahora se le había unido algo más: miedo por mí.