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Oraciones previas al Ritual de exorcismo mayor Al ir avanzando por los diferentes corredores del hospital, el ajetreo y las voces se fueron disipando. Y se hizo el silencio en cuanto llegué al pasillo que me indicó la doctora.
Había un fuerte olor a desinfectante en el ambiente.
Aisha Cupina estaba recluida en la habitación número 63, veinticuatro metros cuadrados de alta seguridad para enfermos mentales, en la última planta de la misma Unidad de Psiquiatría Avanzada.
La doctora me había entregado una tarjeta electrónica que utilizaría a modo de llave para entrar y salir de la habitación y acceder el ascensor libremente.
Habían trasladado a todos los pacientes de aquella zona del hospital a las plantas inferiores. Y el personal médico tenía restringido el acceso hasta la medianoche del domingo, excepto en el caso de que requiriera asistencia médica urgente tanto Aisha como yo.
Dadas las circunstancias, el protocolo médico que se aplicaba a la paciente Aisha Cupina era excepcional.
Antes de abrir la puerta de la habitación, recé en voz alta unas oraciones. Mi voz resonaba a lo largo del silencioso pasillo B-3.
- Señor Jesucristo, Palabra de Dios Padre, Dios de todas las criaturas, que otorgaste a tus santos Apóstoles el poder de dominar a los demonios en tu nombre y de hundir toda la fuerza del enemigo. Dios santo, que entre todas tus obras admirables te has dignado ordenar, ¡ahuyenta los demonios!
Pedí perdón por mis pecados y glorifiqué a Dios, suplicándole para que alejara al demonio del cuerpo de Aisha.
Recordé aquel fresco pintado por Giotto de Bondone a finales del siglo XIII, La expulsión de los demonios de Arezzo . San Francisco de Asís rezaba junto al hermano Silvestre.
Los dos exorcizaban a toda una ciudad, porque el Maligno pretendía habitar sus muros.
Pero el poder de la oración ahuyentó a los demonios.
- Dios fuerte, tu poder expulsó a Satanás, que cayó desde el Cielo como un relámpago. En el nombre de Jesucristo, Dios y Señor nuestro, por la intercesión de María, la Inmaculada Virgen Madre de Dios. -Entrelacé, con enorme alegría, el Santo Rosario entre mis manos-. Por la intercesión de san Miguel Arcángel, de los santos Apóstoles Pedro y Pablo y de todos los Santos y amparado en la sagrada autoridad del ministerio recibido de la iglesia, me dispongo, seguro de mí mismo, a rechazar los ataques del engaño diabólico…
El poder de la oración, para exorcizar, era incuestionable.
- Arcángel san Miguel, príncipe glorioso del ejército celestial, defiéndeme en la lucha contra las potestades y los príncipes del mundo de las tinieblas.
Ya sólo me quedaba abrir aquella puerta y enfrentarme, cara a cara, con un cuerpo y una mente desahuciadas por los médicos del hospital.
No tuve que contener la respiración para entrar. Sabía perfectamente lo que me esperaba allí dentro. Serían unas horas muy largas e intensas ante una mujer poseída por el demonio.
Oh Dios, bendice este día como bendito fue el momento en que nació Jesucristo de la Virgen María, nuestra Madre Santísima.
Porque dar gloria constantemente a Dios era uno de los pilares que sustentaban mi vida franciscana.
- En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.