127

Se hizo un silencio reverente entre el grupo congregado en el estrado. Era como si estuvieran contemplando un eclipse o una erupción volcánica, una cadena de acontecimientos increíble que no podían controlar. Dio la impresión de que el tiempo se detenía.

—¡Lo estamos perdiendo! —gritó un técnico—. ¡Invasión por todas las líneas!

En la pantalla más alejada a la izquierda, David y los agentes Smith y Coliander miraban a la cámara. En la RV, el último cortafuegos no era más que un gajo. Una mancha negra lo rodeaba, mientras cientos de líneas esperaban para conectarse. A la derecha estaba Tankado. Las imágenes de sus últimos momentos se proyectaban en un bucle interminable. La mirada de desesperación, los dedos extendidos, el anillo que brillaba al sol.

Susan contemplaba las imágenes. Miró los ojos de Tankado. Parecían henchidos de arrepentimiento. Nunca quiso llegar tan lejos, se dijo. Quería salvarnos. Tankado seguía extendiendo los dedos, exhibiendo el anillo ante los ojos de la gente. Intentaba hablar, pero no podía.

En Sevilla, la mente de Becker no paraba de dar vueltas.

—¿Qué han dicho que eran esos dos isótopos? —murmuró para sí—. ¿U238 y U…?

Exhaló un profundo suspiro. Daba igual. Era profesor de idiomas, no físico.

—¡Líneas exteriores preparadas para autentificar!

—¡Dios mío! —gritó Jabba frustrado—. ¿Cómo es posible que los isótopos sean diferentes? ¿Nadie sabe en qué difieren? —No hubo respuesta. Los técnicos de la sala miraban la RV con una sensación de impotencia. Jabba se volvió hacia el monitor y levantó los brazos—. ¿Dónde hay un jodido físico nuclear cuando necesitas uno?

Susan miró la pantalla mural y supo que todo había terminado. Vio a cámara lenta que Tankado moría una y otra vez. Intentaba hablar con voz estrangulada, extendía sus manos deformes… Intentaba comunicar algo. Trataba de salvar el banco de datos. Pero nunca sabremos cómo.

—¡Compañía ante la puerta!

Jabba miró la pantalla.

—¡Allá vamos!

El sudor resbalaba sobre su cara.

En la pantalla central, la última voluta del último cortafuegos había desaparecido casi por completo. La masa negra de líneas que rodeaban el núcleo era espesa y temblorosa. Midge apartó la vista. Fontaine estaba rígido, con los ojos clavados en el frente. Brinkerhoff tenía aspecto de estar a punto de vomitar.

—¡Diez segundos!

Susan no apartaba los ojos de la imagen de Tankado. La desesperación. El arrepentimiento. Las manos extendidas, el anillo reluciente, los dedos deformes engarfiados hacia las caras de los desconocidos. Les está diciendo algo. ¿Qué?

David parecía abismado en sus pensamientos.

—Diferencia —murmuraba para sí—. Diferencia entre U238 y U235. Tiene que ser algo sencillo.

Un técnico inició la cuenta atrás.

—¡Cinco! ¡Cuatro! ¡Tres!

La palabra llegó a España al cabo de una décima de segundo. Tres… Tres.

Fue como si el disparo de una pistola aturdidora hubiera alcanzado de nuevo a David Becker. Su mundo se detuvo. Tres… Tres… Tres… ¡238 menos 235! Extendió la mano hacia el micrófono.

En aquel preciso instante, Susan estaba mirando la mano extendida de Tankado. De pronto, vio algo que no era el anillo, sino los dedos. Tres dedos. No se trataba del anillo. Era la carne. Tankado no les estaba diciendo nada, les estaba enseñando algo. Estaba contando su secreto, revelando el código desactivador, suplicando que alguien comprendiera. Rezando para que su secreto llegara a la NSA a tiempo.

—Tres —susurró Susan perpleja.

—¡Tres! —gritó Becker en España.

Pero en el caos nadie pareció oírle.

—¡Se acabó! —chilló un técnico.

La RV empezó a emitir destellos, mientras el núcleo sucumbía al diluvio. Sonaron sirenas en el techo.

—¡La información fluye hacia el exterior!

—¡Conexiones a alta velocidad en todos los sectores!

Susan se movió como en un sueño. Se volvió hacia el teclado de Jabba. En ese momento, su mirada se clavó en su prometido, David Becker. Una vez más su voz resonó en el techo.

—¡Tres! ¡La diferencia entre 238 y 235 es tres!

Todo el mundo alzó la vista.

—¡Tres! —chilló Susan sobre la ensordecedora cacofonía de sirenas y técnicos. Señaló la pantalla. Todos los ojos la siguieron hacia la mano de Tankado, extendida, tres dedos que se agitaban con desesperación bajo el sol de Sevilla.

Jabba se quedó paralizado.

—¡Oh, Dios mío!

De pronto comprendió que el genio de manos deformes les había estado facilitando la respuesta desde el primer momento.

—¡Tres es primo! —soltó Soshi—. ¡Tres es un número primo!

Fontaine parecía aturdido.

—¿Puede ser así de sencillo?

—¡La información fluye hacia el exterior! —gritó un técnico—. ¡Cada vez más deprisa!

Todos los congregados en la plataforma se precipitaron al mismo tiempo hacia la terminal, una masa de manos extendidas, pero fue Susan la primera en tomar contacto con su objetivo. Tecleó el número tres. Todo el mundo se volvió hacia la pantalla mural. El mensaje era sencillo.

¿INTRODUCIR CONTRASEÑA? 3

—¡Sí! —ordenó Fontaine—. ¡Ya!

Susan contuvo el aliento y pulsó la tecla ENTER. El ordenador emitió un pitido. Nadie se movió. Tres agónicos segundos después no había pasado nada.

Las sirenas continuaban aullando. Cinco segundos. Seis segundos.

—¡La información fluye hacia el exterior!

—¡No hay cambios!

De pronto Midge señaló la pantalla.

—¡Mirad!

Un mensaje se había materializado.

CÓDIGO DESACTIVADOR CONFIRMADO

—¡Reinstalad los cortafuegos! —ordenó Jabba.

Pero Soshi ya se le había adelantado y enviado la orden.

—¡Flujo de información al exterior interrumpida! —gritó un técnico.

—¡Conexiones exteriores interrumpidas!

En la RV, el primero de los cinco cortafuegos empezó a reaparecer. Las líneas negras que atacaban el núcleo fueron decapitadas al instante.

—¡Reinstalación! —gritó Jabba—. ¡El maldito trasto se está reinstalando!

Se produjo un momento de incredulidad, parecía que todos temieran que en cualquier momento todo fuera a venirse abajo, pero entonces el segundo cortafuegos empezó a materializarse. Y después el tercero. Momentos después reapareció toda la serie de filtros. El banco de datos estaba a salvo.

El caos se apoderó de la sala. Los técnicos se abrazaban, tirando al aire listados de impresora para celebrarlo. Las sirenas se aplacaron. Brinkerhoff abrazó a Midge. Soshi estalló en lágrimas.

—Jabba —preguntó Fontaine—, ¿cuáles son los daños?

—Muy escasos —dijo el técnico, mientras estudiaba su monitor—. Muy escasos.

Fontaine asintió poco a poco, y una sonrisa irónica se formó en la comisura de su boca. Buscó con la mirada a Susan Fletcher, pero ya estaba caminando hacia la parte delantera de la sala. La cara de David Becker llenaba la pantalla mural.

—¿David?

—Hola, bonita —sonrió el profesor.

—Vuelve a casa ahora mismo.

—¿Nos encontramos en Stone Manor?

Ella asintió con lágrimas en los ojos.

—Trato hecho.

—Agente Smith —llamó Fontaine.

Smith apareció en la pantalla detrás de Becker.

—¿Señor?

—Parece que el señor Becker tiene una cita. ¿Podría encargarse de que vuelva a casa de inmediato?

El agente asintió.

—Nuestro jet está en Málaga. —Palmeó la espalda de Becker—. Será algo muy especial, profesor. ¿Ha volado alguna vez en un Learjet 60?

Becker lanzó una risita.

—Desde ayer no.

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