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—¡Lea la inscripción, señor Becker! —ordenó Fontaine.

Jabba estaba sudando, con las manos apoyadas sobre el teclado.

—¡Sí, léala! —dijo.

Susan Fletcher observaba, débil y pálida. Todo el mundo había dejado lo que estaba haciendo para ver la figura magnificada de David. El profesor dio vueltas al anillo entre sus dedos y estudió el grabado.

—¡Y lea con cuidado! —ordenó Jabba—. ¡Si se equivoca en un carácter, la hemos cagado!

Fontaine dirigió a Jabba una mirada de advertencia. Si en algo era experto el director de la NSA, era en situaciones tensas. Provocar más tensión nunca era prudente.

—Tranquilícese, señor Becker. Si cometemos una equivocación, volveremos a introducir el código hasta acertar el correcto.

—Mal consejo, señor Becker —saltó Jabba—. Acierte la primera vez. Por lo general, los códigos desactivadores tienen una cláusula de castigo, para evitar intentos de prueba y error. Si la entrada es incorrecta, es probable que el ciclo se acelere. Dos entradas incorrectas, y ya no habrá nada que hacer. Final del juego.

El director frunció el ceño y se volvió hacia la pantalla.

—Le pido disculpas, señor Becker. Lea con cuidado… Con sumo cuidado.

Becker asintió y estudió el anillo un momento. Después empezó a recitar la inscripción con calma.

—Q… U… I… S… espacio… C…

Jabba y Susan le interrumpieron al unísono.

¿Espacio? —Jabba dejó de teclear—. ¿Hay un espacio?

Becker se encogió de hombros y examinó el anillo.

—Sí. Un montón.

—¿Me he perdido algo? —preguntó Fontaine—. ¿A qué estamos esperando?

—Señor —dijo Susan, al parecer perpleja—, es que…

—Estoy de acuerdo —dijo Jabba—. Es extraño. Las claves de acceso nunca tienen espacios.

Brinkerhoff tragó saliva.

—¿Qué quiere decir?

—Está diciendo que tal vez no sea un código desactivador —intervino Susan.

—¡Pues claro que es un código desactivador! —gritó Brinkerhoff—. ¿Qué otra cosa podría ser? ¿Por qué lo entregó Tankado? ¿Quién graba un montón de letras al azar en un anillo?

Fontaine silenció a Brinkerhoff con una mirada autoritaria.

—Perdonen —interrumpió Becker, inseguro—. Están hablando de letras escogidas al azar. Creo que debería informarles de que… las letras de este anillo no han sido escogidas al azar.

Una exclamación ahogada colectiva se elevó del estrado.

—¿Cómo?

Becker parecía inquieto.

—Lo siento, pero yo veo palabras concretas. Admito que están muy juntas. En un primer momento, parecen grabadas al azar, pero si miras con atención ves una inscripción en… latín.

Jabba lanzó una exclamación ahogada.

—¡Me está tomando el pelo!

Becker negó con la cabeza.

—No. Dice: «Quis custodiet ipsos custodes». Una traducción aproximada sería…

—¿Quién vigilará a los vigilantes? —interrumpió Susan, acabando la frase de David.

Becker reaccionó tarde.

—Susan, no sabía que…

—Es de las Sátiras de Juvenal —precisó ella—. ¿Quién vigilará a los vigilantes? ¿Quién vigilará a la NSA mientras nosotros vigilamos al mundo? ¡Era el dicho favorito de Tankado!

—¿Es la clave de acceso o no? —preguntó Midge.

Tiene que ser —afirmó Brinkerhoff.

Fontaine guardaba silencio, como si estuviera asimilando la información.

—No sé si es la clave —dijo Jabba—. No me parece probable que Tankado utilizara una construcción no aleatoria.

—¡Omita los espacios y teclee la puñetera clave de acceso! —gritó Brinkerhoff.

Fontaine se volvió hacia Susan.

—¿Qué opina usted, señorita Fletcher?

Ella pensó un momento. No sabía qué era, pero algo no encajaba. Susan conocía lo bastante bien a Tankado para saber que era un amante de la sencillez. Sus pruebas y programaciones siempre eran cristalinas y simples. El hecho de que fuera necesario eliminar los espacios se le antojaba extraño. Era un detalle sin importancia, pero un defecto a fin de cuentas, algo indigno de Tankado.

—No lo acabo de ver claro —dijo Susan—. Creo que no es lo que buscamos.

Fontaine respiró hondo y sus ojos escudriñaron los de Susan.

—Señorita Fletcher, si no se trata de la clave de acceso, ¿por qué Tankado entregó el anillo? Si sabía que habíamos mandado matarle, ¿no cree que querría castigarnos haciendo desaparecer el anillo?

Una nueva voz interrumpió el diálogo.

—¿Director?

Todos los ojos se volvieron hacia la pantalla. Era el agente Coliander. Estaba inclinado sobre el hombro de Becker para hablar por el micrófono.

—No creo que el señor Tankado fuera consciente de que le habían asesinado.

—¿Perdón? —dijo Fontaine.

—Hulohot era un profesional, señor. Presenciamos el asesinato desde una distancia de cincuenta metros. Todas las pruebas indican que Tankado no se dio cuenta.

—¿Pruebas? —preguntó Brinkerhoff—. ¿Qué pruebas? Tankado entregó el anillo. ¡Eso basta!

—Agente Smith —interrumpió Fontaine—, ¿por qué cree que Tankado no se dio cuenta de que había sido asesinado?

Smith carraspeó.

—Hulohot le mató con una NTB, una bala traumática no invasora. Es una bala de goma que al impactar en el pecho se expande. Silenciosa. Muy limpia. El señor Tankado sólo debió sentir una punzada antes del paro cardíaco.

—Una bala traumática —musitó Becker para sí—. Eso explica la magulladura.

—Dudo que Tankado relacionara lo que experimentó en esos instantes previos a la muerte con un pistolero —añadió Smith.

—Pero entregó su anillo —dijo Fontaine.

—Es cierto, señor, pero nunca buscó a su atacante. Una víctima siempre busca a su atacante cuando le disparan. Es algo instintivo.

Fontaine se quedó perplejo.

—¿Está diciendo que Tankado no buscó a Hulohot?

—No, señor. Lo filmamos, por si quería…

—¡El filtro X-11 está en las últimas! —gritó un técnico—. ¡El gusano ha llegado a mitad de camino!

—Olvide la película —dijo Brinkerhoff—. ¡Introduzca el maldito código desactivador y acabemos de una vez!

Jabba suspiró, sereno de repente.

—Director, si introducimos el código equivocado…

—Sí —interrumpió Susan—, si Tankado no sospechó que le habían asesinado, algunas preguntas exigen respuesta.

—¿Cuánto tiempo nos queda, Jabba? —preguntó Fontaine.

Jabba miró la RV.

—Unos veinte minutos. Sugiero que utilicemos el tiempo con prudencia.

Fontaine guardó silencio durante un largo momento. Después exhaló un profundo suspiro.

—De acuerdo. Que pasen la película.

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