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- ¿Cómo viviste el momento de tu liberación por parte de los soldados de la UNPROFOR? -preguntó la psiquiatra con un tono amable, con un entusiasmo que pretendía animar a su paciente.
- En cuanto llegamos a la Base Camp Butmir de la UNPROFOR, a las afueras de Sarajevo, me hospitalizaron. Y una semana más tarde ya estaba en Barcelona. -Suspiró de alivio, y luego sonrió esperanzada- Me concedieron el asilo político en España gracias a la mediación del General francés Pierre Sauvillier. Me declararon testigo protegido por las denuncias que había empezado a tramitar en el Tribunal Penal Internacional. Así que mi libertad fue más bien una revelación.
El trato delicado y las primeras atenciones por parte del comando de la UNPROFOR, mientras fuimos aerotransportados desde las afueras de Fo a hasta el Cuartel General en Sarajevo, junto a los cuidados médicos que recibí en el hospital militar, fueron la prueba de que estaba realmente viva. -Hizo un gesto con una mano para mirarse las uñas. Fue un coqueto acto reflejo-. Aquel trato humano me devolvió la cordura. Entonces fui más consciente de lo perdido que de lo sufrido. Había perdido a mi esposo, mis amigos y vecinos de Fo a, mi casa, mis cosas y muchos recuerdos…
Que robasen y saquearan mis propiedades podría perdonarlo. Pero ni olvido ni perdono el asesinato de mi ser amado y tantos seres queridos -dijo inclinándose hacia la psiquiatra, recordándole la gravedad de las profundas aberraciones que contenía aquella historia colectiva-. Y lo peor fue cuando me verificaron desde la ONU, unos pocos años más tarde, que efectivamente habían asesinado a mis cuarenta y seis compañeras de cautiverio. Un auténtico desastre humanitario… Estaba en casa cuando me dieron la noticia por teléfono. Tuve un ataque de ansiedad. Lloré durante horas…
Nos arrancaron partes de nuestras vidas por maldad y codicia. Destrozaron a mucha gente. Destrozaron muchas cosas. Todavía hoy se pueden observar los desconchones y agujeros que provocaron los proyectiles en los edificios y las casas de muchos pueblos y ciudades de Bosnia y Herzegovina… Las mezquitas reducidas a escombros… -Apretó los puños contra la falda y tomó aire. Aisha volvió a reprimir sus ganas de llorar. Le costaba continuar, rememorando con impotencia aquel suceso horrible-. Cristales rotos, grietas y fisuras por todas partes…
La voz de Aisha se apagó sin dramatismo.
Y se hizo un silencio más pesado que una losa, realmente lapidario.
Mientras que Aisha reflexionaba, la psiquiatra se había quedado asombrada por aquella respuesta tan sentida.
Mi corazón dio varios vuelcos. Y una punzada en el estómago me provocó varios retortijones. Toda aquella historia estuvo a punto de descomponerme el cuerpo. Fue algo inhumano lo que le hicieron a Aisha.
Se mantuvieron calladas, durante unos segundos, hasta que la psiquiatra creyó que era oportuno continuar con el testimonio.
- Europa está haciendo todo lo posible por la reconciliación en Bosnia y Herzegovina -apuntó la psiquiatra.
La expresión de Aisha se tornó tensa. -¿Reconciliarnos con los dioses caídos? Habrá que esperar bastante. -Se enderezó, consciente de su valentía como superviviente-. Primero hay que hacer Justicia a favor de las víctimas. Y luego tiene que terminar el autobombo serbio de sus falsos héroes de guerra. Porque ningún ex-combatiente serbio tendrá jamás el apoyo y el reconocimiento de los ciudadanos europeos. Ocurre precisamente lo contrario: no hay un solo europeo que, al mencionarle la palabra serbio, no recele o se le ponga la piel de gallina por culpa de aquella guerra terrible.
Los verdugos tendrán que mover cielo y tierra, porque serán muchas generaciones europeas las que seguirán considerando la palabra serbio como