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Hospital de la Santa Creu i Sant Pau Después de cargarle los gatos del trayecto a la diócesis, el taxista se despidió con sequedad por no haberle dado propina. Su gesto, nada espontáneo, estuvo a punto de provocarme la risa.
Contuve la guasa, porque las circunstancias no se prestaban a ello. ¡Ay del hermano que incita a la risa con palabras vanas y ociosas! , me recordaba san Francisco de Asís.
Razón no le faltaba, pero la escena se prestaba a ello descaradamente. -¡Dios se lo pague, hijo! -le dije mientras cerraba la puerta del taxi.
Los hermanos capuchinos no portábamos dinero alguno, porque debemos tener la misma consideración con las monedas que con las piedras del erial más estéril .
No murmuré y acogí benignamente a aquel hipócrita, tal y como había aprendido del mensaje franciscano.
Atravesando las cortinas de agua de la lluvia torrencial que caía en aquel momento, desapareció el taxi. Bajo el paraguas del Santuario, recorrí unos pocos metros hasta el soportal más cercano.
A cubierto, cerré el paraguas, agitándolo para que goteara lo menos posible cuando entrase dentro del edificio. De repente, vi una mujer a lo lejos que vestía con una falda larga marrón y un chaleco blanco de cuello alto. La distancia que nos separaba era más que suficiente para hacerse una idea del cuerpo estilizado y el porte elegante de aquella mujer.
Era la Señora doña Monserrat Castells, directora de la Unidad de Psiquiatría Avanzada, una mujer muy afable de unos sesenta años, quien me recibió en la misma puerta principal del hospital, bajo otro porche que le protegía de la lluvia.
La expresión sonriente de su cara fue reconfortante en una noche tan desapacible.
Supuse que no sería fácil, para la doctora, recibir a un exorcista ad casum con un cielo que no dejaba de tronar. Pero todo lo que tuviese que ver con un Ritual de exorcismo mayor, debía tratarse de noche, de madrugada, justo cuando la ciudad dormía.
El ritual debía pasar desapercibido para el común de los mortales. Se requería máxima discreción. ¡No se divulgaba a los medios de comunicación! No era un espectáculo multimedia de luces y colores. Había que mantener alejados a los periodistas y demás ralea sensacionalista, porque estaban al acecho con la misma avidez que los buitres carroñeros.
Donde hay discreción, no hay superfluidad ni endurecimiento , reconocía uno de los avisos espirituales de san Francisco de Asís, al cual añadía: Ocúltese el bien para que no se malogre .
Iba a celebrar un rito sagrado fundamentado por el libro litúrgico Ritual de exorcismos . Una sacrosanta plegaria que combatía al demonio. La plegaria era la Palabra de Dios que liberaba a los poseídos por el demonio.
Exorcizar a Aisha no era nada extraño. Trataba de sanarle a través de los ritos y las plegarias de la Iglesia. No había ningún misterio en todo aquello. El Ritual de exorcismo mayor era un instrumento pastoral necesario para luchar contra el demonio, utilizando las lecturas evangélicas, las oraciones litúrgicas, las imprecaciones, las invocaciones…
Era una actividad que se realizaba de una manera discreta y clandestina, bajo secreto de confesión, completamente legal y escrupulosamente regulada por los preceptos de la Congregación para la Doctrina de la Fe.