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Cerré la puerta y me dirigí a una mesa auxiliar que había a unos tres o cuatro metros de la cama, junto a una silla de plástico gomoso.
Sentía cómo la mirada de la poseída se clavaba en mi espalda.
No tenía nada que temer.
Aquel cuerpo yacente no se abalanzaría sobre mí. Por muy tentador que le resultase al demonio, jamás haría tal cosa con alguien que venía a practicar un Ritual de exorcismo mayor . -¡Escúchame, cura! -exclamó el demonio a través de la voz ronca y profunda de la garganta de Aisha-. No te creas los cuentos de esta mujer. Tu Dragan Talomir fue un caballero con ella. Nunca le faltó de nada. Ella se alimentó con todos los manjares que los hombres pudieron darle. -Aquel espíritu maligno se movía y hablaba a través de ella.
Jamás le había dirigido la palabra al demonio durante un exorcismo. Y aquella vez, según el protocolo litúrgico, tampoco haría excepciones. No se podía dialogar con el padre de la mentira. Mi único pensamiento era para nuestro Señor Jesucristo. El demonio no tenía cabida en mis pensamientos.
Ninguna sugestión del demonio podía hacerme transgredir los mandamientos divinos.
Saqué de mi bolsa de viaje dos tallas de madera policromada: la bellísima Virgen del Socorro y el icono del Cristo de San Damián. Después de besarlos, los puse sobre la mesa con muchísima delicadeza, a la vista de Aisha, porque la cruz revelaba su capacidad redentora.
Contemplé maravillado aquel Cristo. Un icono que celebraría la fe durante todo el ritual. Una fuente de gracia para el creyente que lo admiraba.
Luego fui colocando, escrupulosamente, el resto del material que había traído: un ejemplar del Ritual de exorcismos en su versión castellana que sabía de memoria, un hisopo de plata pura que regaló un feligrés al Santuario, una botella con un litro de agua bendita procedente del río Jordán, un paquete con medio kilo de sal fina… Y un Santo Rosario extralargo y una Cruz Tau, ambos de madera de olivo del Huerto de Getsemaní. Oh Señor Jesucristo, que tu virtuosa, digna y buena Cruz devuelva la paz, la salvación y el perdón a tu sierva Aisha Cupina.
- Préstame atención, cura. A ella le dimos todos los alimentos. Tu Dragan Talomir siempre le cocinaba -murmuró a mi espalda.
Me giré para ver la cama, observando a la poseída, predisponiéndola para el rito del exorcismo mayor. Junté mis manos y bendije de nuevo el agua bendita y la sal.
- Oh Dios, que hiciste del agua un gran sacramento para la salvación de los seres humanos, atiende favorablemente mis súplicas.
Observé el icono del Cristo de San Damián… porque me hablaba directamente.
Perdidos en un valle de sombras, sólo la cruz podía auxiliarnos, iluminándonos el camino de regreso a casa. Su Luz era necesaria para contemplar las viñas de Dios todopoderoso.
- Dragan, Dragan, Dragan -canturreó-. La sartén estaba fría, pero agarraste el mango cuando le di fuego de repente. -Soltó una carcajada que atronó la habitación-. A punto estuvo de incendiarse su templo. Dragan puellae v num offer bat.
Comenzaba la verborrea insultante del demonio, intentando boicotear el ritual con sus sandeces. Un discurso raro y malsonante. Absurdo en definitiva. El demonio diría cualquier cosa con el único propósito de interrumpir el exorcismo.
Debía tener muchísima paciencia con la poseída, soportando su monólogo en contra de los principios básicos de convivencia y al margen de la ética y la moralidad.
La palabra del demonio procedía de un lugar extraño y cruel. Su verbo era incorrecto, defectuoso y tétrico. Palabras que estaban más allá de la civilización occidental, enquistadas en el fuego del Infierno.