CAPITULO XIX
En realidad, Frank no se había librado de nada. La verdad era que Agnes le había dejado salir del apuro. Lo tenía bien sujeto, amarrado de pies y manos y hecho un paquete, dispuesto a ponerlo en la parrilla y asarlo a fuego lento, y dejó que se librara. Había sentido lástima de él.
Agnes Marie Hirsh (Herschmidt), de soltera Towns, había tropezado con estos líos durante algún tiempo. Había tropezado lo suficiente como para tener sobre ellos una especie de instinto. Sólo tenía que mirar a su marido para saber que ella había ganado. Tenía suficientes pruebas para quemarlo desde los pies a la cabeza o despacharlo por toda la vida, o hacer que se colgara en su propia soga, pero no usaba de aquellas pruebas. Había veces en que una mujer tiene suficiente con darle un empujoncito al hombre, y ésta habría sido una de esas veces. En lugar de eso, alineó aquella prueba junto a las demás,.dispuesta a usarla en alguna fecha futura cuando le conviniera más hacerlo que ahora.
Verdaderamente sentía lástima de él, ahora que sabía que ella había ganado. El era tan transparente, que daba pena, aunque se tuviera por muy listo. Y no sabía lo más mínimo sobre las mujeres. Al parecer no tenía la menor idea de que Geneve Lowe estaba meramente usándole para ver todo lo que podía sacarle para ella y para su marido. Probablemente estaba del todo convencido de que ella estaba locamente enamorada de él, el pobre primo. Hasta hoy, Agnes nunca había estado segura de que ella terminaría por ganar; pero después de ver el aspecto de él, era fácil deducir que algo había sucedido en Chicago. Agnes pensó que ella sabía qué era lo que había sucedido. Y aquello no tenía nada que ver con las pruebas que había reunido: aquello formaba parte de otro plan.
Al día siguiente de que Frank se marchara, ella había ido en coche a Terre Haute en una expedición de compras; había algunas cosas que quería comprar desde bacía algún tiempo. Mientras estaba allí decidió de pronto ir a la joyería de Miller para mirar alguna cristalería de importación que deseaba adquirir. Jeff Miller salió a atenderla personalmente. Se sintió sorprendida y sobresaltada. Indudablemente, Jeff no podía estar en una reunión en Hammond si estaba en Terre Haute atendiéndola. No había dicho nada, y compró algunas piezas de cristalería y pagó al contado, no con un vale. Cuando volvió a casa, no deshizo el paquete, sino que lo guardó en la despensa. El resguardo de la compra estaba dentro, escrito con papel carbón. Le suministraba una sensación extraña de confort el saber que aquello estaba allí en el estante.
Luego, al día siguiente, había bajado a la tienda de modas de Dotty Callter, porque había un saldo de ropa blanca. Llegó a una hora en que Geneve Lowe debería estar allí, porque era siempre Geneve la que la atendía, por el hecho de ser Frank el jefe de Al. Pero Geneve no estaba allí. Fue Dotty en persona la que la atendió. Dotty no mencionó que Geneve estaba en viaje de compras en Chicago. Dotty no mencionó a Geneve en absoluto. Había comprado alguna ropa blanca, y dos de sus mejores combinaciones (¿por qué no?) y no dijo nada, y dijo que se lo apuntaran en cuenta. La cuenta se la pasarían el primero de mes a Frank, con el resguardo consiguiente, en el que estaría apuntada la fecha.
Y al mismo tiempo que pasaría esto, ella pondría de manifieste la cristalería. Si es que decidía esperar tantísimo. No con* taba con esperar tanto. Tenía el propósito de revelarlo todo en cuanto que él volviese a casa. Era una vergüenza que pasase aquello. Era una vergüenza que ella tuviese que proceder en esa formal. Pero así estaban las cosas. Así estaba todo.
Y así habría seguido y así lo habría hecho, pensaba, sabiendo que estaba enferma, y que había tenido que llamar al médico, porque de esa manera tendría dos cuerdas en su arco, tendría otro plan muchísimo mejor, el infalible, si el primer plan hubiese fracasado.
Pero en el momento en que vio a Frank entrar en la cocina, supo que el primer plan, el que estaba basado en las chismorrerías que había empezado a verter entre sus amistades, no había fracasado, sino que únicamente había sido de un funcionamiento lento.
Ella no necesitaba emplear ahora el otro plan, el infalible, pero no se arrepentía tampoco de la energía gastada en el mismo. Mientras que estuviese casada con Frank Hirsh, éste no iba a suplantarla con otras mujeres, por lo menos no por mucho tiempo. Después de todo, como tal esposa, ella también tenía sus derechos.
Más derechos que muchas. No era ya tanto una esposa como un socio. Cuando su padre murió repentina e inesperadamente, dejándola como única heredera, ella le había traspasado la tienda a Frank limpia de polvo y paja. ¿ Es que su padre le había dejado algo a Frank, a quien tenía de empleado? No le había dejado nada. Ella no había pedido recompensa ninguna, no había esperado pago alguno, y nada había obtenido. Eso justificaba el que pudiera hacer cualquier cosa. Claro que es verdad que entonces no era más que una tienda sin importancia, corriendo el peligro de ser puesta fuera de combate por los Woolworths, y que todo lo que se había hecho en ella y con ella había sido hecho por Frank. Él había maquinado mucho y había trabajado de firme. No es que ella no fuera a admitirlo. Idea de él había sido la de convertir la tienda en una joyería. Prácticamente todo había sido idea de él. Sin embargo no podría haber conseguido nada a no haber sido por ella y por su almacén, porque habría tenido que estar trabajando toda la: vida y nunca habría reunido dinero bastante para comprar una tienda. Así es que a ella le debía algo. Si no amor, por lo menos lealtad. Y ella estaba dispuesta a tener lo suyo.