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Miguel y acompañarle al aeropuerto, hacer las últimas compras para su viaje, cenar en casa de sus padres y despedirse de sus amigas por la noche. Más los contratiempos que pudieran surgir antes de dejar Barcelona.

Marta se irguió, quedándose sentada sobre la cama, con los pies colgando.

Todo el mobiliario del dormitorio estaba fabricado en madera lacada de blanco.

Descansaban sobre unas finísimas patas de acero inoxidable. El mobiliario del dormitorio, escaso y ligero, parecía levitar sobre el suelo.

La vivienda era muy austera. Habían prescindido de la ornamentación y la decoración insustanciales. Querían vivir en un lugar sereno y recogido. Un espacio saludable. Las paredes, los techos y las puertas estaban pintados de blanco. Aquella luz y blancura de cada estancia lograban que ellos reaccionaran plácidamente a su propio hogar, predisponiéndoles al retiro, la introversión en pareja y el reparador ascetismo urbano.

La reducción de los elementos arquitectónicos, la ubicación de cada estancia y las luces, fuera cual fuese la hora del día, ayudaban a mantener un buen estado de ánimo.

Habían creado un ambiente homogéneo y único, muy permeable a la luz.

Marta se levantó definitivamente de la cama. Pisó descalza el cálido parquet flotante de madera de roble blanco, y se dirigió al cuarto de baño que estaba contiguo al dormitorio.

Antes de sentarse sobre el váter, se contempló en la pared de espejos que tenía enfrente. Hizo un gesto coqueto al arreglarse ligeramente su cabello. Lo dividió en dos mechones, dejándolos caer sobre sus generosos senos desnudos. Despeinada y sin maquillaje seguía siendo una mujer bellísima.

De repente apareció en la pantalla una ficha de medidas, altura y peso con el nombre de Marta Feliú. Podía leerse: 89-60-87, 172 cm, 53 kg.

Este es el mejor ejemplo gráfico de un cliché, pensé a la vez que me reía de aquel fotograma. Quizás el telefilme se había rodado en clave de comedia excéntrica, y yo no me había enterado.

Si, a simple vista, cualquiera podía percatarse de la belleza de Marta, ¿por qué se vanagloriaban en aquellos datos físicos?

Marta tenía un cuerpo escultural, estilizado y voluptuoso. Era el hermoso cuerpo que Dios le había dado a una actriz, y que ella le había cedido generosamente al mismo personaje de Marta. Pero aquella ficha de medidas parecía que publicitaba el cuerpo femenino como objeto de deseo y lujuria.

Tras un ligero aseo, Marta volvió a su dormitorio. Abrió una de las puertas de los armarios y sacó una esterilla de color blanco. El colorido variado de su vestuario le distrajo unos segundos. Cuando localizó la blusa celeste que se pondría para ir a trabajar, cerró la puerta del armario. El monocromatismo blanco inundó de nuevo el dormitorio.

Le apetecía vestirse con aquella blusa que Miguel le regaló al principio del telefilme.

Marta empezaba a elegir la ropa más fresca y ligera, gracias a la primavera anticipada. Sus prendas de vestir, que colgaban en las perchas o reposaban en las cajoneras, eran todas de temporada. Se desprendía de casi toda su ropa con cada estación del año.

Ella comentó en una escena que donaba la que no volvería a utilizar. Su trabajo le exigía una continua renovación del vestuario.

Marta se colocó frente a uno de los ventanales del dormitorio que daba al este.

Sobre el parquet puso la esterilla. Pisó uno de sus extremos con los dos pies. Extendió su cuerpo hacia arriba. Recta. Mantuvo los pies juntos y equilibró el resto del cuerpo.

Como cada mañana, se dispuso a realizar un ejercicio de Yoga llamado Saludo al sol.

Se trataba de tonificar las extensiones corporales. Marta inhaló y exhaló el aire de una forma pausada… Su cuerpo se contorneó sincronizado con una serie de giros y posturas como si fuera una gata recién despierta.

Cuando terminó aquel ejercicio de Yoga, se fue otra vez al cuarto de baño para ducharse.

Europa bonita
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