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Hacía un rato que Miguel había regresado. Y Marta ya se había duchado y vestido. Los dos, sentados en un mismo banco, se habían instalado en la terraza del ático. Tenían el desayuno preparado sobre la mesa, bajo un toldo curvo de lino blanco.

El mismo panorama que divisaban desde el dormitorio, también lo disfrutaban desde la terraza. Bajo una baranda de rejillas, de apenas medio metro de altura, una hilera de jardineras con flores ornamentales generaba una sensación de frescura y delicadeza frente al duro horizonte urbano. Desde donde estaban sentados, las flores eran una prolongación visual de un parque que había junto a su edificio. La orientación de la vivienda les aislaba del ruidoso tráfico de las grandes avenidas.

Acostumbrados a trabajar en espacios muy concurridos, a Marta y Miguel les fascinaban las vistas y panorámicas de los espacios abiertos.

Antes de comenzar a desayunar, Miguel besó a Marta en el cuello, y se detuvo lo justo para disfrutar del olor y la suavidad de su piel. Ella le besó en la mejilla, y se sirvió una taza de leche y un croissant de una de las dos bandejas que presidían la mesa. Él cogió una tostada y un bote de mermelada de arándanos. Comenzó un trasiego de vasos con zumo de naranja, más o menos café, un poco de azúcar…

Marta le quitó a Miguel unas minúsculas migas de pan que tenía sobre uno de sus brazos. Él le guiñó un ojo, y le sonrió.

- Cuando termines la sesión de fotos -dijo Miguel-, llámame. Te recogeré con el coche. -Siempre predispuesto a ofrecerle a Marta todas las comodidades. -¿Qué vas a hacer durante la mañana?

- Primero haré algunas compras y recados. Y luego regresaré a casa para preparar mis maletas… ¿Necesitas que te compre algo?

- No hace falta. Iré de compras esta tarde. Mis padres me han invitado a cenar.

Quieren despedirse antes de que me vaya a Londres. Así que haré las compras en su barrio.

- Dale a tu padre recuerdos de mi parte.

- Se los daré.

Marta terminó de beberse el café. Observó a Miguel mientras terminaba de desayunar, y volvió a besarle en la mejilla.

- Dame otro beso. -Solicitó Miguel muy sonriente. -¿Otro? -preguntó Marta con tono burlón. Pero al instante se inclinó sobre sus labios y le besó.

- Hasta el sabor amargo del café en tus labios me sabe dulce… -¡Oh, qué bonito! -exclamó imitando a una diva del celuloide.

- Te juro que no lo había ensayado…

Ambos se rieron de la agradable escena que habían creado. Luego, sin perder la sonrisa, mantuvieron una mirada cómplice durante unos segundos.

- Te voy a echar de menos, corazón -musitó Marta mientras se abrazaban.

- Yo también, bonita. Pero sólo son dos semanas. Habrán pasado antes de que nos demos cuenta…

Marta, todavía abrazada, apoyó su cabeza en el hombro de Miguel. Al escuchar su consuelo, hizo una mueca de desaprobación casi imperceptible.

Cambió la ubicación de las escenas.

La luz natural entraba en la cocina a través de una pared de hormigón translúcido.

Supuse que el material filtraba la claridad procedente de un patio interior, e impedía el acceso al ruido y los olores de otras cocinas del edificio.

Varias claraboyas de cristal reflectante descartaban cualquier sensación de aislamiento. Regalaban una coreografía natural de luces cenitales durante el día. Marta y

Europa bonita
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