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Oraba, con enorme alegría, por la salvación de Aisha, quien revivía los misterios dolorosos a través de la posesión demoníaca. Ella también fue humillada, pero resucitó entre fosas humanas, sobreviviente muy por encima de sus indignos e impíos violadores.
Aisha siempre sería loada por los siglos de los siglos. Ella tenía un corazón tan grande, tan generoso, tan cargado de amor… que la posesión demoníaca no acabaría con ella.
Dios no lo permitiría. Dios no sacrificaría a un ser tan puro como Aisha. Sin embargo, Dios no tendría piedad con el demonio, que lo arrojaría al Infierno de la forma más humillante posible: sin compasión, sin amor y con la mayor tara de soledad envilecedora. El demonio tenía el deber de pudrirse en su Infierno.
- Uno a cero… para el equipo… ganador serbio… -cantó el demonio, ajeno a su infame destino-. ¿Una musulmana denunciando que la han violado? ¡Maldito cura estúpido! Sólo un tribunal del Infierno aceptaría las denuncias de tu Aisha para condenarla a mil años de violaciones. ¿Juzgará tu Dios la división de mi tierra?
- Gloria al Padre y al Hijo -tocando la última cuenta del tramo- y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
El Santo Rosario favorecía el encuentro con Jesucristo en sus misterios, sanando a la sufriente Aisha.