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Aisha se levantó del sillón y descorrió las cortinas de una ventana, que aparecía dentro del encuadre de la cámara que estaba grabando su testimonio. Anochecía en la pantalla del televisor, y vislumbré algunos edificios de viviendas al otro lado de una calle. Aisha se quedó frente al cristal, contemplando el atardecer.
- Entraron en mi casa de madrugada -dijo mirando a la psiquiatra, y volviéndose luego hacia la ventana-. Mi esposo y yo nos habíamos quedado dormidos en el sofá. No sé qué programa veíamos en la televisión. Sólo nos interesaba dormirnos el uno junto al otro… Echaron la puerta abajo. Ni siquiera nos dio tiempo a reaccionar. Asesinaron a mi esposo sin decir una palabra… Me quedé de piedra. Confusa. Desubicada… Pasaron varios días hasta que pude llorarle…
Si hubiese tenido hijos, también los habrían asesinado -continuó Aisha, dándose la vuelta y dirigiéndose hacia el sillón, sobre el cual se dejó caer lentamente-.
Aquella noche mataron a todos los niños y los hombres bosnios, vecinos míos… Mi esposo y yo aún éramos muy jóvenes para tener hijos, a pesar de que llevábamos dos años casados… Yo aún no había acabado mis estudios en la Universidad… Quisimos esperar… Al menos en eso nos favoreció el destino. -Se acurrucó más en el sillón, buscando aquel regazo amigo entre los cojines.
No me dejaron ni despedirme de él… Le dispararon nada más echar la puerta abajo… -Se le humedecieron los ojos-. Luego llegaron las esquinas de los edificios de Fo a, los terraplenes y los descampados a las afueras de la ciudad. Cientos de mujeres que subíamos y bajábamos de un camión a otro, los primeros gestos despectivos de los soldados serbios, los primeros insultos… Me sacaron de un camión y me metieron en una casa de varias plantas. En cuanto crucé el umbral, descubrí que se trataba de un motel.
En una sala de estar contigua a la recepción, había varios soldados serbios vociferando y riéndose. De pie, al fondo, junto a una chimenea apagada, cinco mujeres mal vestidas y desaliñadas. Miraban hacia abajo, con los brazos cruzados, como queriendo protegerse de algo. Eran posturas forzadas, defensivas. En aquel momento, ninguna de ellas me miró a la cara. Estaban muy asustadas. No me hizo falta ninguna explicación. Los rumores que había escuchado eran ciertos…
Esa misma madrugada me violaron por primera vez -comentó realmente angustiada-. Nunca he podido saber cuánto duró… pudo haber sido quince minutos, una hora… No lo puedo precisar porque fue una experiencia eterna. Estaba aterrorizada. En estado de shock… Lo hicieron dos hombres que se turnaban mientras se reían y bebían… Al principio me resistí lo que pude. Pero uno de ellos, que no podía meter su pene en mi vagina, porque no dejaba de defenderme, empezó a darme fuertes golpes y puñetazos en la cara… Quedé casi inconsciente, desfallecida…
No recuerdo cuánto tiempo duró aquello. -Se agarró una de sus muñecas para jugar con las pulseras. Aquello parecía calmarle-. Sin embargo, tengo grabado el maloliente olor que desprendían aquellos soldados serbios… De sudor mezclado con otros olores nauseabundos que jamás había olido en otra parte. Cada soldado lo llevaba pegado en su uniforme, en su aliento, en su piel… Eran repugnantes -sentenció, y guardó silencio.
Me quedé de piedra al escucharle.
Aisha miró a la psiquiatra para que siguiera preguntándole.
De las afueras del Santuario, llegaba el sonido monocorde y potente de un avión de pasajeros tomando altura, surcando el cielo de Barcelona. Para escucharse en medio de la tormenta, debía de volar muy bajo.
Cerré los ojos, durante unos segundos, para descansar la vista. Entre la película de Miguel y Marta , el zapping, y aquel DVD, llevaba horas delante de la pantalla del televisor, y estaba un poco fatigado.