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Miguel cruzaron varios de aquellos haces de luz, cuando entraron en la cocina con las bandejas y los restos del desayuno.
- Marta, déjala ahí apartada. -Colocaron las bandejas en medio de dos fregaderos, que coronaban el bloque de mármol blanco que había en la isla de la cocina-. Yo recogeré todo esto. Vete al trabajo con tiempo.
- Entonces, ¿me recogerás cuando termine?
- Por supuesto que sí. ¿A qué hora?
- A las dos.
- Allí estaré… ¿Y te apetecería almorzar en la playa?
Él se desvivía por ella.
- Claro, corazón.
- Pues llamaré luego, y haré la reserva de una mesa.
- Voy a terminar de arreglarme. -Marta se dirigió otra vez al cuarto de baño para asearse y darle los últimos retoques a su peinado.
Miguel empezó a retirar las cosas de las bandejas. Los platos y las tazas al fregadero.
La mermelada al frigorífico. El tenedor limpio a su cajón, y los sucios al fregadero…
Encendió la pequeña televisión de la cocina. Sintonizó un canal de noticias. Cogió un estropajo y un bote de lavavajillas, y empezó a fregar.
[…] En Ciudad Juárez, en el norte de México, cientos de mujeres han sido violadas, torturadas, mutiladas y, finalmente, asesinadas en los últimos veinte años. El odio idiosincrásico hacia las mujeres en la sociedad mexicana, la ineficacia policial y el alto grado de corrupción política en el estado de Chihuahua, han dejado impunes la mayor parte de los crímenes.
Aunque Miguel no miraba la pantalla del televisor, concentrado en el fregado de aquellos cacharros, sí que escuchaba con atención la noticia.
Ciudad Juárez es uno de los lugares más peligrosos del mundo para la mujer. Los asesinos en serie, la prostitución, la explotación de niñas y el tráfico ilegal de personas en esta ciudad fronteriza han propiciado el exterminio de cientos de mujeres con escasos recursos económicos. La mujer pobre es explotada desde su condición de maquiladora hasta su conversión en cuerpo desechable y muerto, pasando por el calvario de la misoginia recalcitrante de sus maltratadores y verdugos. Los patrones masculinos mexicanos estereotipan gravemente a las víctimas. La clase social y la raza de cada mujer asesinada se relacionan exponencialmente con el grado de impunidad del delito cometido…
Miguel debió de sentir vergüenza ajena.
Yo soy un hombre. Por muy controvertidas que fueran las circunstancias, jamás cometería esas atrocidades. Esos criminales serán hombres, pero no se comportaron como tales. ¡Qué hijos de la grandísima puta!, expresó la voz en off de Miguel, que denotaba cierta turbación.
Aquella voz en off con semejante insulto sobraba en el telefilme. Aquella frase sexista y malsonante podrían habérsela ahorrado los guionistas.
Marta le observaba desde el umbral de la puerta de la cocina. Vio su rostro ligeramente afectado. -¿Qué pasa, corazón?
- Las noticias… La mala leche del género humano. -Cogió el mando a distancia, con las manos mojadas, y apagó la televisión al percatarse de la presencia de Marta.
Cerró la llave de la sofisticada grifería, y secó sus manos con un paño limpio de cocina.
- Te acompaño hasta el ascensor. Luego terminaré esto…
Llegaron hasta el rellano del portal. Eran los únicos vecinos de aquella planta, porque toda la superficie la ocupaba el ático y su terraza.
Aquel era el momento de otra escena subidita de tono. No supe catalogar qué tipo del telefilme estaban poniendo… Pero las imágenes tenían un alto contenido erótico.