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Fontaine golpeó con el puño la palma de la otra mano. Recorría de un lado a otro la sala de conferencias sin apartar la vista de las luces estroboscópicas de Criptografía.
—¡Aborten, maldita sea! ¡Aborten!
Midge apareció en la puerta con una hoja recién salida de la impresora.
—¡Director! ¡Strathmore no puede abortar!
—¡Cómo! —exclamaron Brinkerhoff y el director Fontaine al mismo tiempo.
—¡Lo intentó, señor! —Midge alzó el informe—. ¡Cuatro veces! Transltr está colapsado por una especie de bucle interminable.
Fontaine giró sobre sus talones y miró por la ventana.
—¡Santo Dios!
El teléfono de la sala de conferencias sonó. El director levantó los brazos.
—¡Ha de ser Strathmore! ¡Ya era hora!
Brinkerhoff descolgó.
—Oficina del director.
Fontaine extendió la mano.
Brinkerhoff se volvió inquieto hacia Midge.
—Es Jabba. Quiere hablar contigo.
El director miró a Midge, que ya estaba cruzando la habitación. Activó el altavoz del teléfono.
—Adelante, Jabba.
La voz metálica de Jabba resonó en la habitación.
—Midge, estoy en el banco de datos principal. Estamos viendo cosas extrañas aquí abajo. Me estaba preguntando si…
—¡Maldita sea, Jabba! —gritó Midge—. ¡Eso es lo que he estado intentando decirte!
—Podría ser algo insignificante —se defendió Jabba—, pero…
—¡Deja de decir eso! ¡De insignificante, nada! Tómate muy en serio lo que está pasando ahí. Mis datos no están fritos. Nunca lo han estado, y nunca lo estarán. —Se dispuso a colgar, pero añadió—: Por cierto, Jabba. Para que no haya más sorpresas… Strathmore se saltó Manopla.