Don Hercoleo en la Luna
Repasando notas de lecturas de libros de caballerías, no encuentro que haya ido a la Luna nadie más que don Hercoleo de Linda, el cual era sobrino segundo de Palmerín de Inglaterra y primo del Imperante Calobrón de Hircania. Linda, según el profesor Palazuelos, es nada menos que la muy noble ciudad de Orleans, y el río Luario que allí pasa muy sosegadamente bajo dos puentes gemelos es el Loira, el río real de Francia, fleuve de sable et de gloire. Don Hercoleo fue a la Luna muy contra su voluntad; se equivocó de caballo en las cuadras de su primo Calobrón y montó al alado del nigromante Terusindo, sabio atrabiliario y anglófobo de casta caldea y teúrgica, en vez de su alazán cordobés: «Terusindo pasaba en la Luna las lunas llenas, y su caballo no sabía otro viaje; no bien lo montó don Hercoleo, salió relinchante para las pampas selenitas».
Don Hercoleo de Linda en la Luna no lo pasó mal; encontró a una viuda joven y hermosa, encerrada en una caja de cristal por la maligna y colorada serpiente Salomera, llamada así porque la creó Salomón una tarde, por juego, combinando las letras del Nombre Inefable. Cosas como éstas hacían, con cierta frecuencia, los instruidos en los Libros, la Mishna, la Ghemara y el Midrashin, las reglas de Gematría, de Notricón y de Temurah, los alfabetos místicos: Atbash, Atbach, Albam, Aiakbechar, Tashrak… Dos discípulos del gran Hillel, Rabi Oshayah y Rabi Chaneanah, después de haber estudiado el Libro de la Creación, crearon una vaca, cuya comieron inmediatamente. Rabi Yochanan ben Zacai, gracias a diversas combinaciones del Nombre, creó animales vivos y frutos. Algún día contaré una hermosa historia de la que fue protagonista este sabio, y que viene en el Libro Bava Bathra del Seder Nezikin del Talmud de Jerusalén.
Estábamos en que la serpiente Salomera la creó Salomón, y como comenzó a crecer desmesuradamente, y se temía que ocupase toda la Tierra, el rey sabio logró ponerla en la Luna.
Pero una vez en la Luna la serpiente se redujo de tamaño: se quedó en once varas castellanas de largo y el grosor proporcionado.
Don Hercoleo la decapitó, rompió la caja de cristal, libertó a la viuda, la enamoró, y como comenzaba a menguar la Luna, aterrizó en el caballo de Terusindo, con la dama a la grupa. Casó a la pareja el obispo de Constantinopla, y estaba presente Calobrón, con su barba color de la zanahoria y sus sabuesos, que olían el jabalí a cien leguas y no obedecían órdenes más que en lengua griega. También estaba allí Terusindo, y fabricó para las bodas el famoso bálsamo colirión crestoteo, que como la etimología griega indica, concede ánimo bondadoso al que lo bebe; en este caso de Terusindo, durante siete días.
La Luna adonde llegó Hercoleo es un inmenso herbazal y el agua que allá se bebe es la de lluvias. No vio el héroe a ningún indígena, pero admite que los hay y que Terusindo tiene trato con ellos. Toda la Luna está llena de grandes piedras con inscripciones en alfabetos extraños, y entre esas piedras las hay con letras de oro. Don Hercoleo, la verdad sea dicha, no sabía leer. Fueron muy escasos los andantes caballeros que no eran analfabetos: Amadís, los dos Palmerines, don Clarisel de las Flores, don Quijote de la Mancha; éste, quizás, el más letrado de todos. A don Galaz había que leerle las cartas, y Guarinos de los Mares, el almirante carolingio, tiene que esperar dos días a que venga de París el enano Cerlon, para enterarse de un mensaje que le manda Barba Florida desde Aquisgrán… Lo que contrasta con el caballo de Ganelón, que habla en latín, y con el perro de la Infanta Sin Silla, que sabe que lo que están cantando las doncellas en la antecámara es del Arte de Amar de don Ovidio. Las inscripciones lunares han sido hechas por caldeos, y allí está la Historia, desde el día primero al último, y según profecías. Terusindo gustaba de leer las inscripciones en las que viene declarada la destrucción de Inglaterra por los algarbianos, una especie de moros que tienen una boca en la frente y escupen por ella una ardiente agua, que corroe las ánglicas armaduras. Los algarbianos tienen plumas donde los cristianos tenemos pelo. Su solar es donde estuvo, antaño, la famosa ciudad de Troya.