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—¿Qué? —soltó Midge con incredulidad—. ¿Strathmore dice que nuestros datos son erróneos?
Brinkerhoff asintió y colgó el teléfono.
—¿Niega que Transltr se ha atascado con un archivo durante dieciocho horas?
—Se mostró muy tranquilo —sonrió Brinkerhoff, complacido por haber sobrevivido a la llamada—. Me aseguró que Transltr estaba funcionando bien. Dijo que estaba descifrando códigos cada seis minutos, incluso mientras hablábamos. Me dio las gracias por avisarle.
—Miente —replicó Midge—. Hace dos años que examino las estadísticas de Criptografía. Los datos nunca se equivocan.
—Siempre hay una primera vez —dijo el hombre.
Ella le dirigió una mirada de desaprobación.
—Repasé los datos dos veces.
—Sí, pero ya sabes lo que dicen de los ordenadores. Cuando fallan, al menos son coherentes.
Midge se volvió y le miró.
—¡Esto no es divertido, Chad! El subdirector acaba de decir una mentira flagrante. ¡Quiero saber por qué!
De pronto, Brinkerhoff se arrepintió de haberla advertido. La llamada de Strathmore la había sacado de quicio. Desde Skipjack, siempre que Midge presentía que algo sospechoso estaba pasando, se convertía de seductora en arpía. No había forma de detenerla hasta que averiguaba lo que pasaba.
—Midge, es posible que nuestros datos fallaran —dijo con firmeza—. Piénsalo bien. ¿Un archivo que colapsa Transltr dieciocho horas? Inaudito. Vete a casa. Es tarde.
Ella le dedicó una mirada altiva y tiró el informe sobre la mesa.
—Confío en los datos. El instinto me dice que son ciertos.
Brinkerhoff frunció el ceño. Ni siquiera el director cuestionaba las intuiciones de Midge. Poseía la rara habilidad de tener siempre razón.
—Algo está pasando —declaró—. Y pienso averiguar qué es.