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Apreté la falda contra mi vulva ardiente… Creí que me había prendido fuego.
Que moriría calcinada. -Aisha se estremeció mientras lo rememoraba. Su tono de voz parecía que se estuviera apagando-. Me auxiliaron mis compañeras entre llantos y lamentos… La situación fue tan abominable, que los soldados serbios estuvieron una semana sin violarme. En tales circunstancias me hubiesen ejecutado y enterrado, pero no quisieron prescindir de una buena cocinera… -La boca de Aisha se torció en una mueca de desaprobación rampante.
Durante esa semana me obligaron a bailar desnuda para ellos, cuando violaron en mi presencia a otras compañeras. Así de horrible fue todo aquello. ¡Un motel de violación escrupulosamente organizado! -admitió Aisha, arrastrando aquellas infames palabras, sobreponiéndose a semejante horror.
Se me cortó la respiración…
Respiré hondo, intentando serenarme.
Lo que dijo Aisha me había impresionado.
Me dolía el nudo de angustia que tenía en la garganta.
Mi estómago me dio varias vueltas mientras escuchaba aquello…
Y mi corazón me golpeaba en el pecho con fuertes palpitaciones, taquicardíaco.
Sentía el sufrimiento de Aisha… Aquel testimonio no era ficción.
La psiquiatra bebió de su taza para deshacer sus propios nudos, e hizo un esfuerzo para no desencajar sus ojos. Se había llevado una fuerte impresión como yo.
Ni ella ni yo comprendíamos exactamente qué llevaba a un hombre a cometer aquellas salvajadas.
La escena de la violación debió ser realmente horrible para que una psiquiatra estuviera tan afligida.
Yo había dejado ya de tomar notas. Estaba petrificado, prestando toda mi atención a las palabras y los gestos de Aisha.
Aquel testimonio, sacudió y resquebrajó mi alma. Me afectó profundamente.
A pesar de que no era la primera vez que escuchaba unos testimonios sobre las violaciones masivas en los conflictos bélicos, me conmovió escuchar semejantes horrores de boca de una de las víctimas supervivientes. Era especialmente sensible a la barbarie contra las mujeres. Me incomodaba la certeza de que aquellos hombres habían elegido violar y torturar a aquellas mujeres en vez de convivir con ellas…
Pudieron haber elegido enamorarse y casarse… los besos, las caricias, los abrazos. ¡Hubo muchos matrimonios mixtos antes de la guerra!, pensé todavía afligido por aquel cruento testimonio. -¡Terrible! -exclamó la psiquiatra. Su rostro no había logrado disimular su expresión de pánico. Que fuera una profesional médica, no significaba que fuese de piedra.
No podía apartar mis ojos de la pantalla del televisor. Me había metido de lleno en aquella grabación. Era incapaz de pausarla para tomar aliento…
- Aquel soldado serbio estuvo de paso -continúo Aisha, encogiéndose de hombros-. No volvió mientras yo estuve allí retenida. Ni siquiera pernoctó en el motel…
Me cogió por sorpresa. No podría identificarlo hoy -dijo con un tono de voz repleto de dudas, suspirando de frustración-. Sólo Dragan Talomir podría hacerlo, porque él, aparte de habernos violado a todas las mujeres que estuvimos allí recluidas, controló quién violaba a quién y qué se pagaba por ello.
- Dragan Talomir jamás delatará a esa bestia. Sería lo mismo que autoinculparse. Y no lo hará porque nunca se ha arrepentido de lo que hizo -dijo la psiquiatra, meneando la cabeza sin imparcialidad alguna.
En mi mente, seguía viendo aquella escena terrorífica de la violación. Se había grabado, con un fogonazo, en lo más hondo de mi ser.
Me habían traumatizado sus descripciones.