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callase. Pero Faridah encontraba el momento para chillar como si con ello pudiera trascender muy lejos de aquel horror… Le habían roto el alma.
En aquel preciso instante no había ninguna mujer en el mundo que pudiera sufrir tanto como Faridah -agregó sacudiendo la cabeza-. Yo me encontraba en la cocina, sola y con la mirada llena de rabia, escuchando aquellos chillidos. Me sujeté en el borde metálico del fregadero. Debí hacerlo con mucha fuerza, porque los nudillos parecían salirse de mis manos.
De repente sonó un disparo -dijo Aisha, llevándose las manos a la cara y conteniendo aquellas escenas atroces-. Hubo un silencio muy breve. Y al momento volvieron las risas y carcajadas de los soldados serbios. Faridah no gritaba… La habían exterminado… Faridah por fin había dejado de sufrir. Ya no tenía que preocuparse por evitar los golpes… ¡Jamás volverán a ordenarle que se calle! Durante el resto de mis días haré lo posible para que eso no ocurra.
Aquello me dejó helado, cortándome la respiración.
Me embargó la emoción por un instante.
El testimonio era aterrador, escalofriante hasta más no poder.
No pude reprimir las lágrimas. Mis ojos se desbordaron. Lo que estaba escuchando era realmente dramático.
Fui corriendo hacia una de las ventanas de la habitación. La abrí de par en par y respiré el aire húmedo y fresco de la noche. Los olores urbanos me trajeron el sosiego nocturno del barrio 22@, un espacio habitable y civilizado.
Frente a aquella lluvia persistente, que chapoteaba sobre el asfalto anegado, vi otro rayo atravesando las nubes, seguido de un trueno.
Era un rugido tempestuoso.
Aquella grabación resultaba demasiado cruda, excesivamente real. Un testimonio angustioso… Me agotaba tanta crueldad. Aquel sufrimiento me cansaba… ¿A qué punto de agotamiento llegó Aisha?, pensé, inevitablemente, poniéndome en su lugar. ¡Terrorífico!
El televisor seguía con aquellas dos mujeres en la pantalla.
Se me olvidó pausar la grabación.
- Horrible, Aisha. Debió ser horrible… -dijo la psiquiatra para acompañarle en su dolor.
Cerré la ventana y volví a sentarme.
Tenía la sensación de que Aisha no ocultaba absolutamente nada de su cautiverio.
Su testimonio no era un cuento de hadas. Ella era consciente de que las medias tintas acababan emborronando los hechos. Contaba sus vivencias más atroces sin suposiciones, porque ella lo había sufrido todo en primera persona, en su propia carne. Era incapaz de mentir, y aquello hizo que su historia me calara en el corazón.
- Quisieron convertirnos en desechos humanos -continuó Aisha-, instigados por la política ultranacionalista serbia. Sus odios y resentimientos los practicaron mientras nos violaban… Incluso lo verbalizaban. Solían ser palabras sueltas. Evidentemente, aquel salvajismo no daba para más. De una forma mimética repetían los mismos insultos una y otra vez. Sus gestos eran unas burdas imitaciones de ellos mismos. No tenían más referencias que sus propias atrocidades… Eran seres degradados que sólo aportaban violación a la guerra…
Desconocían cómo y por qué se estaba disolviendo Yugoslavia. Balbuceaban como un hatajo de imbéciles e ignorantes. Rumoreaban sin credibilidad alguna. Las violaciones masivas fueron la culminación del proceso de envilecimiento serbio. Odiaban a discreción, escenificando sus obsesiones personales a través de la fuerza o a punta de pistola o cuchillo… Algunas de esas bestias gritaban más que nosotras mientras nos