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Fontaine entró en la sala de conferencias como una exhalación, seguido de Brinkerhoff y Midge.
—¡Mire! —dijo con voz estrangulada Midge al tiempo que señalaba la ventana.
Fontaine miró las luces estroboscópicas de la cúpula de Criptografía. Se quedó de una pieza. Esto sí que no formaba parte del plan.
—¡Parece una discoteca! —barbotó Brinkerhoff.
Fontaine intentó extraer algún sentido de lo que veía. Durante los pocos años que Transltr llevaba en funcionamiento nunca había sucedido esto. Se está sobrecalentando, pensó. Se preguntó por qué Strathmore no lo había desconectado. Sólo tardó un segundo en tomar una decisión.
Agarró un teléfono de la mesa y tecleó la extensión de Criptografía. El receptor empezó a emitir pitidos como si la extensión no funcionara.
Fontaine colgó con violencia.
—¡Maldita sea!
Descolgó de nuevo al instante y marcó el número del móvil de Strathmore. Esta vez la línea empezó a sonar.
El móvil del comandante sonó seis veces.
Brinkerhoff y Midge miraron a Fontaine mientras daba vueltas en torno a la mesa, la distancia que le permitía el cable, como un tigre sujeto a una cadena. Al cabo de un minuto el rostro de Fontaine enrojeció de rabia.
Volvió a colgar.
—¡Increíble! —exclamó—. ¡Criptografía está a punto de saltar por los aires y Strathmore no contesta el teléfono!