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La psiquiatra, para hacer un nuevo diagnóstico, necesitó recabar información sobre ciertos detalles del cautiverio sufrido por Aisha años atrás. Volvió a verificar lo que ya habían verificado otros profesionales médicos.

Tanto Aisha como la psiquiatra aparecían, en la imagen de la pantalla, acomodadas en los sillones de la sala de grabaciones del hospital. Estaban sentadas alrededor de una pequeña mesa, donde había una bandeja con infusiones y pastas.

Aisha tenía un bellísimo pelo negro y lacio que le enmarcaba una cara de expresión dulce. Su rostro era muy hermoso, pero ligeramente endurecido por las circunstancias vividas. La mirada tierna de sus ojos estaba acompañada por ciertos movimientos rápidos de sus párpados, que reflejaban su constante estado de alerta, fruto de un instinto de supervivencia muy desarrollado.

- Aquello fue una lección horrible en tu vida… -le comentó la psiquiatra a Aisha, quien le interrumpió algo desconcertada. -¿Una lección? -se preguntó, soltando un suspiro prolongado y arqueando las cejas-. Todo aquel sufrimiento no me enseñó nada bueno. Todo lo contrario… Pero debo mi voz a las mujeres que fueron silenciadas. -Había un amago de sonrisa en su rostro-.

Si me reitero en esto, con todas mis fuerzas, es debido a los crecientes reconocimientos políticos que la República de Serbia y la República Srpska están recibiendo de las instituciones europeas.

Cualquier persona decente acepta la ayuda humanitaria a la población. Pero simpatizar con el gobierno de Belgrado es una vergüenza. Es inmoral. Cada semana seguimos abriendo fosas comunes, mientras a nuestras espaldas los políticos se estrechan sus manos y se sonríen… ¿Qué clase de circo pretenden instalar frente a las víctimas? -dijo como si estuviera impartiendo una clase de ética política a su alumna-. Deberían ser más precavidos… porque el Derecho Internacional es muy estricto con los Estados que alientan la impunidad…

- Ese acercamiento con Europa es de vital importancia. No es incompatible una cosa con otra… -objetó la psiquiatra sin reparo alguno. Y recruzó las piernas, buscando una postura más firme en su sillón.

- No lo dudo. Pero hay prioridades. -Había un brillo valiente en sus ojos-. Y todas están vinculadas con la necesidad de Justicia… ¡Luego, señores ministros o señores presidentes, reúnanse en Madrid, Bruselas o Belgrado, y jueguen a rozarse políticamente, y háganse la foto de rigor! -dijo con un tono de voz bastante alto, como queriendo pregonarlo a los cuatro vientos-. Pero antes siéntense frente a los informes forenses y los dosieres con las denuncias… ¡Qué es precisamente lo que no han hecho ustedes durante estos años! -exclamó con cierta rabia, metiendo el dedo en la llaga.

La psiquiatra le miró con cierta perplejidad, e hizo un leve gesto de desacuerdo, incluso dubitativo, pero sin decir nada. Dejaba claro que sólo estaba allí para hacerle un diagnóstico a Aisha. Estaba siendo imparcial frente a su paciente, pero no ante las víctimas.

- Muchos de los funcionarios y políticos serbios -continuó Aisha, hablando con decisión-, que mantienen hoy contactos con Europa, ocultan intencionadamente a criminales de guerra serbios. Mientras la Justicia internacional y europea trabaja en identificar, juzgar y condenar a esos depredadores sexuales, muchos de ellos siguen en activo gracias al amparo del gobierno serbio.

Las dos repúblicas están sumidas en la más absoluta corrupción política, a pesar de que continuamente son denunciadas por organismos internacionales independientes.

Eso explica que hagan todo lo posible por acallar a las decenas de miles de mujeres violadas por sus soldados y civiles durante la guerra. -Aisha miró a la psiquiatra con un semblante serio, advirtiéndole con un gesto inflexible que en su testimonio no habría medias tintas.

Llevaba algo más de una semana retenida en aquel motel de violación. Recuerdo que era una mañana fría de otoño. -Aisha se puso tensa. Hablaba con una voz temblorosa

Europa bonita
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