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Escuchaba aquel testimonio a la vez que revisaba algunos dosieres y apuntes.
Fui metiendo algunos documentos en el maletín que tenía a mis pies, aderezando mis anotaciones con sorbos de agua. Cuarenta y siete mujeres encerradas en un motel.
Violadas sistemáticamente. Cuarenta y seis de ellas fueron asesinadas. Debió ser aterrador.
Viendo a Aisha en la pantalla del televisor, pensé: Por mucho que haya contado lo que le ocurrió, habrá algunas escenas para las cuales no hay palabras… Resulta prácticamente imposible conceptualizar determinados sufrimientos extremos.
- Has comentado algo de las primeras horas -remarcó la psiquiatra-. Pero, ¿cómo fueron los últimos días? Y no me refiero al momento de tu liberación…
- Supongo que te refieres a esos días que suman semanas o meses de violaciones y torturas continuas.
- Sí -señaló con brevedad, mirando muy seria a su paciente.
Aisha se recostó todavía más en el sillón. Cogió una ligera manta que había apoyada en el respaldo. Se tapó desde las piernas hasta el pecho, dejando sus manos bajo el abrigo de un bello bordado floral. No parecía que hiciese frío en la habitación, porque la psiquiatra sólo llevaba una falda corta y una camiseta de tirantas. Pero el mismo testimonio de Aisha y sus gestos anunciaban una atmósfera heladora.
La psiquiatra se inclinó sobre la mesa y escuchó con atención a su paciente.
- Esas últimas semanas de cautiverio, cuando aún no sabíamos que… -Aisha dejó la mirada perdida durante unos segundos, y luego continuó-. En realidad no contamos con salir vivas de allí. ¿Después de ver y padecer aquellas salvajadas? Ninguna de nosotras esperó nada bueno de aquellos soldados serbios. Nos convirtieron en sus juguetes sexuales, sus cocineras y limpiadoras. Fuimos sus esclavas. Nos doblegaron… Ninguna de nosotras se resignó a ese sufrimiento diario, pero consiguieron domarnos con esas torturas constantes… Estuvimos como robotizadas. Sin fuerzas. A ellos les cocinamos todos los días, pero a nosotras apenas nos alimentaron.
Nos negaron la higiene personal… Carecimos de intimidad… Tuvimos que orinar y defecar frente a unos soldados que nos observaban más que vigilarnos. Prueba de ello fue que, en ocasiones, la escena la completaron violándome… Sobreviví en aquellas circunstancias con la mente nublada. No sorda ni ciega, sino borrosa… difusa… Era muy consciente de mi sufrimiento, pero había algo que me nublaba la razón… Una niebla…
Porque estábamos aisladas. Cada vez que me violaban, pendía sobre mí una sentencia de muerte. Por instinto resistimos las brutales embestidas -dijo Aisha, sin que se le borrara de la cara aquella expresión ausente.
Combatimos cuerpo a cuerpo mientras nos violaban, encajando los golpes y los insultos -agregó con la mirada hundida y removiéndose en el sillón-. Hicimos lo posible para utilizar nuestra piel y nuestros músculos como corazas. Cuando te violan decenas de veces, tu cuerpo encuentra la forma de dañarse lo menos posible. Te seguirán desgarrando con sus penes erectos, sus dedos sucios y encallecidos, sus porras, sus cuchillos y machetes medio oxidados… La fuerza con la cual te penetran sigue desgarrándote la vagina y el ano, abriéndote de nuevo las heridas de las violaciones anteriores…
En aquel Fuego eterno, las fuerzas te iban abandonando. El deseo de vivir era mínimo. Quizás esa niebla fuera un proceso de zombificación… Nos habían negado la existencia como mujeres. Hicieron de nosotras cualquier otra cosa. Eso es: cosas.
Sólo tenía un pensamiento en aquel momento: el horror absoluto lo sufrió Aisha Cupina.
Resultaba fácil de creer. Su sinceridad seguía siendo transparente. Lo sentía a través de su mirada, su voz, sus gestos, su integridad, su lucha… ¡Desde luego que no mentía!