109

El centro de mando del banco de datos principal de la NSA parecía un control de misión de la NASA en miniatura. Una docena de estaciones de trabajo informatizadas estaban encaradas a la pared de vídeo de nueve por doce metros situada al fondo de la sala. En la pantalla, números y diagramas desfilaban en rápida sucesión, aparecían y desaparecían como si alguien estuviera cambiando de canales. Un puñado de técnicos corría de un monitor a otro, arrastrando ristras de papel impreso y chillando órdenes. Reinaba el caos.

Susan contempló la asombrosa instalación. Recordó vagamente que habían excavado doscientas cincuenta toneladas métricas de tierra para crearla. La cámara estaba situada a sesenta y cuatro metros bajo tierra, profundidad a la que las bombas de flujo y los impactos nucleares no la alcanzaban.

Jabba se erguía ante una estación de trabajo elevada ubicada en el centro de la sala. Gritaba órdenes desde la plataforma como un rey a sus súbditos. Había un mensaje en la pantalla que tenía detrás. El mensaje era demasiado familiar para Susan. El texto, del tamaño de un tablón de anuncios, colgaba ominosamente sobre la cabeza de Jabba.

SÓLO LA VERDAD LES SALVARÁ AHORA

INTRODUZCA LA CLAVE DE ACCESO ___

Como atrapada en una pesadilla surrealista, Susan siguió a Fontaine hasta un estrado. Su mundo era una imagen borrosa a cámara lenta.

Jabba les vio acercarse y les espetó como un toro rabioso.

—¡Construí Manopla por algo!

—Manopla ha sido destruido —replicó Fontaine.

—Eso no es ninguna novedad, director —replicó Jabba—. ¡La onda de choque me sacudió el culo! ¿Dónde está Strathmore?

—El comandante Strathmore ha muerto.

—Justicia poética de mierda.

—Calma, Jabba —ordenó el director—. Infórmanos. ¿Es muy grave ese virus?

Jabba miró al director un largo momento y después, sin previo aviso, estalló en carcajadas.

—¿Un virus? —Su risa ronca resonó en toda la cámara subterránea—. ¿Eso cree que es?

Fontaine mantuvo la calma. La insolencia de Jabba estaba fuera de lugar, pero sabía que no era el momento ni el lugar de ponerle en su sitio. En su reino subterráneo, Jabba era más importante que Dios. Los problemas de informática hacían caso omiso de la cadena de mando normal.

—¿No es un virus? —exclamó Brinkerhoff esperanzado.

Jabba resopló asqueado.

—¡Los virus tienen cadenas de mutación, querido! ¡Esto no!

Susan era incapaz de concentrarse.

—Entonces, ¿qué está pasando? —preguntó Fontaine—. Pensaba que se trataba de un virus.

Jabba respiró hondo y bajó la voz.

—Los virus… —se secó el sudor de la cara—, los virus se reproducen. Crean clones. Son presumidos y estúpidos, egomaníacos binarios. Paren más deprisa que los conejos. Ésa es su debilidad. Puedes liquidarlos si sabes que están haciendo. Por desgracia, este programa carece de ego, no necesita reproducirse. Tiene la cabeza despejada y concentrada. De hecho, cuando haya logrado su objetivo, lo más probable es que cometa un suicidio digital. —Jabba extendió los brazos con reverencia hacia los estragos proyectados en la enorme pantalla—. Damas y caballeros —suspiró—, les presento al kamikaze de los invasores informáticos: el gusano.

¿Gusano? —gruñó Brinkerhoff. Le parecía un término demasiado mundano para describir al insidioso intruso.

—Gusano —rugió Jabba—. Nada de estructuras complejas, sólo instinto: comer, cagar, reptar. Eso es todo. Sencillez. Sencillez letal. Hace aquello para lo que está programado y luego la palma.

Fontaine miró a Jabba con severidad.

—¿Y para qué está programado este gusano?

—Lo ignoro —contestó Jabba—. En este momento, se está reproduciendo y acoplando a nuestros datos secretos. Después podría hacer cualquier cosa. Podría decidir borrar los archivos, o bien imprimir caras sonrientes en ciertos documentos de la Casa Blanca.

La voz de Fontaine permaneció fría y serena.

—¿Puedes detenerlo?

Jabba exhaló un largo suspiro y se volvió hacia la pantalla.

—No lo sé. Todo depende de lo cabreado que estuviera el autor. —Indicó el mensaje de la pantalla—. ¿Alguien puede decirme qué demonios significa eso?

SÓLO LA VERDAD LES SALVARÁ AHORA

INTRODUZCA LA CLAVE DE ACCESO ____

Jabba esperó la respuesta, pero no obtuvo ninguna.

—Parece que alguien nos está tomando el pelo, director. Chantaje. Esto tiene toda la pinta de una nota de chantaje.

La voz de Susan era un susurro, vacía y hueca.

—Es… Ensei Tankado.

Jabba se volvió hacia ella. La miró un momento atónito.

—¿Tankado?

Susan asintió.

—Quería que hiciéramos pública la existencia de Transltr… Pero le costó la…

Brinkerhoff la interrumpió, sorprendido:

—¿Tankado quiere que digamos que tenemos Transltr? ¡Yo diría que es un poco tarde para eso!

Susan abrió la boca para decir algo, pero Jabba se le adelantó.

—Parece que Tankado tiene un código desactivador —dijo mientras miraba el mensaje de la pantalla.

Todo el mundo se volvió hacia él.

—¿Código desactivador? —preguntó Brinkerhoff.

Jabba asintió.

—Sí. Una clave de acceso que detiene al gusano. En pocas palabras, si admitimos que tenemos Transltr, Tankado nos dice la clave. La tecleamos y salvamos el banco de datos. Bienvenidos a la extorsión digital.

Fontaine parecía una roca, imperturbable.

—¿Cuánto tiempo nos queda?

—Una hora más o menos —dijo Jabba—. Tiempo suficiente para convocar una conferencia de prensa y hablar de la existencia de Transltr.

—Recomendación —pidió Fontaine—. ¿Qué propones que hagamos?

¿Una recomendación? —soltó Jabba, incrédulo—. ¿Quiere una recomendación? ¡Yo le daré la recomendación! ¡Déjese de mamonadas!

—Tranquilo —advirtió el director.

—Director —balbuceó Jabba—, en este momento, Ensei Tankado es el dueño y señor de este banco de datos. Dele lo que pide. Si quiere que el mundo conozca la existencia de Transltr, llame a la CNN y anúncielo. Transltr ha volado por los aires. ¿Qué más da ya?

Se hizo el silencio. Dio la impresión de que Fontaine estaba sopesando sus opciones. Susan empezó a hablar, pero Jabba la interrumpió.

—¿A qué está esperando, director? ¡Hable por teléfono con Tankado! ¡Dígale que acepta! ¡Necesitamos ese código desactivador, de lo contrario toda la información desaparecerá!

Nadie se movió.

—¿Están todos locos? —chilló Jabba—. ¡Llame a Tankado! ¡Dígale que nos rendimos! ¡Consígame ese código desactivador! ¡Ya! —Jabba sacó el móvil y lo conectó—. ¡Da igual! ¡Déme el número! ¡Yo mismo llamaré a ese gilipollas!

—No se moleste —susurró Susan—. Tankado ha muerto.

Al cabo de un momento de estupor, las implicaciones de la noticia golpearon a Jabba como una bala en el estómago. Pareció que el enorme técnico estaba a punto de derrumbarse.

—¿Muerto? Pero entonces eso significa que no podemos…

—Eso significa que necesitamos un nuevo plan —dijo Fontaine sin alterarse.

Jabba continuaba atónito, cuando alguien empezó a gritar desde el fondo de la sala.

—¡Jabba! ¡Jabba!

Era Soshi Kuta, la jefa de los técnicos. Corrió hacia el estrado arrastrando un larguísimo listado. Parecía aterrorizada.

—¡Jabba! —exclamó—. El gusano… ¡Acabo de averiguar qué está programado para hacer! —Soshi le entregó el listado a Jabba—. ¡Lo he sacado de la investigación de actividades del sistema! Aislamos las órdenes de ejecución del programa. ¡Echa un vistazo a esta programación! ¡Mira lo que está planeando!

El jefe de Sys-Sec leyó el listado. Después agarró la barandilla para sujetarse.

—¡Ay, Dios! —exclamó Jabba—. Tankado… ¡Bastardo!

La fortaleza digital
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