8
El Learjet 60 bimotor aterrizó en la pista abrasada por el sol. Por la ventanilla desfiló el paisaje yermo del sur de España.
—Señor Becker, hemos llegado —dijo una voz.
Becker se levantó y estiró sus miembros agarrotados. Después de abrir el compartimiento superior, recordó que no llevaba equipaje. No había tenido tiempo de hacer la maleta. Daba igual. Le habían prometido que el viaje sería breve. Ir y volver.
Mientras los motores aminoraban la potencia, el avión se alejó del sol abrasador y entró en un hangar desierto, situado en el lado opuesto de la terminal principal. Un momento después, el piloto apareció y abrió la escotilla. Becker bebió las últimas gotas de su zumo de arándanos, dejó el vaso sobre el minibar y recogió la chaqueta.
El piloto sacó un sobre grueso de un bolsillo del traje de vuelo.
—Me han computado que le dé esto.
Lo entregó a Becker. Al dorso del sobre había escrito con bolígrafo azul:
QUÉDESE CON EL CAMBIO.
Becker examinó el grueso fajo de billetes.
—¿Qué…?
—Moneda local —explicó el piloto.
—Sé lo que es —dijo Becker—, pero es… demasiado. Sólo necesito para el taxi. —Becker efectuó la conversión mentalmente—. ¡Aquí hay una cantidad equivalente a miles de dólares!
—Sólo cumplo órdenes, señor.
El piloto se volvió y entró en la cabina. La puerta se cerró detrás de él.
Becker contempló el avión, y después el dinero que sostenía en la mano. Al cabo de un momento, guardó el sobre en el bolsillo de su camisa, se puso la chaqueta y cruzó la pista. Era un comienzo extraño. Becker dejó de pensar en ello. Con un poco de suerte, llegaría a tiempo de salvar algo de su viaje a Stone Manor con Susan.
Ir y volver, se dijo. Ir y volver.
No sabía lo que le esperaba.