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Un taxi esperaba ocioso ante la terminal del aeropuerto de Sevilla con el contador en marcha. El pasajero de las gafas con montura metálica miraba por las ventanas de la terminal iluminada. Sabía que había llegado a tiempo.
Vio a una chica rubia. Estaba ayudando a David Becker a sentarse en una silla. Al parecer, a Becker le dolía algo. Aún no sabe lo que es el dolor, pensó el pasajero. La joven sacó un pequeño objeto del bolsillo. Becker lo sostuvo en alto y lo examinó a la luz. Después lo deslizó en su dedo. Extrajo un fajo de billetes del bolsillo y pagó a la chica. Hablaron unos minutos más y después ella le abrazó. Se despidió con un ademán, colgó al hombro su bolsa y empezó a cruzar el vestíbulo.
Por fin, pensó el hombre del taxi. Por fin.