112
—Ojalá sepa lo que está haciendo, director —siseó Jabba—. Estamos a punto de perder la capacidad de cierre.
Fontaine no contestó.
En aquel momento la puerta del fondo se abrió y Midge entró como una tromba. Llegó sin aliento al estrado.
—¡Director! ¡Están estableciendo la conexión!
Fontaine se volvió expectante hacia la pantalla. Quince segundos después la pantalla cobró vida.
Al principio la imagen era borrosa y confusa, pero poco a poco se fue definiendo. Era una transmisión digital usando el programa de ficheros multimedia QuickTime, sólo cinco fotogramas por segundo. La imagen revelaba a dos hombres. Uno era de tez pálida con un corte de pelo a la moda y el otro un rubio típicamente norteamericano. Estaban sentados de cara a la cámara, como dos locutores que esperaran el momento de empezar a retransmitir.
—¿Qué es esto? —preguntó Jabba.
—Cállate —ordenó Fontaine.
Daba la impresión de que los dos hombres se hallaban en el interior de una furgoneta. Cables eléctricos colgaban a su alrededor. La conexión de audio cobró vida. De pronto se oyeron ruidos de fondo.
—La señal de audio —informó un técnico desde el fondo de la sala—. Cinco segundos de desfase.
—¿Quiénes son? —preguntó Brinkerhoff inquieto.
—El ojo en el cielo —contestó Fontaine con la vista clavada en los dos hombres que había enviado a España. Una precaución necesaria. Fontaine había creído en casi todos los aspectos del plan de Strathmore: la lamentable pero necesaria eliminación de Ensei Tankado, la reprogramación de fortaleza digital. Todo muy sólido. Pero una cosa ponía nervioso a Fontaine: la utilización de Hulohot.
El hombre era diestro, pero se trataba de un mercenario. ¿Se podía confiar en él? ¿Se quedaría la clave de acceso? Fontaine quería a Hulohot controlado, por si acaso, y había tomado las medidas necesarias.