Prólogo

El viaje fue quizás una de las primeras manifestaciones o consecuencias de la pérdida del Paraíso. El castigo más inmediato a causa de la desobediencia del mandato divino. J. García Mercadal afirma que ésta es una de las más remotas actividades de los hombres. El viaje, en sus diferentes y múltiples acepciones semánticas, significa la búsqueda de un cambio interior permanente a través de la variabilidad continua de nuestro entorno. De alguna manera la expulsión de ese útero materno provocó en el individuo la pérdida de sí mismo como medida de lo inmenso. Gastón Bachelard escribe en este sentido: «en cuanto estamos inmóviles, estamos en otra parte; soñamos en un mundo inmenso. La inmensidad es el movimiento del hombre inmóvil». Pero cómo permanecer inmóvil, verdadero estado de aproximación a aquella felicidad perdida, si el viaje, a decir de C. G. Jung, es la manifestación simbólica de la insaciabilidad de un deseo ante su reiterado desencuentro.

La culturización del éxodo, también huida violenta, fue la de entender el viaje como transformación vital, punto iniciático, salida al encuentro de la luz desde el rincón oscuro del castigo. Todo ello se realizó paralelamente a la modificación habitual de las estaciones.

La mayoría de los medios que se utilizan para llevarlo a cabo, pueden intercambiarse simbólicamente con la gruta, la casa, o lo que Bachelard denomina «morada íntima» o «nuestro rincón del mundo». Elíade hace un parangón entre cuerpo-casa-cosmos. La casa constituye, por tanto, «entre el microcosmos del cuerpo humano y el cosmos, un microcosmos secundario, un término medio cuya configuración iconográfica es, por eso mismo, muy importante en el diagnóstico psicológico y psicosocial». Esa idea de la casa, del refugio primero, de la cuna, se traslada a la barca, el carro, o más contemporáneamente al automóvil o el avión, porque otra de las cosas que sacralizan un lugar es su «cierre».

Todo viaje de vivos es un poco un viaje de fantasmas. Bachelard incluso observa en esta manifestación uno de los arquetipos más claros de la muerte. Uno de los pueblos navegantes por excelencia, los fenicios, surcaban constantemente la ruta de Menfis. Allí se iniciaban en el conocimiento de los hierofantes sagrados. Pensaban que así tendrían los suficientes conocimientos como para leer en El Libro de los muertos el viaje a ultratumba. El viaje siempre está amenazado por ese accidente, por la presencia de lo desconocido que nos arrojaría fuera de esa reconstrucción del receptáculo primigenio.

El viajero entonces, en la mayoría de los casos, es un peregrino, o como Álvaro Cunqueiro lo denomina (se autodenomina) en sus artículos, un pasajero. Una de las definiciones más clásicas del mismo nos la ofrece Dante Alighieri, quien, en sus obras, es uno de los autores que más referencias hace del camino de Compostela. Para el autor de La Divina Comedia, el peregrino podría clasificarse de dos formas. En un sentido amplio lo sería todo aquel que «está fuera de su patria». En un sentido más concreto, el título de peregrino sólo lo ostentarían aquellos que iban camino de la «Casa» del Apóstol Santiago, o retornaban de ella.

Si, como hemos visto, parece ser que la mayoría de los estudiosos coinciden en que nuestra patria inicial es el claustro materno, «la vida no es más que la separación de las entrañas de la tierra, la muerte se reduce a un retorno al hogar». Todo ser nacido es, de por sí, un pasajero que deambula camino de su principio-fin, al menos temporal. El autor de esta definición del peregrino, a diferencia de otros coterráneos suyos que acudieron casi de inmediato a este nuevo omphalos, no estuvo nunca en este Finisterre (Dante utiliza además una serie de creencias típicamente jacobeas tales como la costumbre de llamar «Galassia» a la Vía Láctea, el itinerario celeste que conduce directamente a la tumba apostólica. A través de ella se guía a los peregrinos durante la noche, quello bianco cerchio che il volgo chiama la vía di Santo Jacopo. En este sentido es muy interesante consultar el libro de Paolo Caucci, Las peregrinaciones italianas a Santiago, Porto y Cía Editores, 1971). Sin embargo, en el «Paraíso», Canto XXV, evoca el coro de los apóstoles rodeando el trono de Dios. Una luz vibra con especial hálito sobre uno de ellos y Beatrice, su signora y guía, piena de letizia, le dice:

mira, mira: ecco il barone

per cui la giù si visita Galizia.

La traducción de Ángel Crespo es la siguiente:

Después hacia nosotros vino un fuego

de la esfera en que estuvo la primicia

de los nuncios de Cristo; y, con sosiego,

la dama mía, y llena de leticia,

me dijo: «Mira, mira: está llegando

el barón por el cual se va a Galicia».

Pero en este viaje del peregrino habría que ver cuál es el elemento sustitutorio del simbolismo claustral, pues el protagonista de éste es fundamentalmente un caminante ajeno a cualquier medio de locomoción que no sea el de sus propios músculos. Las conchas cumplen esta función. Son la manifestación, para Elíade, de lo acuático, de la sed, del conocimiento, de la fertilidad. Bachelard escribe: «La imaginación no solamente nos invita a volver a nuestra concha para vivir en ella el verdadero retiro, la vida arrebujada, la vida replegada sobre sí misma, todos los valores del reposo».

Álvaro Cunqueiro es notario de su propio pasar a lo largo de una geografía que le es conocida, o al menos —como en el caso de Bretaña— intuyó antes de vivirla físicamente. En ella encuentra retazos de esa felicidad perdida. Pero no es un peregrino solitario, sino que va acompañado del recuerdo real o imaginario de otros que a lo largo de los tiempos cumplieron este mismo ciclo de eterno retorno. El viaje para Cunqueiro está tanto en descubrir lugares nuevos, como en recordar la huella de otros antecesores en aquellos mismos sitios. Así, el viajero, para el autor de Las crónicas del Sochantre, tiene mucho de físico y no poco de carga cultural. Es el continuador de una estela que ya otros muchos recorrieron con anterioridad. Su ensoñación inmóvil de un mundo sin límites debe ir acorde a su esfuerzo motriz.

Los artículos periodísticos de Cunqueiro relacionados con los viajes pueden clasificarse en dos grandes bloques. Al primero pertenecen aquéllos en los que deja constancia de su propia experiencia personal y directa con el ámbito descrito. La vivencia cultural y literaria se filtra copiosa e intermitentemente. Son artículos en los que se recorre minuciosamente la geografía gallega, y también varias zonas del mapa español desde León hasta las Baleares, pasando por Castilla. Con respecto a Europa, Álvaro Cunqueiro nos habla casi siempre de Francia, Italia, algunos países nórdicos y otros varios lugares insertos más en una cartografía medieval que la propiamente europea de nuestro siglo.

El tema del viaje, a veces estático, es algo omnipresente en toda su obra literaria. Recordemos aquí solamente algunas de sus narraciones más celebradas como, por ejemplo, Las mocedades de Ulises o Cuando el viejo Simbad vuelva a las islas. Sobre su tierra, Cunqueiro escribió diversos libros, pero ninguno con las características que apuntamos aquí. Los otros textos viajeros de este escritor son guías para los demás, los otros; mientras que estos artículos reflejan una muy particular guía espiritual en unos años difíciles para sí mismo. Cunqueiro, a través de estos artículos, redescubre su propia geografía íntima. Cunqueiro se mira en los objetos menudos, en la naturaleza del lugar, en las historias locales, las leyendas, usos mitológicos populares, en el clima, la luz, la orografía y las fuerzas de la naturaleza. La geografía de Galicia, de manera tan pormenorizada y concreta como nos la ofrece en esos trabajos, representa no más que los vericuetos de su propio microcosmos. Cunqueiro busca una enseñanza, una fuente de inspiración, recorriendo en primer lugar el extremo occidental de lo que por muchos siglos fue el fin de la tierra conocida, donde el sol muere, donde abundan los valles fluviales hundidos, donde las rocas son las más antiguas de Occidente, «y sobre ellas crece la retama y el tojo, el viejo ulex europeo de flores doradas (…), donde Puck, el espíritu amigo de Oberón, coge la hierba de enamorar, donde ambos oyeron un día cantar a una sirena acostada al lomo de un delfín, la hierba que hoy los que piden amor van a encontrarla a San Andrés de Teixido…»

Cunqueiro, del resto de los lugares que visita, tanto de España como de Europa, recoge aquellos aspectos que le sirven para completar la visión de su tierra natal. Geografías y literaturas que, aunque distantes a veces, tienen siempre un vínculo de unión a través de un hecho histórico o cultural. En realidad, Cunqueiro jamás se aleja de Galicia, su mapa siempre lo superpone al de los otros lugares.

El otro gran bloque, al que pertenece este libro, está formado por aquellos artículos en los que el viaje se convierte en un elemento sin una referencia específica. No hay un principio ni fin en el mismo. Vagabundos imaginarios o creados por la ficción literaria recorren un mapa fantástico que quizás alguna vez existió. Hacia esa meta sin fin encaminan sus pasos. Cunqueiro delega en ellos su capacidad de fabulación. Las fuerzas de la naturaleza —aliadas o contrarias— desempeñan un papel fundamental. A veces, muchas de ellas se encuentran en igual deriva. Finalmente surge siempre la misma pregunta: ¿Qué es más real, el mundo que se vive, o el que imaginamos?

Yo creo que el término exacto está justamente en la capacidad de enajenación del primero. Cunqueiro la tenía en grandes dosis y supo administrarla.

Los artículos aquí reunidos constituyen, en realidad, una amplísima antología de otros muchos imposibles de incluir en un volumen de estas dimensiones. Una selección de los que, a entender del antólogo, reúnen un mayor interés. Prácticamente, el resto son magníficas variaciones sobre los mismos temas. De todas formas, como en el caso de Tesoros y otras magias, o en el de los tomos futuros que seguirán rescatando la dispersa obra periodística de Álvaro Cunqueiro de una manera temática —única fórmula viable tanto desde el punto de vista editorial como de atracción para el lector amplio al que siempre se dirigía el articulista—, están abiertos a la incorporación a posteriori (quizás en las próximas ediciones, de haberlas, o en una presumible y necesaria Obra completa de su labor en castellano, dado que la realizada en su lengua materna está siendo llevada a cabo por la Editorial Galaxia) de otros nuevos escritos o de la totalidad de los mismos. Sin embargo, el trabajo de selección, cuando de artículos se trata y no sólo de Cunqueiro, sino también de otros escritores-periodistas, evita la recurrencia o reiteración de ciertos datos o anécdotas ejes que, en el caso de nuestro escritor, como en el de tantos otros (recuerdo ahora el de Wenceslao Fernández Flórez, cuya gran parte de su ingente labor periodística está inédita), compone ya una característica ineludible de su estilo.

Estas recurrencias no eran conscientes, sino que respondían —ni más ni menos— a la fidelidad del autor para con sus temas y obsesiones más queridas. Igualmente son producto inevitable de la prolífica y magistral labor llevada a cabo como articulista, colaborador habitual y paralelo en varios periódicos y revistas al unísono.

Hay que resaltar los aspectos coloquiales de los artículos cunqueirianos. El autor de Merlín y familia habla con sus lectores, se dirige a ellos directamente, contesta cartas. Incluso llega a escribir de temas que éstos le han propuesto. Cunqueiro traslada la charla de café al papel impreso. La soledad diaria del escritor se ve de esta manera aminorada con esta conversación casi diaria que mantiene con miles de tertulianos. De ahí uno de sus éxitos. Éste se agranda cuando el medio para el que escribe es un periódico de provincias. Entonces es cuando Cunqueiro llega a una complicidad más íntima con su interlocutor, dado que a muchos de ellos los ha conocido personalmente. Cunqueiro escribe diariamente, charla. De este trabajo cotidiano de improvisación surgen las ideas, las materias para sus obras narrativas. El motivo se lo dan las noticias del día que son las mismas, aunque transformadas o añadidas por el tiempo, de ese mismo día en años o siglos diferentes.

Al denominar «La naturaleza y los caminos» al primer apartado de estos Viajes imaginarios y reales, quise dejar constancia del panteísmo vital y del hilozoísmo cunqueiriano. El viajero o el peregrino no es el único ser vivo que se enfrenta con un espacio cambiante, por el contrario: todo aquello aéreo o terrenal surcado tiene su propio devenir. Así los vientos, las lluvias, los diferentes signos celestes están sometidos a sus normas. El hombre, un elemento más del universo, está abandonado al azar suyo y al de los demás. Cunqueiro no perdió jamás la relación sacral con las fuerzas de la naturaleza. Se horroriza de que el árbol sobre el que Merlín hizo la terrible profecía pueda ser violentado por el hombre moderno, víctima de su afán racionalista, o que espacios sagrados como, por ejemplo, el de la laguna Antela, hayan sido desecados. A pesar de todo, la imaginación es siempre fértil y por eso los «Viajes imaginarios». Un país perdido en la memoria de los hombres, reconstruido tantas veces, el país de utopía, el país de los sueños, ¿el Paraíso perdido en la memoria de los hombres?

El artículo de viajes, ya que no crónica, apenas se diferencia de las características comunes y originales que instituyó su propio autor. De un hecho real, en este caso una localización física determinada (real o imaginaria), se pasa inmediatamente a un discurso a lo largo de una historia muy particular, tan verídica en cuanto a aquellos sucesos que posiblemente acontecieron como en cuanto a otros muchos producto de la divagación personal de antiguas plumas. Los conocimientos del escritor son sin duda excepcionalmente extensos y variados. Provienen de sus lecturas inabarcables de libros de botánica antigua, zoología, antropología, historia de las religiones, etc. Pero no nos olvidemos de que también Cunqueiro es un inventor de personajes, lugares, o acontecimientos que solamente pasaron por su cabeza, aunque hoy ya sean patrimonio cultural de todo un pueblo.

Dado que el propio autor jamás guardó copia de sus escritos, ni siquiera de los artículos ya publicados en los periódicos o revistas, la recuperación e identificación de los mismos es tarea harto complicada y difícil. Es por ello por lo que, aunque la mayoría de los artículos aquí recogidos y reordenados llevan a pie de página su ficha de publicación y procedencia, a algunos de ellos les falta parte de esta identificación. Para la realización de este libro, por otra parte, además de recurrir a un trabajo intenso de hemerotecas diversas, he utilizado también algún otro material proporcionado por César Cunqueiro, hijo del autor, y por su amigo de tantos años Francisco F. del Riego.

César Antonio Molina

Viajes imaginarios y reales
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