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Le arropé con una de las dos mantas que cogí de un armario bajo que había junto a la puerta. A pesar de la alta temperatura de la habitación, el cuerpo de la poseída estaba frío.
Literalmente, siendo una redundancia: su cuerpo estaba empapado por un sudo frío. Oh Dios Todopoderoso, Omnipotente y Eterno, Padre de nuestro Señor Jesucristo, aleja todo espíritu maligno que tenga esclavizada a tu hija Aisha Cupina.
A los pocos minutos, la poseída volvió en sí, todavía más demacrada. -¿Te ha gustado el espectáculo, cura? ¿Te has empalmado? ¡Tú tienes la culpa por no metérsela! ¡Sólo quería un poco de tu lefa, nada más! ¡Todos los curas sois unos egoístas! ¡Ojala revientes y llenes de pus blanco el altar de tu iglesia! ¡Ojala se pudra tu colgajo, cura!
El demonio era patético.