24
- Que provocamos en ellos una especie de pulsión salvaje. -Nahema arqueó las cejas.
- Y lo más sano para ellos es no contenerse.
Nahema volvió a beber de la copa, y cogió unos cuantos cacahuetes del cuenco.
- Hay hombres que piensan que violar es lícito en algunas situaciones. -Nahema masticó los cacahuetes-. Alegan que se descargan sexualmente sobre las mujeres que los provocan.
- Claro. Lo mismo de siempre. Nuestra voluptuosidad excita gravemente a los hombres.
Fátima había mencionado, con sorna, la típica sandez que siempre se planteaba en cualquier reunión de hombres bien machitos.
- Podemos ser violadas hasta por lo que un hombre determina como falta de pudor.
Ambas se miraron sin decir nada. Estuvieron unos segundos en silencio.
Seguramente, estarían pensando lo mismo.
- Ser mujer es una negligencia según los violadores -sentenció Fátima.
- Junto al discurso machista de no fue para tanto.
Dos estudiantes cargadas con varias carpetas y libros de textos se alejaban calle abajo. Llevaban unas minifaldas cortísimas, dejando al aire unas piernas bonitas y esbeltas.
Observé que estaban sin broncear. Pensé -¡sin creerlo ni sentirlo!- que tenían una blancura realmente atractiva… Iban a paso ligero, despreocupadas y charlando sin pausa.
Nahema sonrió al verlas, porque a ella también le debía de encantar vestirse con minifaldas muy cortas.
Cambié de canal. -¿Y tú, de mayor, qué quieres ser, costurera o modistilla? -el público aplaudió.
Todo el mundo se rió con la pregunta sarcástica de la entrevistadora.
- Gracias a Dios -respondió, ofendido, un individuo musculoso embutido en una camiseta blanca muy ajustada-, puedo permitirme estar muchos años sin trabajar y sin hacer nada. Con veintiséis años no me voy a preocupar de lo que voy a hacer mañana.
Tengo mi piso pagado, el coche en la puerta y todas las mujeres que quiero. Tan tonto no seré si tengo eso con veintiséis añitos. Algo de inteligente seré…
Aquel que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío (Lc 14,33). Y No temáis a los que matan el cuerpo, y después de eso no tienen nada más que hacer (Lc 12,4), haciendo una interpretación muy libre del balbuceo de aquel ser embrutecido por las cámaras y los focos.
Apenado por lo que acababa de escuchar en la televisión, sintonicé el canal cuarenta y dos de nuevo. Observé a los personajes de Marta y Miguel sentados frente a la mesa de un restaurante.
El telefilme seguía su curso. ¡Incluso quitándole una hora de metraje, nadie perdería el hilo de la película!.