51

Jabba parecía un gigantesco renacuajo. Igual que la criatura cinematográfica de la que había recibido el mote, el cráneo calvo del hombre era como una bola de billar. Como ángel guardián residente de todos los sistemas informáticos de la NSA, Jabba iba de departamento en departamento, haciendo retoques, soldando y reafirmando su credo de que la prevención era la mejor medicina. Ningún ordenador de la NSA se había infectado durante el reinado de Jabba, y su intención era que todo siguiera igual.

La base de Jabba era una estación de trabajo elevada que dominaba el banco de datos subterráneo ultrasecreto de la NSA. Allí era donde un virus provocaría más daños, y donde el hombre pasaba casi todo el tiempo. En aquel momento, sin embargo, Jabba estaba tomando un descanso y disfrutando de una pizza con salchichón en la cantina de la NSA. Estaba a punto de engullir la tercera, cuando sonó su móvil.

—Adelante —dijo, y tosió cuando tragó un buen bocado.

—Jabba —ronroneó una voz femenina—, soy Midge.

—¡La Reina de los Datos! —exclamó el enorme hombre. Siempre había tenido debilidad por Midge Milken. Era inteligente, la única mujer que había flirteado con Jabba—. ¿Cómo estás?

—No me quejo.

El se limpió los labios con el dorso de la mano.

—¿Estás en tu sitio?

—Sí.

—¿Quieres tomar una pizza conmigo?

—Me encantaría, pero he de vigilar estas caderas.

—¿De veras? —rió el hombre—. ¿Te importa si te ayudo?

—Qué malo eres.

—No tienes ni idea…

—Me alegro de haberte localizado —interrumpió la mujer—. Necesito consejo.

El hombre dio un largo sorbo de Dr. Pepper.

—Dispara.

—Puede que no sea nada —dijo Midge—, pero mis estadísticas de Criptografía indican algo raro. Esperaba que tú pudieras arrojar un poco de luz.

—¿Qué tienes?

Dio otro sorbo.

—Tengo un informe que dice que Transltr ha estado analizando el mismo archivo durante dieciocho horas y aún no lo ha desencriptado.

Jabba derramó parte de la bebida encima de la pizza.

—¿Cómo?

—¿Alguna idea?

Secó la pizza con una servilleta.

—¿De qué informe se trata?

—Un informe de productividad. Análisis de costes básicos.

Midge explicó a toda prisa lo que Brinkerhoff había descubierto.

—¿Has llamado a Strathmore?

—Sí. Dijo que todo va bien en Criptografía, que Transltr funciona sin problemas. Afirmó que nuestros datos eran erróneos.

—¿Cuál es el problema? Tu informe es resultado de un fallo técnico. —Midge no contestó. Jabba intuyó sus dudas. Frunció el ceño—. No crees que el informe sea erróneo, ¿verdad?

—Exacto.

—¿Crees que Strathmore está mintiendo?

—No es eso —dijo Midge con diplomacia, a sabiendas de que pisaba terreno frágil—, es que mis estadísticas nunca se han equivocado. Pensé que necesitaba una segunda opinión.

—Bien —dijo Jabba—, siento ser yo quien te lo comunique, pero tus datos están equivocados.

—¿Eso crees?

—Apostaría mi empleo. —Jabba engulló un enorme pedazo de pizza empapado en salsa y habló con la boca llena—. El tiempo máximo que le ha tomado a Transltr desencriptar un archivo ha sido tres horas. Eso incluye diagnósticos, sondeos de límites, todo. Lo único que podría colapsarlo durante dieciocho horas sería de origen viral. Sólo eso.

—¿Viral?

—Sí, una especie de ciclo redundante. Algo que se coló en los procesadores, creó un bucle y embrolló el trabajo.

—Bien, Strathmore lleva treinta y seis horas en Criptografía sin salir. ¿Es posible que esté luchando contra un virus?

Jabba rió.

—¿Strathmore lleva ahí treinta y seis horas? Pobre imbécil. Su mujer le habrá prohibido entrar en casa. Me han dicho que le está zurrando la badana.

Midge pensó un momento. Ella también lo había oído. Se preguntó si se estaba volviendo paranoica.

—Midge —resolló Jabba, y dio otro trago largo—, si el juguete de Strathmore tuviera un virus, me habría llamado. Él es listo, pero no sabe una mierda de virus. A la primera señal de problemas, habría apretado el botón del pánico, y entonces es cuando yo entro en escena. —Jabba engulló una larga tira de mozzarella—. Además, es imposible que un virus penetre en Transltr. Manopla es el mejor conjunto de filtros que he programado jamás. Es inexpugnable.

Al cabo de un largo silencio, Midge suspiró.

—¿Alguna otra idea?

—Sí. Tus datos están equivocados.

—Eso ya lo has dicho.

—Exacto.

La mujer frunció el ceño.

—¿No te has enterado de nada? ¿Nada en absoluto?

Jabba lanzó una carcajada ronca.

—Midge, escucha. Skipjack fue un fracaso. Strathmore la cagó. Pero eso fue hace tiempo. Todo ha terminado. —Siguió un largo silencio al otro lado de la línea, y Jabba se dio cuenta de que había ido demasiado lejos—. Lo siento, Midge. Sé que te llevaste muchos palos por ese error. Strathmore estaba equivocado. Sé lo que opinas de él.

—Esto no tiene nada que ver con Skipjack —dijo la mujer con firmeza.

Sí, claro, pensó Jabba.

—Escucha, Midge, no tengo nada a favor o en contra de Strathmore. El tipo es criptógrafo. Todos son una pandilla de capullos egocéntricos. Necesitaban sus datos para ayer. Cada maldito archivo es el que puede salvar el mundo.

—¿Qué me estás diciendo?

Jabba suspiró.

—Estoy diciendo que Strathmore es tan psicótico como los demás, pero también estoy diciendo que quiere más a Transltr que a su mujer. Si hubiera un problema, me habría llamado.

Ella estuvo callada mucho rato. Por fin, exhaló un suspiro reticente.

—¿Me estás diciendo que mis datos son erróneos?

Jabba rió.

—¿Hay eco ahí?

Midge lanzó una carcajada.

—Escucha —dijo él—. Envíame una orden de trabajo. El lunes le echaré un vistazo a Transltr. Y ahora lárgate. Es sábado noche. Acuéstate con alguien, o algo por el estilo.

Ella suspiró.

—Ya lo intento, Jabba, créeme. Ya lo intento.

La fortaleza digital
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