65
Brinkerhoff paseaba de un lado a otro del despacho de Midge.
—Nadie se salta Manopla. ¡Es imposible!
—Te equivocas —replicó ella—. Acabo de hablar con Jabba. Dijo que el año pasado instaló un interruptor de desvío.
El hombre no pareció muy convencido.
—Nadie me dijo nada.
—Lo hizo en secreto.
—¡La seguridad es una obsesión compulsiva para Jabba, Midge! Nunca colocaría un interruptor de desvío…
—Strathmore le obligó —interrumpió la mujer.
Brinkerhoff casi podía oír la mente de Midge funcionando a toda velocidad.
—¿Recuerdas que el año pasado Strathmore estuvo investigando aquel grupo terrorista antisemita de California? —preguntó ella.
Él asintió. Había sido uno de los mejores golpes de Strathmore. Utilizó Transltr para desencriptar un código interceptado y luego descubrió un complot para volar una escuela hebrea de Los Angeles. Descifró el mensaje de los terroristas tan sólo veinte minutos antes de que la bomba estallara, y actuando con celeridad salvó las vidas de trescientos escolares.
—Escucha esto —dijo Midge, bajando la voz aunque no fuera necesario—. Jabba dijo que Strathmore interceptó el código de los terroristas seis horas antes de que la bomba fuera a estallar.
Brinkerhoff se quedó boquiabierto.
—Pero ¿por qué esperó…?
—Porque no consiguió que Transltr desencriptara el archivo. Lo intentó, pero Manopla lo rechazaba. Estaba encriptado con un nuevo algoritmo de llave pública totalmente nuevo para los filtros. Jabba tardó casi seis horas en ajustarlos.
Brinkerhoff la miró estupefacto.
—Strathmore estaba furioso. Pidió a Jabba que instalara un interruptor de desvío en Manopla por si volvía a suceder.
—Jesús —silbó Brinkerhoff—. No tenía ni idea. —Entornó los ojos—. ¿Adonde quieres ir a parar?
—Creo que Strathmore ha utilizado el interruptor hoy para procesar un archivo que Manopla rechazaba.
—Para eso está el interruptor, ¿no?
Midge meneó la cabeza.
—No si el archivo es un virus.
Brinkerhoff dio un bote.
—¿Un virus? ¿Quién ha dicho algo de un virus?
—Es la explicación más plausible. Jabba dijo que un virus es lo único capaz de mantener ocupado a Transltr tanto tiempo, así que…
—¡Espera un momento! —Brinkerhoff hizo la señal de pedir tiempo en baloncesto—. ¡Strathmore dijo que todo iba bien!
—Está mintiendo.
Él estaba perdido.
—¿Estás diciendo que Strathmore dejó entrar un virus a propósito en Transltr?
—No —replicó Midge—. Creo que no sabía que era un virus. Creo que le engañaron.
Brinkerhoff se quedó sin habla. Midge Milken estaba perdiendo la chaveta.
—Eso explica muchas cosas —insistió la mujer—. Explica lo que ha estado haciendo aquí toda la noche.
—¿Instalando virus en su propio ordenador?
—No —dijo Midge irritada—. ¡Intentando disimular su error! Ahora no puede abortar Transltr y hacer funcionar el generador auxiliar porque el virus ha bloqueado los procesadores.
Brinkerhoff puso los ojos en blanco. Midge ya había enloquecido en el pasado, pero nunca hasta estos extremos. Intentó calmarla.
—Jabba no parece muy preocupado.
—Jabba es un idiota —siseó ella.
Brinkerhoff se sorprendió. Nadie había llamado idiota a Jabba antes. Cerdo tal vez, pero idiota no.
—¿Estás confiando en tu intuición femenina más que en los conocimientos avanzados de Jabba en programación antivirus?
La mujer le miró con furia.
Brinkerhoff alzó las manos en señal de rendición.
—Retiro lo dicho. —No tenían que recordarle la capacidad sobrenatural de Midge para presentir desastres—. Mira —empezó—, sé que odias a Strathmore, pero…
—¡Esto no tiene nada que ver con él! —Midge estaba furiosa—. Lo primero que hemos de hacer es confirmar que Strathmore se saltó Manopla. Después llamaremos al director.
—Fantástico —gimió Brinkerhoff—. Llamaré a Strathmore y le pediré que nos envíe una declaración firmada.
—No —contestó Midge sin hacer caso del sarcasmo—. Strathmore ya nos ha mentido una vez hoy. —Alzó la vista y sus ojos sondearon los del hombre—. ¿Tienes llave de la oficina de Fontaine?
—Pues claro. Soy su ayudante personal.
—La necesito.
Brinkerhoff la miró con incredulidad.
—Midge, no voy a permitirte que entres en el despacho de Fontaine.
—¡Has de hacerlo! —rugió ella. Se volvió y empezó a escribir en el teclado de Gran Hermano—. Voy a solicitar una lista de los archivos entrados en Transltr. Si Strathmore se saltó manualmente Manopla, aparecerá en el registro.
—¿Qué tiene que ver eso con la oficina de Fontaine?
Ella se volvió hacia él y le fulminó con la mirada.
—Ese listado sólo se imprime en la impresora de Fontaine. ¡Ya lo sabes!
—¡Porque es material secreto!
—Esto es una emergencia. He de ver ese listado.
Brinkerhoff apoyó las manos sobre sus hombros.
—Cálmate, Midge. Ya sabes que no puedes…
La mujer resopló y se volvió hacia el teclado.
—He enviado a imprimir una lista de registros. Voy a entrar, recogerla y salir. Dame la llave.
—Midge…
La mujer terminó de teclear y se dio la vuelta.
—Chad, la lista tarda treinta segundos en imprimirse. Vamos a hacer un trato. Tú me das la llave. Si Strathmore se saltó Manopla, llamamos a Seguridad. Si me he equivocado, me voy, y así podrás untar con mermelada a Carmen Huerta de la cabeza a los pies. —Le dirigió una mirada maliciosa y extendió la mano—. Dámela.
Brinkerhoff gruñó, arrepentido de haberla llamado para que viera el informe de Criptografía. Miró la mano extendida.
—Estás hablando de información reservada disponible en el despacho del director. ¿Tienes idea de lo que nos pasaría si nos pillaran?
—El director está en Suramérica.
—Lo siento. No puedo.
Brinkerhoff se cruzó de brazos y salió.
Midge le siguió con la mirada, los ojos como brasas.
—Ya lo creo que puedes —susurró. Se volvió hacia Gran Hermano y buscó los archivos de vídeo.
A Midge se le pasará, se dijo Brinkerhoff mientras se acomodaba ante su escritorio y empezaba a repasar los informes restantes. Era impensable que le facilitara a Midge la llave del despacho del director estando tan paranoica como estaba.
Había empezado a comprobar los informes de COMSEC cuando su atención fue interrumpida por el sonido de voces procedente de la otra habitación. Dejó el trabajo y salió al pasillo.
Todo estaba a oscuras a excepción de un rayo de luz grisácea que se filtraba por la puerta entornada del despacho de Midge. Escuchó. Las voces continuaron. Parecían excitadas.
—¿Midge?
No hubo respuesta.
Se dirigió a oscuras a la oficina de la mujer. Las voces le resultaban vagamente familiares. Abrió la puerta. No había nadie en la habitación. Nadie ocupaba la silla de Midge. El sonido venía del techo. Brinkerhoff alzó la vista, miró los monitores de vídeo y se sintió mareado al instante. La misma imagen se estaba reproduciendo en cada una de las doce pantallas, una especie de ballet coreografiado con perversidad. Se apoyó en el respaldo de la silla de Midge y miró horrorizado.
—¿Chad?
La voz sonó a sus espaldas.
Se volvió y escudriñó la oscuridad. Midge estaba parada ante las puertas dobles del director con la mano extendida.
—La llave, Chad.
Brinkerhoff se ruborizó. Se volvió hacia los monitores. Intentó borrar las imágenes, pero fue inútil. Estaba por todas partes, gruñendo de placer mientras manoseaba con ansia los pequeños pechos cubiertos de miel de Carmen Huerta.