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—Transmisión de vídeo en diez segundos —anunció la voz del agente Smith.

Todo el mundo guardó silencio, a la espera. Jabba pulsó algunas teclas y readaptó la pantalla mural. El mensaje de Tankado apareció a la izquierda:

SÓLO LA VERDAD OS SALVARÁ AHORA

A la derecha de la pared se materializó el interior de la furgoneta, con Becker y los dos agentes acurrucados alrededor de la cámara. En el centro apareció un fotograma borroso. Se convirtió en estática, y después en una imagen en blanco y negro de un parque.

—Transmitiendo —anunció el agente Smith.

La proyección parecía una película antigua, acartonada y movida, debido a que los fotogramas se sobreponían, un procedimiento que comprimía la cantidad de información enviada y posibilitaba una transmisión más rápida.

Vieron una toma panorámica de una inmensa explanada cerrada en un extremo por un edificio semicircular: el Ayuntamiento de Sevilla. Había árboles en primer plano. El parque estaba desierto.

—¡X-11 inoperativo! —gritó un técnico—. ¡Este niño malo tiene hambre!

Smith empezó a narrar. Su comentario estaba matizado por el distanciamiento de un agente veterano.

—Esto está filmado desde la furgoneta —dijo—, a unos cincuenta metros del lugar del asesinato. Tankado se acerca desde la derecha. Hulohot se oculta entre los árboles, a la izquierda.

—No nos queda mucho tiempo —apremió Fontaine—. Vamos al grano.

El agente Coliander pulsó unos cuantos botones y la cinta se aceleró.

Todos los presentes en el estrado vieron con impaciencia cómo su antiguo colega, Ensei Tankado, entraba en el plano. El vídeo acelerado conseguía que las imágenes parecieran cómicas. Tankado arrastraba los pies al andar y daba la impresión de que examinaba el entorno. Se llevó una mano a la frente, a modo de visera, para que el sol no lo deslumbrara, y contempló las agujas del inmenso edificio.

—Aquí empieza —advirtió Smith—. Hulohot es un profesional. Su primer disparo.

Smith estaba en lo cierto. Se vio un destello de luz detrás de los árboles, a la izquierda de la pantalla. Un instante después Tankado se aferró el pecho. Se tambaleó un momento. La cámara hizo un zoom hacia él, inestable: la imagen de pronto se veía desenfocada.

Smith continuó su narración con frialdad.

—Como pueden ver, Tankado sufre al instante un paro cardíaco.

Susan se sintió mal viendo esas imágenes. Tankado se aferraba el pecho con sus manos deformes y con una expresión aterrorizada en el rostro.

—Observarán que tiene los ojos clavados en su cuerpo —añadió Smith—. En ningún momento mira a su alrededor.

—¿Y eso es importante? —preguntó Jabba.

—Mucho —dijo Smith—. Si Tankado hubiera sospechado juego sucio, habría buscado a su atacante, pero no lo hizo.

En la pantalla, Tankado cayó de rodillas, sin dejar de aferrarse el pecho. En ningún momento alzó la vista. Ensei Tankado era un hombre solitario que fallecía de muerte natural.

—Es curioso —dijo Smith—. Las balas traumáticas no suelen matar tan deprisa. A veces, si la zona del cuerpo donde impactan es muy grande, ni siquiera matan.

—Corazón defectuoso —dijo Fontaine con voz imperturbable.

Smith arqueó las cejas. Parecía impresionado.

—En tal caso, muy bien elegida el arma.

Susan vio que Tankado caía de rodillas, luego de costado y por fin quedaba tendido de espaldas. De pronto la cámara se desvió hacia los árboles. Apareció un hombre. Llevaba gafas de montura metálica y cargaba con un maletín de buen tamaño. Caminaba en dirección a donde yacía Tankado y sus dedos empezaron a ejecutar una extraña danza en el mecanismo sujeto a su mano.

—Está utilizando su Monocle —explicó Smith—. Envía el mensaje de que Tankado ha sido liquidado. —El agente se volvió hacia Becker y lanzó una risita—. Por lo visto, Hulohot tenía la mala costumbre de comunicar sus asesinatos antes de que la víctima hubiera expirado.

Coliander aceleró un poco más la filmación y la cámara siguió a Hulohot cuando se acercaba a su víctima. De pronto un hombre mayor salió de un jardín cercano, corrió hacia Tankado y se arrodilló a su lado. Hulohot aminoró el paso. Un momento después dos personas más surgieron del jardín, un hombre obeso y una pelirroja. También se aproximaron a Tankado.

—Elección desafortunada de zona de eliminación —dijo Smith—. Hulohot pensó que tenía aislada a la víctima.

En la pantalla, el asesino miró un momento y luego volvió a esconderse entre los árboles y permaneció a la espera.

—Aquí viene el cambiazo —anunció Smith—. La primera vez no nos dimos cuenta.

Susan contempló la repugnante imagen de la pantalla. Tankado jadeaba en busca de aliento, como si intentara comunicar algo a los samaritanos arrodillados a su lado. Después, desesperado, alzó la mano izquierda y casi golpeó al anciano en la cara. La dejó inmóvil ante los ojos del hombre. La cámara enfocó los tres dedos deformes de Tankado, y en uno de ellos, brillando bajo el sol, estaba el anillo de oro. El asiático agitó de nuevo la mano. El hombre retrocedió. Tankado se volvió hacia la mujer. Alzó los tres dedos delante de su cara, como si suplicara. El anillo brilló al sol. Ella desvió la vista. Tankado, incapaz de emitir el menor sonido, se volvió hacia el hombre obeso y probó por última vez.

El hombre de mayor edad se levantó y salió corriendo, como si fuera a pedir ayuda. Dio la impresión de que Tankado estaba perdiendo las fuerzas, pero aún sostenía el anillo ante la cara del gordo.

Éste sujetó la muñeca del moribundo. Tankado miró su anillo y luego clavó la vista en los ojos del hombre. Como súplica final antes de morir, Ensei Tankado dedicó al hombre un cabeceo casi imperceptible, como diciendo «sí».

Después quedó inmóvil.

—Oh, Dios —gimió Jabba.

De pronto, la cámara se desvió hacia el escondite de Hulohot. El asesino había desaparecido. Apareció un policía en moto por la avenida Firelli. La cámara giró hacia Tankado. Al parecer la mujer arrodillada a su lado oyó las sirenas de la policía. Miró con nerviosismo a su alrededor y empezó a tirar de su acompañante, rogándole que se fueran. Los dos se alejaron deprisa.

La cámara enfocó a Tankado, con las manos enlazadas sobre su pecho sin vida. El anillo había desaparecido.

La fortaleza digital
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