Luto y viola de Nápoles
Hace referencia al asunto don Juan de Malara en su Filosofía vulgar, y yo compongo la historia completa, y creo que acierto en gran parte.
Había en Murcia, allá por el XVI, una viuda llamada doña Sol Fajardo —del linaje de los Fajardo de Santa Marta de Ortigueira, que poblaron allí cuando Alfonso X, y de la familia del señor Saavedra y Fajardo, docto en ciencia política—, y que ya desde niña y mozuela cantaba con mucho gusto, aprendiendo pronto a acompañarse con guitarrillo, y era una delicia escucharla. Con tanta gracia enamoró a un pariente suyo, con el que casó, y que le regaló en vísperas de boda una viola de Nápoles, trasteada de plata y decorada con conchas finas palermitanas. En las veladas de sus salones daba conciertos doña Sol, y no se oía en Murcia ave de más dulce canto. Al señor marido le vinieron unas fiebres traspuestas, que hicieron crisis a la séptima sangría con un desmayo vespertino, del que no pudo salir. Viuda quedó doña Sol, y fue fuerza enfundar la viola de Nápoles, y el guitarrillo andaluz de los años mozos. Y todos dijeron que, pese a los veintinueve años de su edad, quedaba viuda muy moza por lozana.
Pasó el año primero del luto que entonces se estilaba, que llamaban de recibo, y pasó otro año del que llamaban de consuelo, antes de entrar en los cinco que seguían, titulados de recuerdo, y aún quedaban los dos de alivio. Que éstos eran entonces los lutos hispánicos, siete de rigor y dos de alivio. Pero doña Sol no tenía hijos, y se aburría, y consultó con graves confesores y personas de calidad, quienes no vieron inconveniente alguno en que dos veces a la semana, jueves y domingos, doña Sol tocase la viola de Nápoles y el guitarrillo andaluz, con tal de que fuese a solas, en su cámara, no se la oyese desde la calle, y las canciones tirasen a triste. Y así, poco después de terminar el año de consuelo, ya estaba música y cantora doña Sol. Un caballero amigo suyo, llamado don Pedro de Gomara, si bien por el luto no le estaban permitidas visitas a doña Sol, le mandaba de regalo por mano de una tía suya canciones nuevas, que decía recién llegadas de Toledo y de Sevilla, y todas eran con letra, que parecía estuviese de moda, de quejas de lo sola que queda la que enviuda moza, y las largas noches y frías sombras; con lo cual a la viuda le fue entrando lo que hoy llamaríamos el complejo de la soledad. Y un día doña Sol mandó recado a don Pedro para que le explicase, por escrito, eso sí, una de las letras de la dolorida soledad, que no entendía bien la glosa. Don Pedro se equivocó en la explicación, perdió la letra, mandó recados con jabones de olor y pasta de membrillo, y finalmente lo recibió la viuda sentada en un cojín, para que estudiasen juntos la canción…
No hace falta decir que don Amor vino. Ya lo dijo el Arcipreste:
«Don Amor a Ovidio leyó en la escuela
que non á mujer en el mundo nin grande nin moçuela
que trabajo e servicio non la traya a la espuela…»
Se amaron y se casaron. Y doña Sol Fajardo escandalizó a Murcia mandando a paseo los cinco años de recuerdo y los dos de alivio de sus lutos. Y no guardaron la costumbre de vestir el marido de negro por los años que le faltaban por cumplir a la viuda. Y circuló por Murcia el refrán que cita Malara, que más tarde anduvo en verso:
«Viuda que pide tocar viola, galán añora, y se muere sola».
FIN