36

—¿Aborto manual?

Susan contempló estupefacta la pantalla.

Sabía que no había tecleado ninguna orden de aborto manual, al menos de manera intencionada. Se preguntó si habría pulsado una secuencia de teclas errónea.

—Imposible —murmuró.

Según la información que había recopilado, la orden de abortar había sido enviada menos de veinte minutos antes. Susan sabía que lo único que había tecleado durante los últimos veinte minutos era su código personal, cuando había salido a hablar con el comandante. Era absurdo pensar que el código hubiera sido interpretado como una orden de abortar.

A sabiendas de que era una pérdida de tiempo, activó el programa ScreenLock y luego introdujo su código personal cuidando de hacerlo correctamente.

—¿Qué habrá provocado un aborto manual? —se preguntó irritada.

Frunció el ceño y cerró la ventana de ScreenLock. En la fracción de segundo que tardó en cerrarse la ventana, algo llamó su atención. Volvió a abrir la ventana y estudió los datos. Era absurdo. Había la correspondiente entrada de «cerrar» cuando había salido de Nodo 3, pero el momento de la siguiente entrada de «abrir» parecía raro. Menos de un minuto separaba ambas entradas. Susan estaba segura de que había estado fuera con el comandante más de un minuto.

Susan examinó la página. Lo que vio la dejó estupefacta. Tres minutos después, un segundo bloque de entradas cerrar-abrir apareció. Según el registro, alguien había desbloqueado la terminal durante su ausencia.

—¡No es posible! —exclamó.

El único candidato era Greg Hale, y ella estaba muy segura de que nunca había dado a Hale su código personal. Siguiendo el procedimiento criptográfico correcto, Susan había elegido su código al azar y nunca lo había anotado. Era imposible que Hale hubiera adivinado la combinación alfanumérica de cinco caracteres, pues suponía más de sesenta millones de posibilidades.

Pero las entradas de ScreenLock eran tan claras como la luz del día. Las miró asombrada. De alguna manera, Hale había entrado en su terminal cuando estaba fuera. Había enviado una orden de aborto manual a su rastreador.

Las preguntas acerca del cómo dieron paso enseguida a las preguntas sobre por qué. Hale carecía de motivos para entrar en su terminal. Ni siquiera sabía que Susan estaba utilizando un rastreador. Y aunque lo supiera, pensó, ¿por qué iba a impedir que siguiera el rastro de un tipo llamado Dakota del Norte?

Tuvo la impresión de que las preguntas sin respuesta se multiplicaban en su cabeza.

—Lo primero es lo primero —dijo en voz alta. Se encargaría de Hale en su momento. Se concentró en el problema más importante, volvió a cargar el rastreador y pulsó el botón de ENTRAR. Su terminal emitió un pitido.

RASTREADOR ENVIADO

Sabía que el rastreador tardaría horas en volver. Maldijo a Hale, mientras se preguntaba cómo demonios había averiguado su código personal y qué interés tenía en el rastreador.

Se levantó y se encaminó a la terminal de Hale. La pantalla estaba en negro, pero observó que no estaba bloqueada, pues se veía un tenue brillo en los bordes del monitor. Los criptógrafos bloqueaban muy pocas veces sus monitores, excepto cuando se marchaban de Nodo 3 hasta el día siguiente. Se limitaban a disminuir el brillo de sus monitores, una indicación universal, como un código de honor, de que nadie debía manipular la terminal.

—A la mierda el código de honor —dijo Susan—. ¿Qué estás tramando?

Echó un rápido vistazo a la planta desierta de Criptografía y aumentó el brillo del monitor. La pantalla estaba vacía. Susan frunció el ceño. Sin saber muy bien qué hacer, tecleó:

BUSCAR: «RASTREADOR»

Era un tiro a ciegas, pero si había alguna referencia al rastreador de Susan en el computador de Hale, la búsqueda la encontraría. Tal vez arrojaría algo de luz sobre el motivo por el que el criptógrafo hubiera abortado el programa. Segundos después la pantalla informó.

NO SE ENCONTRÓ EL TÉRMINO BUSCADO

Susan leyó un momento la frase, sin saber siquiera lo que estaba buscando. Probó de nuevo.

BUSCAR: «SCREENLOCK»

En la pantalla apareció un puñado de referencias inocuas, ninguna indicación de que Hale guardara copias del código personal de Susan en su computador.

Suspiró en voz alta. ¿Qué programas ha estado utilizando hoy? Fue al menú de «Aplicaciones recientes» para encontrar el último programa usado. Era su servidor de correo electrónico. Susan registró el disco duro, y al final encontró la carpeta de correo electrónico oculta con discreción dentro de otros directorios. Abrió la carpeta y aparecieron más carpetas. Por lo visto, Hale poseía numerosas identidades y cuentas de correo electrónico. Una de ellas, observó Susan sin sorprenderse, era una cuenta anónima. Abrió la carpeta y luego un antiguo mensaje recibido y lo leyó.

Se quedó sin respiración al instante. El mensaje decía:

PARA: NDAKOTA@ARA.ANON.ORG

DE: ET@DOSHISHA.EDU

¡GRANDES PROGRESOS! FORTALEZA DIGITAL ESTÁ CASI TERMINADA.

¡ESTO RETRASARÁ DÉCADAS A LA NSA!

Como en un sueño, Susan leyó el mensaje una y otra vez. Después, temblorosa, abrió otro.

PARA: NDAKOTA@ARA.ANON.ORG

DE: ET@DOSHISHA.EDU

¡TEXTO LLANO ROTATORIO FUNCIONA!

¡TRUCO RESIDE EN CADENAS MUTANTES!

Era impensable, pero lo tenía ante los ojos. Correo electrónico de Ensei Tankado. Había estado escribiendo a Greg Hale. Estaban trabajando en equipo.

Susan se quedó paralizada cuando se enfrentó a la imposible verdad ante la terminal.

¿Greg Hale es NDAKOTA?

Su mirada quedó clavada en la pantalla. Buscó con desesperación alguna otra explicación, pero no había ninguna. Era la prueba, súbita e inexorable: Tankado había utilizado cadenas mutantes para crear una función de texto llano rotatorio y Hale había conspirado con él para acabar con la NSA.

—No es… —masculló Susan—. No es… posible.

Como para mostrar su desacuerdo, la voz de Hale resonó desde el pasado: Tankado me escribió algunas veces… Strathmore corrió un riesgo al contratarme… Algún día me iré de aquí.

Aun así, Susan no podía aceptar lo que estaba viendo. Sí, Greg Hale era detestable y arrogante, pero no era un traidor. Sabía las consecuencias de fortaleza digital para la NSA. ¡Era imposible que participara en una conspiración para difundirla!

Y no obstante, comprendió, no había nada que pudiera detenerle, excepto el honor y la decencia. Pensó en el algoritmo de Skipjack. Greg Hale ya había frustrado los planes de la NSA en una ocasión. ¿Qué le impediría intentarlo de nuevo?

—Pero Tankado…

¿Por qué alguien tan paranoico como Tankado confiaría en alguien tan poco fiable como Hale?

Sabía que nada de eso importaba ahora. Lo único que cabía hacer era hablar con Strathmore. Por un irónico giro del destino, tenían al socio de Tankado ante sus propias narices. Se preguntó si Hale sabía ya que Ensei Tankado había muerto.

Empezó a cerrar con rapidez los archivos de correo electrónico para dejar la terminal tal como la había encontrado. Hale no podría sospechar nada… Aún no. Cayó en la cuenta, asombrada, de que la clave de acceso de fortaleza digital debía estar escondida en aquel mismo computador.

Pero justo cuando Susan cerraba el último archivo, una sombra pasó ante la ventana de Nodo 3. Alzó la vista y vio que Greg Hale se acercaba. Sintió una descarga de adrenalina. Casi había llegado a la puerta.

—¡Maldición! —masculló, al tiempo que calculaba la distancia que la separaba de su asiento. Sabía que no lo lograría.

Se volvió con desesperación, buscando alternativas en Nodo 3. Las puertas que tenía detrás emitieron un chasquido. Susan reaccionó de manera instintiva. Hundió los pies en los zapatos y corrió hacia la despensa con grandes zancadas. Cuando las puertas se abrieron con un siseo, Susan paró ante la nevera y abrió la puerta. Una jarra de cristal que había en el estante de arriba osciló precariamente y luego se detuvo.

—¿Tienes hambre? —preguntó Hale mientras entraba en Nodo 3 y caminaba hacia ella. Su voz era serena y seductora—. ¿Quieres compartir un poco de tofu?

Susan exhaló aire y se volvió hacia él.

—No, gracias —dijo—. Creo que…

Las palabras se le atragantaron. Palideció.

Hale la miró de una forma extraña.

—¿Qué pasa?

Susan se mordió el labio y le miró a los ojos.

—Nada —consiguió articular. Pero era mentira. Al otro lado de la sala, la terminal de Hale brillaba. Había olvidado oscurecerla.

La fortaleza digital
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