21
El norteamericano que hablaba con Tokugen Numataka por la línea privada de éste parecía angustiado.
—Señor Numataka, sólo tengo un momento.
—Estupendo. Confío en que tenga ambas claves de acceso.
—Habrá un pequeño retraso —contestó el norteamericano.
—Inaceptable —siseó Numataka—. ¡Dijo que yo las tendría al final del día!
—Hay un cabo suelto.
—¿Tankado ha muerto?
—Sí —dijo la voz—. Mi hombre mató al señor Tankado, pero no consiguió la clave. Tankado se la dio a un turista antes de morir.
—¡Indignante! —vociferó Numataka—. ¿Cómo puede prometerme la exclusiva…?
—Cálmese —dijo el norteamericano—. Gozará de los derechos exclusivos. Se lo garantizo. En cuanto encontremos la clave desaparecida, fortaleza digital será suya.
—¡Pero podrían copiarla!
—Cualquier persona que haya visto la clave será eliminada.
Siguió un largo silencio. Por fin, Numataka habló.
—¿Dónde está la clave ahora?
—Por ahora le basta con saber que será encontrada.
—¿Cómo puede estar tan seguro?
—Porque no soy el único que la busca. El espionaje estadounidense se ha enterado de la existencia de la clave desaparecida. Por motivos evidentes, desean evitar la propagación de fortaleza digital. Han enviado a un hombre para encontrar la clave. Se llama David Becker.
—¿Cómo lo sabe?
—Eso es irrelevante.
Numataka hizo una pausa.
—¿Y si el señor Becker localiza la clave?
—Mi hombre se la arrebatará.
—¿Y después?
—No se preocupe —dijo con frialdad el norteamericano—. Cuando el señor Becker encuentre la clave, recibirá su merecido.