72

Susan Fletcher avanzó tambaleante por la planta de Criptografía hacia la pasarela que conducía a la oficina de Strathmore. El despacho del comandante era el sitio donde más alejada de Hale podía estar dentro del recinto cerrado.

Cuando llegó a lo alto de la escalera, descubrió que la puerta del despacho estaba abierta, pues el corte de electricidad había anulado el cierre electrónico. Entró.

—¿Comandante? —La única luz del interior era el resplandor de los monitores de Strathmore—. ¡Comandante! —llamó—. ¡Comandante!

De pronto recordó que el comandante estaba en el laboratorio de Sys-Sec. Caminó en círculos por el despacho vacío, aun presa del pánico que le había producido su encuentro con Hale. Tenía que salir de Criptografía. Con fortaleza digital o no, había llegado el momento de actuar, de abortar Transltr y escapar. Echó un vistazo a los monitores de Strathmore y después corrió hacia su escritorio. Sus manos volaron sobre el teclado. ¡ABORTAR TRANSLTR! La tarea era sencilla, ahora que estaba en una terminal autorizada. Susan desplegó la ventana apropiada y tecleó:

ABORTAR ANÁLISIS

Su dedo vaciló un momento sobre la tecla de ENTER.

—¡Susan! —rugió una voz desde la puerta. Ella se volvió asustada, temiendo que fuera Hale. Pero se trataba de Strathmore. Se erguía, pálido y desencajado, a la luz mortecina. Respiraba con esfuerzo—. ¿Qué demonios está pasando?

—¡Comandante! —exclamó Susan—. ¡Hale está en Nodo 3! ¡Acaba de atacarme!

—¿Cómo? ¡Imposible! Hale está encerrado en…

—¡No! ¡Anda suelto! ¡Hemos de llamar a seguridad! ¡Voy a abortar Transltr!

Susan extendió la mano hacia el teclado.

—¡No toques eso!

Strathmore se precipitó hacia la terminal y apartó las manos de Susan.

Ella retrocedió asustada. Miró al comandante y por segunda vez aquel día no le reconoció. De pronto se sintió sola.

El comandante vio sangre en la blusa de Susan y se arrepintió al instante de su exabrupto.

—Dios mío. ¿Te encuentras bien?

Ella no contestó.

Strathmore lamentó haber sido tan brusco con ella de manera innecesaria. Tenía los nervios a flor de piel. Estaba haciendo demasiados equilibrios. Había cosas en su mente, cosas que Susan Fletcher ignoraba, cosas que no le había dicho y que rezaba para no tener que revelar jamás.

—Lo siento —dijo con suavidad—. Dime qué ha pasado.

Ella dio media vuelta.

—Da igual. La sangre no es mía. Sáqueme de aquí.

—¿Estás herida?

Strathmore apoyó una mano en su hombro. Susan se encogió. El hombre dejó caer la mano y apartó la vista. Cuando volvió a mirarla, tuvo la impresión de que la criptógrafa estaba mirando algo en la pared.

En la oscuridad, un pequeño teclado brillaba con toda su intensidad. Strathmore siguió su mirada y frunció el ceño. Había confiado en que Susan no repararía en el panel de control. El teclado iluminado controlaba su ascensor privado. El comandante y sus invitados poderosos lo utilizaban para entrar y salir de Criptografía sin que nadie se enterara. El ascensor personal descendía quince metros bajo la cúpula de Criptografía y después se desplazaba en lateral ciento nueve metros, a través de un túnel subterráneo reforzado que conducía a los niveles inferiores del complejo principal de la NSA. La energía que alimentaba el ascensor procedía del complejo principal. Estaba conectado, pese al corte de suministro eléctrico.

Strathmore había sabido en todo momento que estaba conectado, pero no había dicho nada ni siquiera cuando Susan se había puesto a golpear la salida principal de abajo. No podía permitir que ella saliera. Todavía no. Se preguntó cuánto tendría que decirle para obligarla a quedarse.

Susan corrió hacia la pared del fondo. Golpeó con furia los botones iluminados.

—Por favor —rogó, pero la puerta no se abrió.

—Susan —dijo Strathmore en voz baja—. Ese ascensor necesita una contraseña.

—¿Una contraseña? —repitió ella airada. Miró los controles. Debajo del teclado principal había otro, más pequeño, con botones diminutos. Cada botón estaba marcado con una letra del alfabeto. Susan se volvió hacia él.

—¿Cuál es la contraseña? —preguntó.

Strathmore reflexionó un momento y luego exhaló un profundo suspiro.

—Siéntate, Susan.

Ella le miró como si no diera crédito a sus oídos.

—Siéntate —repitió el comandante con voz firme.

—¡Déjeme salir!

Susan lanzó una mirada inquieta hacia la puerta abierta del despacho del comandante.

Strathmore miró a la aterrada Susan Fletcher. Se movió con calma hacia la puerta de su despacho. Salió al rellano y escudriñó la oscuridad. No vio a Hale por ninguna parte. Volvió a entrar y cerró la puerta. Después apoyó una silla contra ella para mantenerla cerrada, fue a su escritorio y extrajo algo de un cajón. A la pálida luz de los monitores, Susan vio el objeto. Palideció. Era una pistola.

Strathmore colocó dos sillas en el centro de la habitación. Las volvió hacia la puerta cerrada. Después se sentó. Alzó la reluciente Beretta semiautomática y apuntó a la puerta entreabierta. Al cabo de un momento dejó la pistola sobre su regazo.

Habló con solemnidad.

—Aquí estamos a salvo, Susan. Hemos de hablar. Si Greg Hale aparece por esa puerta…

No terminó la frase.

Ella no podía hablar.

Strathmore la miró a la tenue luz del despacho. Palmeó el asiento de su lado.

—Siéntate, Susan. He de decirte algo. —Ella no se movió—. Cuando haya terminado, te diré la contraseña del ascensor. Podrás decidir si te marchas o te quedas.

Siguió un largo silencio. Susan, aturdida, atravesó la habitación y se sentó al lado de Strathmore.

—Susan —empezó—, no he sido del todo sincero contigo.

La fortaleza digital
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