31

Susan regresó a Nodo 3. Su conversación con Strathmore había contribuido a aumentar su inquietud por la seguridad de David. Su imaginación se había desbocado.

—Bien —dijo Hale desde su terminal—, ¿qué quería Strathmore? ¿Una velada romántica a solas con su jefa de Criptografía?

Susan hizo caso omiso del comentario y se acomodó ante su terminal. Tecleó su código personal y la pantalla cobró vida. Apareció el programa del rastreador. Aún no había vuelto con información sobre Dakota del Norte.

Maldita sea, pensó Susan. ¿Por qué tarda tanto?

—Pareces un poco tensa —dijo Hale en tono inocente—. ¿Tu diagnóstico te da problemas?

—Nada grave —contestó ella, pero no estaba tan segura. El rastreador se demoraba más de la cuenta. Se preguntó si habría cometido alguna equivocación al enviarlo. Empezó a examinar las largas líneas de la programación LIMBO en la pantalla, en busca de algo que estuviera reteniendo la información.

Hale la observó con aire de suficiencia.

—Ah, quería preguntarte una cosa —dijo Hale—. ¿Qué opinas de ese algoritmo indescifrable que Ensei Tankado estaba programando?

El estómago de Susan se revolvió. Levantó la vista.

—¿Un algoritmo indescifrable? —se contuvo—. Ah, sí… Creo que he leído algo al respecto.

—Una afirmación increíble.

—Sí —contestó ella, y se preguntó por qué Hale había sacado el tema a colación—. No me lo trago. Todo el mundo sabe que un algoritmo indescifrable es una imposibilidad matemática.

Él sonrió.

—Oh, sí… El Principio de Bergofsky.

—Y el sentido común —replicó ella.

—¿Quién sabe…? —Hale exhaló un suspiro melodramático—. Hay más cosas en el cielo y en la tierra de lo que hay en tu filosofía.

—¿Perdón?

—Shakespeare —explicó Hale—. Hamlet.

—¿Leíste mucho cuando estabas en la cárcel?

Él lanzó una risita.

—En serio, Susan, ¿crees posible que Tankado haya podido crear un algoritmo indescifrable?

La conversación la estaba poniendo nerviosa.

—Bien, nosotros no podríamos hacerlo.

—Quizá Tankado es mejor que nosotros.

—Quizá.

Susan se encogió de hombros para fingir desinterés.

—Mantuvimos correspondencia un tiempo —dijo con indiferencia Hale—. Tankado y yo. ¿Lo sabías?

Ella levantó la vista e intentó disimular su sorpresa.

—¿De veras?

—Sí. Después de que yo descubriera el algoritmo de Skipjack, me escribió. Dijo que éramos hermanos en la lucha global a favor de la privacidad digital.

Susan apenas pudo disimular su incredulidad. ¡Hale conoce a Tankado en persona! Hizo lo posible por demostrar desinterés.

Él prosiguió.

—Me felicitó por demostrar que Skipjack tenía una puerta trasera. Lo llamó un golpe a favor del derecho a la privacidad de los ciudadanos de todo el mundo. Has de admitir, Susan, que la puerta trasera de Skipjack era jugar sucio. ¿Leer el correo electrónico de todo el mundo? Si quieres saber mi opinión, Strathmore merecía que le descubrieran.

—Greg —replicó ella con brusquedad, reprimiendo su cólera—, esa puerta trasera era para que la NSA pudiera descodificar correo electrónico que amenazara la seguridad de este país.

—¿De veras? —suspiró con inocencia Hale—. ¿Y espiar al ciudadano común y corriente era una simple consecuencia afortunada?

—Nosotros no espiamos al ciudadano común y corriente, y tú lo sabes. El FBI puede intervenir teléfonos, pero eso no significa que escuchen todas las llamadas.

—Si contaran con personal suficiente, lo harían.

Susan hizo caso omiso del comentario.

—Los gobiernos deberían tener derecho a reunir información que amenace al bien común.

—Santo Dios —suspiró Hale—, parece que Strathmore te ha lavado el cerebro. Sabes muy bien que el FBI no puede escuchar lo que le da la gana. Necesita una orden judicial. Una norma de encriptación oculta significaría que la NSA podría escuchar a quien quisiera, cuando y donde quisiera.

—Tienes razón, ¡y deberíamos poder hacerlo! —Susan habló con voz ronca de rabia—. Si no hubieras descubierto la puerta trasera de Skipjack, tendríamos acceso a todos los códigos que necesitamos descifrar, en lugar de tan sólo los que Transltr es capaz de manejar.

—Si no hubiera encontrado esa puerta trasera —arguyó Hale—, otro lo habría hecho. Salvé vuestro culo al descubrirla cuando lo hice. ¿Te imaginas el escándalo que se hubiera armado si Skipjack hubiera estado en funcionamiento cuando saltó la noticia?

—En cualquier caso —se revolvió Susan—, ahora tenemos una EFF paranoica, convencida de que ponemos puertas traseras en todos nuestros algoritmos.

Hale sonrió con presunción.

—¿Y no es verdad?

Ella le miró con frialdad.

—Eh —dijo él, en retirada—, es una cuestión discutible. Inventasteis Transltr. Tenéis vuestra fuente de información instantánea. Podéis leer lo que os dé la gana, cuando os da la gana, sin que nadie pregunte. Habéis ganado.

—¿No querrás decir «hemos ganado»? Tengo entendido que trabajas para la NSA.

—No por mucho tiempo —gorjeó Hale.

—No hagas promesas.

—Hablo en serio. Algún día me largaré.

—No sé si lo podré soportar.

En aquel momento, Susan tuvo ganas de maldecir a Hale por todo lo que iba mal. Quiso maldecirle por fortaleza digital, por sus problemas con David, por el hecho de que no estaba en su refugio de las Smoky Mountains, pero nada de ello era por su culpa. Hale sólo era culpable de ser odioso. Susan tenía que estar por encima de eso. Como jefa de Criptografía, su responsabilidad era mantener la paz, educar. Hale era joven e ingenuo.

Le miró. Era frustrante, pensó, que Hale poseyera talento para estar en Criptografía, pero que aún no hubiera comprendido la importancia de lo que la NSA hacía.

—Greg —dijo Susan, con voz serena y controlada—, hoy estoy sometida a una gran presión. Sólo me enfado cuando hablas de la NSA como si fuéramos una especie de mirones compulsivos dotados de alta tecnología. Esta organización fue fundada con un único propósito: proteger la seguridad de esta nación. Esto quizás implique sacudir algunos árboles y buscar las manzanas podridas de vez en cuando. Creo que la mayoría de ciudadanos sacrificarían de buen grado un poco de su privacidad con tal de saber que los malos no pueden actuar sin que los vigilemos.

Hale no dijo nada.

—Tarde o temprano —continuó Susan— la gente de esta nación ha de depositar su confianza en algún sitio. El bien abunda, pero hay mucho mal suelto. Alguien ha de tener acceso a todo y separar el trigo de la cizaña. Ése es nuestro trabajo. Nuestro deber. Nos guste o no, hay una frágil puerta que separa la democracia de la anarquía. La NSA custodia esa puerta.

Hale asintió con aire pensativo.

Quis custodiet ipsos custodes?

Susan le miró perpleja.

—Es latín —aclaró Hale—. De las Sátiras de Juvenal. Significa «¿Quién vigilará a los vigilantes?».

—No lo entiendo —dijo Susan—. ¿Quién vigilará a los vigilantes?

—Sí. Si nosotros somos los vigilantes de la sociedad, ¿quién nos vigilará y procurará que no seamos peligrosos?

Susan no supo qué contestar. Hale sonrió.

—Así firmaba Tankado las cartas que me enviaba. Era su dicho favorito.

La fortaleza digital
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