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No paraba de escribir notas en mi libreta. Había ciertos comentarios de la grabación que consideraba relevantes.
Era un testimonio demoledor: la otra realidad. Palabras que me golpeaban el alma como un mazazo. Imaginaba con inquietud el sufrimiento de Aisha: seres queridos asesinados, saqueo de propiedades, esclavitud, torturas, violaciones y fosas comunes. Le habían quitado a Aisha parte de su proyecto de vida. Sólo le habían dejado su cuerpo, que no tardarían en usurpar. Su vida cotidiana fue durante meses un compendio de horrores.
Una mujer casi aniquilada. Aisha estuvo al borde de la línea que separa el abismo de la nada. Sus verdugos ya habían reservado una ráfaga de disparos para su vientre, porque creían que su presa bosnia había perdido el juicio. Pero Aisha, fuera cual fuese su destino en aquella guerra encarnizada, siempre se negó a consentir aquel horror.
- Ellos se comportaron de una forma inhumana -dijo Aisha con entereza-.
Pero, ni mis compañeras de cautiverio ni yo, nunca perdimos nuestra dignidad como personas. Hicimos todo lo posible para no perderla, y lo logramos… Si nos arrastraban por los suelos, nos volvíamos a levantar magulladas. Si nos violaban, nos curábamos entre nosotras… nos lavábamos nuestras partes más íntimas…
Podían insultarnos y blasfemar contra nuestras creencias religiosas, sin que pudiéramos evitarlo -dijo indignada, haciendo una mueca fatalista-. Pero en cuanto ensuciaban nuestros cuerpos, hacíamos todo lo posible para limpiarlos con los trapos y el agua que tuviésemos a mano. Siempre encontrábamos la manera de quitarnos de encima aquel semen, saliva y sudor serbios. Habían podrido nuestro estado de ánimo, pero nos negamos a que infectaran nuestros cuerpos con su total falta de higiene y sus enfermedades venéreas.
No contaron con el hecho de que mi cuerpo, aparte de ser un refugio en aquel cautiverio, era la coraza de una civilización honrada y honesta… Si no nos destrozaban el vientre, reproduciríamos nuestros buenos sentimientos a las generaciones futuras. Mientras que todos aquellos soldados serbios sólo serán recordados por sus infamias y por la capacidad de destruir a otros seres humanos. -Aisha volvió a levantarse del sillón.
Ajustándose la falda, se dirigió hacia la ventana. Aquella vista nocturna parecía relajarle de alguna manera.
Había una compañera… Se llamaba Faridah -dijo suspirando-. La violaron durante dos días seguidos. Murió a causa de ello… No dejaron de violarla. Se reían.
Apostaban entre ellos cuánto aguantaría en aquellas condiciones… Estaba atada con alambres -dijo levantando las muñecas-. Le quemaron el cuerpo con cigarrillos. Le dibujaron una cruz en la frente… con un cuchillo de caza… A las demás mujeres nos obligaron a no entrar en la habitación donde la estaban destrozando. Escuchábamos aterradas los gritos de Faridah y el barullo de los soldados… -Y allí no terminaba la atrocidad.
Sólo el último día permitieron que una de nosotras, Maida, entrara a limpiar la habitación. Cuando regresó estaba fuera de sí y temblando de miedo por lo que había visto.
Sólo nos comentó lo de las quemaduras, los cortes y los alambres. Pero vio otras cosas que se negó a contarnos… Porque eso era lo que precisamente querían aquellos bárbaros. ¡Maida se negó a horrorizarnos más de lo que ya estábamos! -Aisha hizo una pausa. En la pantalla del televisor pude apreciar que algo de la calle llamó su atención. Luego continuó con su testimonio.
Antes de que fuésemos conscientes de que Faridah sería asesinada… ella comenzó a gritar de una manera diferente… los gritos eran más que desgarradores. Faridah estaba fuera de sí misma. Se escuchaba como los soldados serbios la golpeaban para que se