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—¡De ninguna manera! —gritó a la cámara el hombre del pelo corto—. ¡Tenemos órdenes! ¡Sólo somos responsables ante el director Leland Fontaine!
Fontaine parecía estar divirtiéndose.
—No saben quién soy, ¿verdad?
—¿Es que eso importa algo? —replicó el rubio enfurecido.
—Permítanme que les explique —dijo Fontaine—. He de decirles algo ahora mismo.
Segundos después los dos hombres estaban congestionados, humillándose ante el director de la NSA.
—Director —balbuceó el rubio—. Soy el agente Coliander. Éste es el agente Smith.
—Estupendo —dijo Fontaine—. Vamos a intercambiar información.
Susan Fletcher estaba sentada al fondo de la sala, en lucha continua contra la sensación de soledad que la oprimía. Lloraba con los ojos cerrados y le zumbaban los oídos. Sentía el cuerpo entumecido. La confusión que reinaba en la sala de conferencias se convirtió en un rumor sordo.
Las personas congregadas en el estrado escuchaban el informe del agente Smith.
—Siguiendo sus órdenes, director —empezó—, hace dos días que estamos en Sevilla, vigilando al señor Ensei Tankado.
—Háblenme de la ejecución —dijo Fontaine impaciente.
Smith asintió.
—La observamos desde el interior de la furgoneta, situada a unos cincuenta metros de distancia. Fue impecable. No cabe duda de que Hulohot era un profesional, pero las cosas se complicaron enseguida. Llegó gente. Hulohot no pudo apoderarse del objeto.
Fontaine asintió. Los agentes se habían puesto en contacto con él en Suramérica, para darle la noticia de que algo había salido mal, de modo que el director de la NSA interrumpió su viaje.
Coliander tomó la iniciativa.
—Seguimos a Hulohot, tal como nos había ordenado, pero no fue al depósito de cadáveres. Siguió el rastro de otro individuo. Parecía un civil. Vestía traje y corbata.
—¿Un civil? —meditó Fontaine. Tenía toda la pinta de ser una jugarreta de Strathmore, para trabajar al margen de la NSA.
—¡Los filtros FTP están fallando! —gritó un técnico.
—Necesitamos el objeto —insistió Fontaine—. ¿Dónde está Hulohot ahora?
Smith miró hacia atrás.
—Bien… Está con nosotros, señor.
Fontaine exhaló aire.
—¿Dónde?
Era la mejor noticia que había recibido en todo el día.
Smith ajustó las lentes. La cámara barrió el interior de la camioneta y enfocó dos cuerpos apoyados contra la pared del fondo. Ambos estaban inmóviles. Uno era el de un hombretón con gafas de montura metálica. El otro era un joven de pelo oscuro y camisa ensangrentada.
—Hulohot es el de la izquierda —explicó Smith.
—¿Hulohot está muerto? —preguntó el director.
—Sí, señor.
Fontaine sabía que ya habría tiempo para explicaciones más adelante. Miró los escudos que se iban desvaneciendo.
—Agente Smith —dijo con voz lenta y clara—, necesito el objeto.
Smith le miró con timidez.
—Señor, aún no sabemos de qué objeto se trata. Necesitamos más información.