75

Strathmore acariciaba la Beretta que descansaba sobre su regazo. Pese a la rabia que hervía en su sangre, estaba programado para pensar con lucidez. El hecho de que Greg Hale hubiera osado ponerle las manos encima a Susan Fletcher le enfermaba, pero su propio fallo le abrumaba todavía más. Que Susan hubiera entrado en Nodo 3 había sido idea suya. El era un experto en aislar en compartimentos estancos sus sentimientos. No afectaría a lo que debía hacer con fortaleza digital. Era el subdirector de la NSA, y hoy su trabajo era más fundamental que nunca.

Strathmore controló su respiración.

—Susan, ¿borraste el correo electrónico de Hale?

Su voz era clara y transparente.

—No —contestó ella confusa.

—¿Tienes la clave de acceso?

Ella negó con la cabeza.

Strathmore frunció el ceño y se mordisqueó el labio. Su mente no paraba de pensar. Tenía un dilema. Podía teclear la contraseña de su ascensor, y Susan se iría. Pero la necesitaba a su lado. Necesitaba su ayuda para descubrir la clave en poder de Hale. Strathmore aún no se lo había dicho, pero encontrar esa clave entrañaba un interés más que académico: era una necesidad absoluta. Estaba seguro de que podía hallar la clave él solo, pero controlar el rastreador programado por Susan ya le había planteado problemas. No iba a correr el riesgo por segunda vez.

—Susan —suspiró—, me gustaría que me ayudaras a encontrar la clave en poder de Hale.

—¿Cómo?

Ella se puso de pie con los ojos desorbitados.

Strathmore reprimió el deseo de apiadarse de ella. Era un experto negociador. El poder debía permanecer siempre inamovible. Confió en que ella le seguiría la corriente. No lo hizo.

—Siéntate, Susan.

Ella no le hizo caso.

—Siéntate.

Era una orden.

Susan siguió de pie.

—Comandante, si todavía alberga algún deseo de examinar el algoritmo de Tankado, hágalo solo. Yo quiero irme.

Strathmore inclinó la cabeza y respiró hondo. Estaba claro que la jefa de Criptografía necesitaba una explicación. Se la merece, pensó. Tomó una decisión. Susan Fletcher lo sabría todo. Rezó para no cometer un error.

—Susan —empezó—, esto no debía suceder. —Se pasó la mano por la cabeza—. Hay algunas cosas que no te he contado. A veces, un hombre en mi posición… —El comandante vaciló, como a punto de hacer una confesión dolorosa—. A veces, un hombre en mi posición se ve obligado a mentir a la gente que quiere. Hoy ha sido uno de esos días. —La miró con tristeza—. No había pensado decirte lo que voy a revelarte… Ni a ti ni a nadie…

Ella sintió un escalofrío. El semblante del comandante era muy serio. Por lo visto no conocía todos sus secretos. Se sentó.

Siguió una larga pausa, mientras Strathmore clavaba la vista en el techo y se serenaba.

—Susan —dijo por fin con voz frágil—, no tengo familia. —Volvió a mirarla—. Mi matrimonio ha terminado. El amor por este país ha sido toda mi vida. Trabajar en la NSA ha sido mi vida.

Ella escuchaba en silencio.

—Como tal vez habrás adivinado —continuó—, pensaba jubilarme pronto. Pero quería hacerlo con orgullo. Quería jubilarme sabiendo que dejaba huella.

—Ya la ha dejado —se oyó decir Susan—. Usted construyó Transltr.

Fue como si Strathmore no la oyera.

—Durante estos últimos años nuestro trabajo ha sido cada vez más duro. Hemos plantado cara a enemigos de cuya existencia nunca habíamos sospechado. Estoy hablando de nuestros propios ciudadanos. Los abogados, los fanáticos de los derechos civiles, la EFF. Todos han desempeñado su papel, pero hay algo peor. La gente. Ha perdido la fe. Se ha vuelto paranoica. De pronto nos considera enemigos. Gente como tú y yo, gente que sólo piensa en los intereses del país, hemos de luchar por nuestro derecho a servir a Estados Unidos. Ya no somos personas que luchan por la paz. Somos espías, voyeurs, violadores de los derechos del pueblo. —Strathmore exhaló un suspiro—. Por desgracia, en el mundo hay personas ingenuas, personas incapaces de imaginar los horrores a los que deberían hacer frente si nosotros no interviniéramos. Creo que es nuestro deber salvarles de su ignorancia.

Susan esperó a que continuara.

El comandante miró al suelo con aspecto cansado y luego levantó la vista.

—Escúchame, por favor —dijo y le dedicó una sonrisa afectuosa—, debes de estar deseando que me calle, pero escúchame. Hace dos meses que estoy interceptando el correo electrónico de Tankado. Como puedes imaginar, me llevé una sorpresa cuando leí sus mensajes a Dakota del Norte sobre un algoritmo indescifrable llamado fortaleza digital. No creí que fuera posible. Pero cada vez que interceptaba un nuevo mensaje, Tankado parecía más y más convincente. Cuando leí que había utilizado cadenas de mutación para programar texto llano rotatorio, comprendí que se hallaba a años luz de nosotros. Era una vía inédita.

—¿Para qué? —preguntó Susan—. Es absurdo.

Strathmore se levantó y empezó a recorrer la habitación sin dejar de vigilar la puerta.

—Hace unas semanas, cuando me enteré de la subasta de fortaleza digital, acepté por fin el hecho de que Tankado hablaba en serio. Supuse que si vendía el algoritmo a una empresa de software japonesa estábamos acabados, de modo que me puse a pensar en una forma de impedirlo. Consideré la posibilidad de ordenar eliminarle, pero debido a la publicidad que rodeaba al algoritmo y sus recientes afirmaciones acerca de Transltr, pensé que seríamos los principales sospechosos. Fue entonces cuando lo comprendí. —Se volvió hacia Susan—. Comprendí que no debíamos abortar fortaleza digital.

Ella le miró desorientada.

Strathmore prosiguió.

—De repente comprendí que fortaleza digital era la oportunidad de nuestra vida. Me di cuenta de que, con unos pocos cambios, nos podía favorecer antes que perjudicar.

Susan nunca había oído algo tan absurdo. Fortaleza digital era un algoritmo que no se podía desencriptar. Les destruiría.

—Si pudiéramos efectuar algunos cambios en el algoritmo —continuó Strathmore— antes de que sea puesto en circulación…

La miró con un brillo astuto en los ojos.

Susan sólo tardó un instante en comprender.

Strathmore captó el asombro en sus ojos. Explicó su plan con entusiasmo.

—Si pudiera obtener la clave de acceso, conseguiría desbloquear nuestra copia de fortaleza digital e introducir una modificación.

—Una puerta trasera —dijo Susan, olvidando que el comandante le había mentido. Experimentó una oleada de expectación—. Como Skipjack.

El asintió.

—Después podríamos sustituir el archivo de Tankado en Internet por nuestra versión alterada. Como fortaleza digital es un algoritmo japonés, nadie sospecharía que la NSA había participado en ello. Nos bastaría con dar el cambiazo.

Susan comprendió que el plan era más que ingenioso. Era puro… Strathmore. ¡Planeaba facilitar la liberación de un algoritmo que la NSA pudiera desencriptar!

—Acceso total —dijo él—. Fortaleza digital se convertirá de la noche a la mañana en la norma de encriptación.

—¿De la noche a la mañana? —preguntó Susan—. ¿Cómo piensa hacerlo? Aunque fortaleza digital sea accesible a todo el mundo gratis, la mayoría de usuarios se aferrarán a sus viejos algoritmos, por pura comodidad. ¿Por qué iban a cambiar a fortaleza digital?

Strathmore sonrió.

—Muy sencillo. Tenemos un fallo de seguridad. Todo el mundo se entera de la existencia de Transltr.

Ella se quedó boquiabierta.

—Absolutamente sencillo, Susan, permitimos que la calle sepa la verdad. Decimos al mundo que la NSA tiene un ordenador capaz de desencriptar todos los algoritmos, excepto fortaleza digital.

Susan estaba asombrada.

—De manera que todo el mundo se apunta a fortaleza digital… ¡Sin saber que podemos romper el código!

Strathmore asintió.

—Exacto. —Siguió un largo silencio—. Siento haberte mentido. Intentar reprogramar fortaleza digital es muy complicado, y no quería implicarte.

—Entiendo —contestó ella dándole vueltas a la idea en la cabeza—. No miente nada mal.

Strathmore lanzó una risita.

—Años de práctica. Mentir era la única forma de mantenerte alejada de la añagaza.

Susan asintió.

—¿La añagaza es muy grande?

—La estás mirando.

Ella sonrió por primera vez desde hacía una hora.

—Temía que dijera eso.

El hombre se encogió de hombros.

—Una vez fortaleza digital esté controlado, informaré al director.

Susan estaba impresionada. El plan de Strathmore era un golpe de inteligencia global de una magnitud nunca imaginada antes. Y lo había llevado a cabo sin ayuda. Daba la impresión de que podía rematar la jugada. La clave de acceso estaba en Criptografía. Tankado había muerto. Habían localizado a su socio.

Susan hizo una pausa.

Tankado ha muerto. Parecía muy conveniente. Pensó en todas las mentiras que Strathmore le había contado y sintió un repentino escalofrío. Miró con inquietud al comandante.

—¿Mató usted a Ensei Tankado?

Strathmore la miró sorprendido. Negó con la cabeza.

—Claro que no. No había ninguna necesidad de matarlo. De hecho preferiría que estuviera vivo. Su muerte podría arrojar sospechas sobre fortaleza digital. Quería que este cambio se produjera de la manera más rápida y discreta posible. El plan original consistía en efectuar el cambio y dejar que Tankado vendiera su clave.

Susan tuvo que admitir la lógica de la argumentación. Tankado no hubiera tenido motivos para sospechar que el algoritmo colgado en Internet no era el original. Nadie tenía acceso, salvo él y Dakota del Norte. A menos que Tankado hubiera vuelto a estudiar la programación después de que el algoritmo fuera liberado, nunca sospecharía la existencia de la puerta trasera. Había trabajado en fortaleza digital durante tanto tiempo, que tal vez no hubiera querido saber de la programación nunca más.

Asimiló toda la información. De pronto comprendió por qué el comandante necesitaba tanta privacidad en Criptografía. La tarea que le ocupaba exigía tiempo y delicadeza: programar una puerta trasera secreta en un algoritmo complejo y efectuar un cambio indetectable en Internet. El secretismo era de importancia capital. La sola insinuación de que fortaleza digital había sido manipulada podía arruinar el plan del comandante.

Sólo ahora comprendió por qué había decidido dejar que Transltr siguiera en funcionamiento. ¡Si fortaleza digital iba a ser el nuevo niño mimado de la NSA, Strathmore quería asegurarse de que era imposible desencriptarlo!

—¿Aún te quieres marchar? —preguntó el comandante.

Ella le miró. El hecho de estar sentada en la oscuridad con el gran Trevor Strathmore había disipado sus temores. Reprogramar fortaleza digital ofrecía la posibilidad de hacer historia, de hacer un bien increíble, y podía brindar su ayuda a Strathmore. Susan forzó una sonrisa reticente.

—¿Qué haremos ahora?

Strathmore sonrió. Apoyó una mano sobre su hombro.

—Gracias. Bajaremos juntos. —Alzó su Beretta—. Tú investigarás la terminal de Hale. Yo te protegeré.

La idea de bajar erizó el vello de Susan.

—¿No podemos esperar a que David nos avise de que tiene la copia de Tankado?

Strathmore sacudió la cabeza.

—Cuanto antes hagamos el cambio mejor. No tenemos garantías de que David encuentre la otra copia. Si por alguna casualidad el anillo cae en las manos equivocadas, prefiero que ya hayamos efectuado el cambiazo del algoritmo. Así, quien termine localizando la clave de acceso descargará nuestra versión del algoritmo. —Strathmore aferró su pistola y se levantó—. Hemos de ir a buscar la clave que tiene Hale.

Susan guardó silencio. El comandante tenía razón. Necesitaban la clave de Hale. Y la necesitaban ya.

Cuando se levantó, notó que las piernas le fallaban. Ojalá hubiera golpeado a Hale con más fuerza. Miró el arma de Strathmore y sintió náuseas de nuevo.

—¿De veras dispararía a Hale?

—No. —Strathmore frunció el ceño y se encaminó hacia la puerta—. Pero esperemos que él no lo sepa.

La fortaleza digital
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