25
8
Miguel había elegido un restaurante en el paseo marítimo de Nova Icària. Un establecimiento con una oferta gastronómica muy elaborada. Desde la mesa donde les había sentado el maître, en una agradable terraza soleada al borde de la playa, divisaban el mar Mediterráneo.
Supuse que habían terminado de almorzar bacalao en samfaina, porque quedaban algunos restos en el plato de Marta. Y habían prescindido de un buen vino de la región por razones obvias. A él le esperaba el trajín de un vuelo transoceánico, y a ella varios desplazamientos en coche el resto del día. Pero se quitaron la espina con dos cócteles no alcohólicos que les había traído un camarero. Comida y bebida descaradamente publicitadas en aquella escena. -¿Te gustaría unas vacaciones cuando estemos de vuelta? -Miguel le cogió las manos a Marta-. Podríamos ajustar nuestras agendas… -¿Cuántos días de vacaciones? -preguntó Marta con incredulidad, a sabiendas de que a los dos se le acumulaban los proyectos.
- Un mes. -¿Un milagro? -Se rieron.
- Un mes, un mes…
- Me parece bien… Haremos juegos malabares con los futuros contratos… -¡Hace ya años que no podemos estar juntos más de una semana! -Le acarició las manos, y utilizó un tono casi suplicatorio.
- Bien… -Marta se reclinó pensativa sobre la silla-. Lo prepararemos los próximos días. Ya veremos si podemos hacerlo posible.
Él le cogió de nuevo una de sus manos, y se la llevó a su boca. La besó suavemente en la palma. Luego se dieron la mano. Entrelazaron y jugaron con sus dedos. Debían percibir la dulzura del contacto con otra piel deseada, reafirmando la necesidad de aquella unión incondicional.
Alzaron sus copas.
- Por nosotros -dijo Miguel sin perder su sonrisa.
- Y por todo lo bueno -concretó Marta, y chocaron sus copas.
Tomaron un sorbo.
- Mmm. Muy bueno… Una exquisitez. En la carta pone que está compuesto de jugos y zumos tropicales. -¡Tiene lima! -exclamó Marta.
Estallaron de risa. Sólo ellos sabían de qué se estaban riendo, porque no comentaron nada al respecto.
Marta tomó otro sorbo de su jugoso cóctel.
En la terraza del restaurante apenas quedaban clientes. Casi todos los camareros se habían retirado al interior del local.
Pidieron la cuenta. Querían dar un paseo por la playa antes de dirigirse al aeropuerto.
- Voy al servicio -dijo Miguel, levantándose de su silla y dirigiéndose al servicio de caballeros.
Ella le observó con atención.
La voz en off de Marta, con un tono muy sensual, se apoderó de la escena: ¡Qué bien le queda el pantalón vaquero blanco! Está hecho a su medida. La silueta de sus piernas fuertes y largas, junto al contorno de su entrepierna, se marcan en la tela con mucho estilo.
Me encanta la forma que tiene su trasero embutido en el pantalón. ¡Con la camisa negra que le regalé! La lleva ceñida al cuerpo, realzando su espalda y sus hombros anchos. Y sus brazos musculosos enmarcando su apolíneo cuadro corporal. Me encanta Miguel. Es un