CAPÍTULO LXV

Dave Hirsh estaba celebrando una fiesta. Se estaba concediendo una especie de solitaria despedida de soltero. Después de cuidadosas consideraciones había decidido casarse con Ginnie Moorehead, y la fiesta a solas de aquella noche era como un símbolo de su decisión.

A ella no se lo había dicho todavía, y tampoco se lo había dicho a Bama; y ese era el motivo de que estuviese celebrando el acontecimiento totalmente a solas. En realidad no era desde luego una verdadera despedida de soltero. No se realizaba la noche antes del matrimonio. Pero era una despedida de soltero en el sentido de que tenía lugar la noche antes del día de la decisión. Después de todo, ¿qué otra persona, teniendo la edad que él tenía y con sus perspectivas, querría casarse con él? No estaba enamorado de Ginnie; por lo menos no lo estaba de la misma manera que en tiempos estuvo enamorado de Gwen French; pero a su modo la quería también, aunque no fuese más sino porque le inspiraba una lástima tan grande, Pero lo más importante de todo era el hecho de que ella sería una buena esposa para él; la clase de esposa que debe tener un escritor. Ella se cuidaría de él. El había estudiado a Ginnie intensamente durante las dos semanas que llevaba ya en Parkman de regreso de Kansas. Comprendía que no estaba muy equivocado.

Ginnie, después de mandarle él los cincuenta dólares, había tardado todavía dos semanas en regresar a Parkman. Quizá había necesitado todo aquel tiempo para desprenderse de su demente ex marinero, pero por otra parte Dave no dudaba de que hubiese podido encontrar a cualquier otro compañero en el camino. Aquello era muy propio de Ginnie. Pero a él no le preocupaba. Por lo pronto, después de haberle mandado el dinero había estado haciendo investigaciones por Parkman y descubrió que ella le dijo la verdad al afirmarle que durante tres meses no había salido con nadie antes de conocer a aquel ex marinero.

Agotada y lívida, después de sus tres meses de prueba en la cabaña de la pradera de Kansas, ella vino directamente a la casa de los dos amigos tan pronto como bajó del autobús. Había adelgazado mucho, pero su figura no había ganado nada con eso. No tenía la estructura básica que permite una pérdida de peso proporcionada y capaz de convertirla en un cuerpo hermoso. Pero después de todo, ¿ qué demonios importaba aquello? No era por eso por lo que iba a casarse con ella.

Pero aquella pérdida de peso la hacía un poco más apetitosa, aunque lo que impresionó y conmovió a Dave fue el cambio que se observaba en su personalidad. Después de llegar a la casa, se sentó con él y con Bama, delante de una botella de whisky y les hizo un relato de su odisea. Mientras estuvo viviendo con su nuevo marido en Kansas fue amenazada por lo menos en doce ocasiones distintas por lo que parecía ser una pistola automática del 9, del Ejército, por la simple sospecha de que ella pudiera estar acariciando la idea de abandonarle. Y el anciano padre de su marido no era mucho mejor: un asqueroso sinvergüenza, sucio y nunca afeitado, al que ella tenía la obligación de lavar, y cuya única opinión sobre las mujeres era la de que estaban destinadas por Dios a reventarse trabajando por sus maridos.

—Tengo miedo — les confesó ella — de que venga a buscarme aquí. El no sabe hablar más que de una cosa: de la Marina y de lo que ha hecho en la guerra. Desde luego ha ganado bien todas sus medallas. Es lo único de cierto en todo lo que me ha contado. Me las ha enseñado por lo menos cien veces. Me da un miedo terrible de que pueda venir a buscarme.

—Si viene — dijo Bama con una luz amenazadora en los ojos le partiré la boca, le cogeré la pistola y le daré con día en los hocicos.

.-Oh, tú no le conoces — dijo Ginnie muy nerviosa —. Te matará.

Bama no se dignó responder y se bebió un nuevo trago de —whisky. Dave, acordándose de la agresión de Indianápolis y del estado de exasperación en que se encontraba Bama desde que se sabía enfermo de diabetes, no pudo menos que compadecer al ex marinero en aquel problemático combate.

Se decidió que, en vista de su estado, Ginnie se quedaría a vivir con ellos. Por lo demás, ya no tenía habitación ninguna en Parkman. Bama, de una manera bastante curiosa, puesto que ella nunca le había sido simpática, manifestó tanta solicitud como Dave. Era imposible no estar conmovido por d aspecto de ella: la prueba la había destrozado física y moralmente.

—Pero tendrás que volver a trabajar en la fábrica para ayudarnos a echar algo al puchero. Ya no nadamos en oro como antes.

Ginnie les dio las gracias con efusión. Haría todo lo que quisieran. Por nada del mundo volvería a su antigua habitación, en la que nadie podría protegerla. Al día siguiente iría a la fábrica. Luego rompió en una nueva crisis de lágrimas.

—No puedo saber qué es lo que me ha pasado — lloró —.

Y lo peor es que estamos casados. Es mi marido. Podrá redamarme en cuanto se le antoje. Yo no puedo hacer nada.

—Eso se puede arreglar fácilmente — dijo Bama —. No hay más que decir que el matrimonio no se ha consumado y así se puede anular.

Después de darle a la sorprendida Ginnie la explicación correspondiente, en lenguaje bastante más crudo, ella juró que, desde luego, el matrimonio nunca se había consumado»

—Lo juro — dijo ella levantando la mano derecha y mirándoles como si esperase que la creyeran.

—No es a nosotros a quienes tienes que convencer — dijo Bama con desdén —, sino al tribunal.

—¿El tribunal? Por nada del mundo quiero ir delante de un tribunal.

.-Es el único medio que hay para desembarazarte del tipo

Y replicó Bama con mucho más desdén —. ¿ Es que quieres quedarte casada con él toda la vida?

—No, desde luego que no.

—Pues entonces no se puede hacer otra cosa.

—Pero, ¿qué tengo que hacer yo?

—Nada en absoluto. Únicamente presentarte ante el tribunal, ya haremos que el juez Deacon arregle la cosa.

—Llámalo — indicó Dave —. Él podrá explicarle de lo que se trata.

—De acuerdo — dijo Bama, y se dirigió hacia el teléfono.

El pequeño juez regordete, de rostro sardónico, vino inmediatamente y por lo menos consiguió infundir un poco de confianza bajo el espeso cráneo de Ginnie.

—Eso se hace con mucha frecuencia — dijo —. No es nada complicado. Basta hacer aparecer un anuncio en un periódico durante tres semanas consecutivas y enviar un ejemplar a tu marido. Treinta días después de dicha publicación puedes citarlo delante del tribunal. Ocho días más tarde, yo te llevo al tribunal y el matrimonio se declara nulo. Eso es todo.

—¿Eso es todo? — preguntó Ginnie aterrada.

—Desde luego.

—Pero, ¿y si él se presenta aquí?

—Pues bien, podrá oponerse, pero no tienes que preocuparte de eso. Es posible que no reciba nunca el periódico — dijo el juez Deacon con su sonrisa sarcástica.

—Es que ella tiene miedo de que venga a buscarla, juez — dijo Dave.

—Pero nadie se puede llevar a nadie por la fuerza. Así, pues, ¿queréis que me ocupe de la cosa?

—Como diga Dave — dijo Ginnie temerosamente —. ¿ Qué piensas tú, Dave?

—Es la única oportunidad que tienes — respondió Dave halagado—. Desde luego, hay que actuar. El juez te arreglará eso.

—Envíame la maldita minuta — agregó Bama.

—De acuerdo. No será muy elevada.

Después de marcharse el juez, Ginnie tuvo otra crisis de desesperación y se echó a llorar.

—¿ Por qué me habré casado? — se lamentó —. Tenía que estar completamente loca. Pero es el caso que los tribunales me horripilan.

Bama y Dave cambiaron una mirada. La pobre mujer les resultaba un objeto verdaderamente digno de lástima.

—Vamos, vamos —dijo Dave—. No llores. Todo se arreglará. Lo que necesitas es tomarte un buen trago, acostarte y dormir.

—No me abandonaréis si me quedo dormida, ¿verdad?-exclamó Ginnie —. ¿ No os aprovecharéis para largaros?

—De ninguna manera — contestó Dave —. Nos quedaremos aquí.

—Yo no —intervino Bama —. Tengo que ir a la junta esta noche.

—Pues yo sí me quedaré.

—¿Tienes tu revólver? —preguntó Ginnie.

—No, pero no me hace falca.

—Sí te hace falta. Si él vuelve, te hará falta.

—Le dejaré mi pistola —dijo Bama a regañadientes.—. Todo lo que tienes que hacer es apuntar y apretar el gatillo.

—Ay, así estoy más tranquila — dijo Ginnie, dispuesta a echarse a llorar de nuevo.

—No llores más — dijo Dave.

Y suavemente, después de hacerle tragar unos cuantos vasos más, la ayudó a subir a una de las habitaciones y la hizo acostarse.

* * *

Mientras disfrutaba su solitaria despedida de soltero, Dave, recordando las dos semanas que habían seguido a aquella vuelta de Ginnie, experimentaba todavía el mismo sentimiento de lástima enorme por aquella mujer. Ella necesitaba ayuda, estaba mortalmente aterrada. Sin embargo, ésa no era la única razón para decidirse a casarse con ella. Había muchas otras.

¿ Dónde iba a encontrar un hombre de cuarenta años, gordo como él, una compañera como aquélla? Sus dos últimos años de relativa juventud los había desperdiciado tontamente rondando en torno a Gwen French, sin obtener nada a cambio. No estaba ya en edad de que las mujeres vinieran a buscarle e incluso sin disponer él de dinero. Y en lo sucesivo todo iría de mal en peor. Nadie querría tener nada que ver con él. Y nadie le daría tanto amor como Ginnie le había dado en el curso de aquellas dos semanas. Aquélla era una razón bastante importante para casarse, ¿ no es así? Por lo menos una incitación lo bastante fuerte.

Había además otras. Ginnie en sí, por ejemplo. Había bastantes casos de mujeres más o menos perdidas que habían resultado esposas excelentes, por el hecho mismo de que siempre se sentían agradecidas. Además, la desgraciada no había tenido nada en la vida. La sociedad no le había ofrecido la menor oportunidad. ¿Era eso una cosa justa? Ella parecía un animalito; pero, ¿es que alguien había tratado de despertar su inteligencia? Ella era una criatura humana, con derechos, se repetía él constantemente. ¿ Quién había tratado de respetar alguna vez aquellos derechos? Nadie la había tratado nunca con el mínimo de dignidad que le era debido. Ni siquiera él. El era tan culpable como los demás. Y sin embargo él, durante toda su existencia, había defendido la causa de los derechos del hombre libre. Todo ser humano, por feo y torpe que fuera, tenía derecho a determinadas consideraciones.

Por otra parte, también él había pasado de la raya. Entonces, ¿ por qué no casarse con alguien que se encontraba al otro lado de la raya? Qué los guiñapos se unieran, que los dos «apestados» de la ciudad se casasen.

Todo aquello llevaba removiéndose en su cabeza desde hacía dos semanas. Otra razón importante era el recuerdo de Ruth, la mujer de Bama. Ella también, hija de un pobre campesino, había salido de la nada. Y sin embargo, ella no dejaba por eso de ser una esposa perfecta. Ginnie sería como ella. Evidentemente, no se trataba sin duda de un amor apasionado, tan ansiado por todas las Gwen French del mundo, pero era un amor creador que valía mucho más. ¡ Al diablo esas señoras ricas, aficionadas a la literatura, neuróticas, como Gwen! Él prefería una mujer como Ruth o Ginnie.

Por eso pasaba solitariamente su despedida de soltero esta tarde en Terre Haute. Todavía no había hablado a Ginnie ni a Bama, pero ninguna duda venía a su mente: los dos estarían calurosamente de acuerdo. Desde luego, haría falta esperar la disolución del matrimonio de Ginnie, dentro de dos o tres semanas. Pero puesto que su decisión estaba ya tomada, se consideraba como si estuviera casado, ¡De Dave Hirsh se podría decir todo lo que se quisiera, menos que no era un hombre de palabra!

En realidad, quería a Ginnie. No con aquel amor salvaje, flameante, apasionado que experimentara en otros tiempos por Harriet Bowman y luego por Gwen French, y que quizá todavía experimentaba un poco por esta última, o al menos por su recuerdo. No, él quería a Ginnie de una manera paternal, con ternura, con calor, con el ardiente deseo de acudir en su ayuda, de educarla. He ahí, cuando se miraba la cosa sin prejuicios, en lo que consistía el fundamento de los matrimonios más dichosos. Las uniones basadas en el amor convencional fracasaban siempre. Sobraban las novelas sobre el amor convencional y ahora él escribiría otra sobre esta segunda forma, de una consistencia distinta.

Desde hacía dos semanas, a fuerza de reflexionar en todo esto, Dave había concebido poco a poco el proyecto de incluir en su libro una historia de amor. Ya había tenido antes la idea, pero Bob y Gwen le habían disuadido enérgicamente. Pues bien, ahora no estaban ya allí para obstaculizarle en nada. Ahora trabajaba completamente solo. Y si tenía deseos de hacer eso, ¿ quién diablos iba a impedírselo? Aquella historia de amor seria la que estaba tejiendo con Ginnie y trataría de la necesidad desesperada que dos seres, excluidos de la sociedad, tenían el uno del otro. El plan original no prevería nada de esto, pero una historia semejante resultaba fácil de introducir, por ejemplo, entre un soldado y una aldeana que sería el desecho del pueblo. Ese episodio constituiría un tema suplementario, pero acentuaría también el contraste con los elementos diabólicos que representaban la comedia de la muerte.

1 La historia aquella daría al libro la confirmación cuya necesidad Dave iba sintiendo más y más, necesidad que Ginnie le había enseñado. Esta pobre Ginnie era como el símbolo de toda la raza humana y su propia afirmación. El episodio se desarrollaría en la parte central de la novela, durante el período relativamente estable que había seguido a la batalla de la bolsa. Por otra parte una historia de amor siempre estaba bien en cualquier novela. Y no es que él fuera a introducirla pensando en la venta de su libro, sino porque creía sinceramente en la necesidad de aquel episodio.

* * *

Cuando llegó aquella misma noche a Parkman se enteró de que ya había llegado el ex marinero de Ginnie. Ésta estaba sentada junto a la mesa de la cocina, y al primer chirrido de la puerta al abrirse, se puso en pie de un salto y se refugió en el rincón más alejado del cuarto con los ojos abiertos de par en par por el terror. Cuando él entró y vio ella quien era, cruzó la habitación y empezó a llorar sobre su hombro.

—Vamos, vamos, ¿qué pasa? —preguntó Dave.

—¡ Ha estado aquí, ha estado aquí! — gimió Ginnie.

—¿Quién ha estado aquí?

—Rick, Rick ha estado aquí.

—¿ Quieres decir tu marinero? ¿ Dónde está ahora?

—Se ha ido. Yo lo eché.

—Bueno, anda y siéntate — dijo Dave apaciguadoramente —. Cuéntamelo todo. ¿ Traía la pistola?

—No sé —| lloró Ginnie —. Pero me parece que sí. Además, desde luego lo que traía era una gran navaja de muelles que estuvo abriendo y cerrando todo el tiempo. Te venía buscando a ti. Dice que va a matarte.

Dave se quedó sorprendido sin saber que decir; luego se echó a reír. Todo aquello resultaba ridículo.

—Vamos —dijo—, bébete esto. Nadie va a matarme.

—¡ Te matará, te matará! — sollozó Ginnie, tratando desesperadamente de hacérselo comprender —. ¿ Por qué se me ocurriría liarme con él?

—Bueno, mira, tranquilízate. Lo que quiero saber es lo que ha pasado.

—Pues yo le dije que se fuera a ver al profesor French — explicó Ginnie un poco más calmada.

Dave la miró estupefacto.

—¿Que le dijiste que fuera adónde?

—Lo que te digo. Le mandé a casa del profesor French. A Israel fue lo primero que se me ocurrió. Le dije que te pasabas allí casi todo el tiempo, que eran escritores amigos tuyos y que probablemente estarías allí.

—Por Dios — dijo Dave soltando su bebida —. Por Dios, Ginnie.

Luego dio media vuelta y salió de la habitación.

—¿ Adónde vas?, ¿ adónde vas? — gritó Ginnie desesperadamente, poniéndose en pie.

—Al teléfono.

Pidió conferencia con Bob French. Ansiosamente se quedó a la escucha y a los pocos momentos oyó la voz de Bob.

—Bob, ¿eres tú? —gritó—. Aquí Dave.

—Ah, ¿ cómo estás, Dave? — preguntó la voz de Bob cansadamente.

—¿Cómo estás tú? ¿No te ha pasado nada?

—Estoy perfectamente bien.

—¿Ha ido por ahí ese individuo? ¿Un marinero manco?

—Pues sí, ha estado por aquí; hemos tenido una conversación muy interesante.

—¿Está ahí todavía?

—No, creo que ya irá camino.de Kansas. Hay un autobús que sale a las doce y media.

—Ahora mismo voy a verte.

—Como quieras.

Dave colgó y volvió a la cocina y se puso la chaqueta.

—No irás a dejarme aquí.— exclamó Ginnie frenéticamente.

—Sí. No te pasará nada. Bob dice que él cogió el autobús de las doce y media para Kansas.

—No lo creo, no lo creo. No puedes dejarme aquí sola.

—Mira, toma esto — dijo dándole la pistola de Bama que recogió del cajón de la mesita del teléfono —. No tienes más que apuntar y darle al gatillo. Pero lo mejor que puedes hacer es acostarte. Yo tengo que ir a ver a Bob para presentarle mis disculpas.

Cuando llegó a Israel, se encontró al poeta de cabellos blancos sentado en un sillón de cuero junto a la enorme mesa, frente a un alto vaso lleno de whisky con agua.

—Dios mío, Bob — dijo Dave avergonzado —‘. No sé cómo explicarte lo que siento todo esto.

Bob sonrió ilusionadamente.

—A decir verdad, ha sido una experiencia bastante interesante.

—Yo no sabia nada — dijo Dave —; fue otra persona quien lo envió aquí.

—Sí, ya me lo suponía.

Y a continuación le fue explicando la súbita aparición de aquel individuo que había entrado abruptamente preguntando por Dave y empuñando una navaja. Desde luego no hacía falta ser médico para notar que estaba completamente loco.

—¿Qué hiciste? —preguntó Dave ansiosamente.

.-Pues me puse a hablarle. Estuvimos hablando cerca de tres horas. Después se tranquilizó y me permitió que le ofreciera algunas bebidas fue muy interesante. Habló muchísimo de sus habilidades homicidas. Me explicó que le habías robado a su mujer, a su Ginnie y que por eso estaba buscándote para matarte, ya que por motivos más insignificantes había matado a otros muchos hombres. Pero lo que más le gustaba era hablar de sí mismo. Cuanto más bebía más me hablaba de todas sus aventuras en la Marina. Terminó por preguntarme qué pensaba yo que él debía hacer en su caso, y entonces le aconsejé que, si quería realmente a su mujer, debía dejarla tranquila para que ella hiciera lo que quisiera. Y a él le pareció que era un buen consejo. Y hasta prometió escribirme cuando llegase a Kansas.

—¿ Crees tú que volverá a venir?

—Pues no sé qué decirte — replicó Bob pensativamente —. Con esta gente tan emotiva no puede uno saber nada cierto.

—Pues yo voy a casarme con la muchacha que él viene buscando — dijo Dave de repente.

—¿Ah, sí? — preguntó Bob con sorpresa.

—Sí. Le van a anular el matrimonio. Se casó con él engañada. Le conocía nada más que de dos o tres días.

—Ya comprendo — dijo Bob mirándole con interés.

—Lo he pensado mucho. Entre Gwen y yo todo ha terminado. Tú mismo me lo dijiste. Y yo necesito una esposa. Ella se llama Ginnie Moorehead.

—Creo que la conozco un poco.

—Era una perdida, pero creo que será una perfecta mujer de su casa, y eso es lo que conviene.

—Bueno, pues te deseo mucha suerte.

—Además, voy a utilizar ese asunto para incluirlo en mi novela como una historia de amor.

—Opino que echarás a perder el libro, pero, al fin y al cabo, eres tú quien lo está escribiendo.

.-Supongo que no te parecerá bien que me case con esa chica.

Bob se quedó mirándole fijamente y luego se encogió de hombros y sonrió.

—Yo no soy quien para dar consejos. Ni siquiera puedo dármelos a mí mismo. Lo único que te deseo es mucha suerte, Dave.

—Gracias — dijo Dave sombríamente.

Durante todo el camino de vuelta estuvo pensando en que Bob French podía ser un sabio, pero también podía estar equivocado.

* * *

Ya no le quedaba que hacer sino informar a Ginnie y a Bama de sus proyectos de matrimonio.

A ella se lo dijo a la mañana siguiente, antes de empezar a trabajar. Bama no había regresado todavía. Ginnie se mostró encantada. Convinieron en que ella seguiría trabajando en la fábrica y Dave continuaría escribiendo su libro, ya que esa era la única forma de poder salir adelante hasta que el libro se terminara y se vendiera. Todavía tenían que transcurrir tres semanas antes de que el juez consiguiera la anulación del matrimonio.

Bama volvió a casa dos días más tarde, y, al contrario de lo que Dave esperaba, no se mostró nada satisfecho con el proyecto. En absoluto.

—¡ Caramba! — exclamó —. Es la idea más loca que he oído en mi vida. Un verdadero suicidio.

—Déjame explicártelo — replicó Dave sobresaltado.

Estuvo hablando mucho tiempo, exponiendo todas sus razones, pero Bama no se dejó convencer.

, —No sé si estás loco o no. Pero lo que sí te digo es que tienes que terminar el libro y entonces tendrás todas las mujeres que quieras, y si deseas casarte con alguna, que sea una mujer rica, hija de un millonario o algo así.

Dave replicó con acritud y los dos amigos se enzarzaron en una discusión violenta, que terminó con una separación completa, anunciando Bama que se marchaba de la casa y que quedaba disuelta la sociedad que los dos tenían formada para jugar al póker.

Y de esa forma quedó la cosa. A finales de septiembre, el juez Deacon se llevó al tribunal a la aterrorizada Ginnie y fue conseguida la anulación del matrimonio. Dos días más tarde se casaron y alquilaron un pisito pequeño no lejos de donde Ginnie había tenido su primitiva habitación. Ella siguió trabajando en la fábrica y Dave continuó escribiendo su libro. Se sentían muy felices. El periódico publicó una pequeña nota sobre el matrimonio y Dave se preguntó si Frank la habría leído y qué habría pensado.