CAPITULO LV

Gwen llevaba ya mucho tiempo en la cocina, sentada junto al fuego, calificando ejercicios, cuando oyó que alguien golpeaba en la puerta lateral. Bob había salido, y era de suponer que estuviese en su taller particular o se hubiese marchado a alguna parte, como solía hacer a aquella hora del día. Ella soltó el papel que estaba leyendo sin terminarlo y se dirigió hacia la puerta para responder a la llamada.

No tenía la menor idea de quien pudiera ser. Todo el mundo en Israel usaba nada más que aquella puertecita lateral para entrar, como hacían ella y Bob, pero nadie acostumbraba a llamar. Simplemente entraban. Tan sólo los chicos de las tiendas u otros proveedores utilizaban la puerta principal o bien utilizaban la puerta trasera.

Bajó los escalones y abrió la puerta y vio a una joven mofletuda de blandos ojos lúgubres con un bonito abrigo que sin embargo ya empezaba a mostrar la dejadez propia de su dueña. Detrás de ella había un baqueteado «Ford» negro, con matrícula de Illinois, y que Gwen French no reconocía de nada.

—¿Qué desea? — preguntó Gwen.

—¿Es usted la señorita French? —preguntó la regordeta muchacha. Lo mismo podía tener veinte que cuarenta años — ¿ Gwen French? ¿ La profesora de inglés en el Colegio?

—Pues sí, yo soy.

La muchacha regordeta la miró de arriba abajo.

—Pensé que tenía que ser usted. Es usted tan elegante... Mucho más elegante todavía de lo que yo pensaba.

—Muchas gracias — dijo Gwen —, pero, la verdad, no comprendo...

—Me llamo Ginnie Moorehead — explicó la muchacha regordeta —; probablemente usted no me conoce, pero yo la conozco a usted. Por lo menos he oído hablar de usted. Me gustaría poder hablar con usted de una cosa.

Gwen volvió a mirarla con más cuidado.

.-Bueno, ¿no quiere usted pasar, señorita Moorehead? — dijo ella con agrado, retrocediendo para dejarle sitio.

La muchacha la precedió, subió los escalones y entró en la cocina.

—¡ Dios mío, este es un sitio estupendo! — dijo Ginnie Moorehead—. ¿Podemos hablar aquí a solas?

—Desde luego. Sólo estoy yo aquí. Venga usted y siéntese.

—Gwen le indicó el camino hasta la gran mesa con las sillas de cuero en torno. La muchacha se sentó sin quitarse el abrigo —. ¿Quiere darme su abrigo?

—No — dijo Ginnie Moorehead en tono concluyente.

Giraba sus ojos bajo aquellas cejas al parecer perpetuamente enojadas, fijándolos en Gwen, nerviosa y furtivamente. Gwen sonrió para darle ánimos.

—Bueno, ¿ de qué quería usted hablarme?

—Señorita French — dijo Ginnie Moorehead —, señorita French, ¿va usted a casarse con Dave Hirsh?

—¿ Qué si voy a qué? — preguntó Gwen secamente, enrojeciéndose.

—¡ Desde luego que no! — contestó Gwen casi automáticamente —. ¿Quién ha podido infundirle esa idea?

Ginnie Moorehead compuso en su rostro una expresión desolada.

—Es una cosa que me pensé. Ya ve usted, él está enamorado de usted.

—Creo que está usted equivocada — repuso Gwen envarada-

mente.—. Sin embargo, si él lo estuviera y si él y yo fuéramos a casarnos, cosa que, desde luego, no hemos pensado hacer nunca, no creo que nada de esto sea de la incumbencia de usted, ¿verdad? ¿Por qué me lo pregunta?

—Bueno, pues mire, en cierto modo sí es cosa de mi incumbencia, señorita French — dijo Ginnie Moorebead desolada— mente —. Ya ve usted, Dave está en relaciones conmigo desde hace más de un año. Casi desde el primer día que llegó a la ciudad. Quería casarse conmigo. Antes de conocerla a usted.

Sonrió tristemente. Gwen se quedó mirándola con fijeza, desgarrada por aquella invasión de su intimidad, cosa que la hacía ponerse rígidamente, y un fuerte sentimiento de repulsión al encontrarse, por lo menos en esencia, colocada en la misma categoría que esta criatura.

—Ya sé —continuó diciendo la muchacha gorda — que yo parezco muy poca cosa y que no tengo tan buena reputación como toda una señora que es usted. Pero a él antes eso no le preocupaba nada. No le preocupaba ni mi aspecto ni mi reputación cuando estaba enamorado de mí.

—Realmente, señorita Moorehead... —empezó a protestar Gwen desmayadamente.

—Sí, ya lo sé — dijo Ginnie Moorehead —. Lo sé. Pero ahora él viene aquí con muchísima frecuencia y yo apenas lo veo. No me lo quite usted, señorita French. Él es todo lo que yo tengo.

—No voy a quitarle a usted nada — dijo Gwen rígidamente —. Puede tener esa seguridad. No hay absolutamente nada entre Dave y yo, y nunca lo ha habido.

—Usted tiene muchísimos otros hombres — exclamó la muchacha —. No me lo quite.

A Gwen no pudo ocurrírsele de momento otra cosa excepto ponerla fuera de la casa.

—Usted lo que debe hacer ahora es marcharse y no estar preocupada — dijo con dulzura —. No debe temer competencia ninguna por mi parte. Dave y yo nunca hemos tenido nada de relaciones amorosas ni vamos tampoco a tenerlas. Únicamente le he ayudado un poco en la cuestión de su trabajo de escritor, eso es todo. Creo que ha cometido usted un error.

—Pero es que yo tenía tantísimo miedo, señorita Freneh-dijo débilmente Ginnie Moorehead, mirándola con prudencia.

—Bueno, pues no hay necesidad de tener miedo ninguno-dijo Gwen —. Si hubiese habido alguna vez una posibilidad de algo entre Dave y yo, que nunca la hubo, habría desaparecido completamente después de lo que usted me ha dicho.

Aparentemente era aquello lo que Ginnie Moorehead estaba deseando oír, porque en aquel mismo momento su aire estólido se relajó. Anduvo hacia los escalones situados al otro extremo de la cocina.

—Es un hombre muy notable en muchos aspectos — se obligó Gwen a decir —. Y se le presentan grandes oportunidades de llegar a ser algún día un escritor rico y famoso.

Al oír la última frase, Ginnie Moorehead se detuvo como si la hubieran clavado en el sitio.

—No dejará usted de ayudarle ahora, ¿verdad, señorita French?

—No, desde luego que no — repuso Gwen.

—Gracias — dijo Ginnie Moorehead—. Muchísimas gracias. Por todo — declaró antes de cerrar la puerta —. En realidad tengo que irme ya. He de devolverle el coche a mi amiga. Se lo pedí prestado para venir hasta aquí.

—Usted lo pase bien — dijo Gwen cortésmente.

Cuando la puerta se cerró, ella volvió a la cocina, la misma cocina en que él había estado tantísimas veces, trabajando con ella, y se echó a reír con una risa estentórea que repercutió con tremenda vitalidad contra las paredes, amenazando con hacer vibrar los libros colocados en las estanterías. Se quedó mirando aquella cocina porque ya no era la misma habitación de siempre. No era la misma cocina ni lo sería ya nunca para ella.

¿Así es que ellos eran de esta forma? Por lo visto todos los hombres eran eso: cualquier cosa, absolutamente cualquier cosa. No importa lo horrible que aquello pareciera. Sencillamente cualquier cosa-ella con todos sus locos sueños románticos y sus ilusiones, pensando todo el tiempo que él estaba superándose por ella, que estaba buscando deliberadamente su ayuda, mientras que en realidad lo que estaba haciendo era quedarse con aquella... aquella... aquella... No podía encontrar una palabra lo suficientemente despectiva. Un animal. Un animal hembra. Ninguna mente, ningún cerebro. Probablemente ni siquiera podría leer las letras de los cuentos de él, de su novela, cuanto menos el sentido de los mismos. Dios mío, si ella le hubiese hecho caso. El pensamiento la ponía enferma.

Cuando Bob volvió a casa, se la encontró sentada, con los ojos secos, delante de la mesa, fría y tranquila, con un cóctel delante de ella, que se había preparado, pero que no había tocado todavía, y ella lo primero que hizo fue contárselo todo. Tenía que hablar con alguien. Y Bob era la única persona que tenía a mano.

—Tuve una visita mientras estuviste fuera — dijo ella después de despojarse él de su abrigo y de su sombrero y acercarse a su lado con su chaqueta de punto y sus pantalones de franela.

—¿ Ah, sí? — sonrió él —. ¿ Quién?

—Una muchacha de Parkman — dijo Gwen ligeramente —. Una tal Ginnie Moorehead.

—Ah, ¿es alguien a quien yo debería conocer?

—Dudo de que la hayas conocido nunca. Trabajaba en la fábrica de ropa interior. Es la novia de Dave Hirsh.

—Oh — exclamó Bob sorprendido; y luego sus ojos se velaron —. Caramba — dijo tristemente, con simpatía.

Gwen continuó sonriéndole con ligereza.

—Vino a pedirme que hiciera el favor de no quitarle a Dave

—Ya comprendo, ¿ Y qué le contestaste?

—Contesté — dijo Gwen claramente — que no tenía nada que temer de mí.

—Ya comprendo.

—Oh, papá — exclamó Gwen desesperadamente —, oh, papá. ¿ Qué voy a hacer?

—Bueno — dijo Bob pensativo. Se sentó en el sillón de cuero junto a ella y se echó hacia atrás con cuidado—. Supongo que no se tratará de una mujer muy impresionante.

—Oh, papá, si la hubieses visto — dijo Gwen lastimeramente.

Bob sonrió con dulzura.

.-Debo decir que me alegro de no haberla visto. — Se alisó los bigotes con los dedos en un ademán que le era peculiar siempre que estaba nervioso y trastornado —. Eso hace parecer a Dave más bien un sinvergüenza — dijo con cierto temor —. ¿No te parece?

—¿Sinvergüenza? —exclamó Gwen con los ojos a punto de llenárseles de lágrimas que amenazaba romper a pesar de ella misma.

—Mira, no debes dejar que esto te trastorne, querida Gwen-dijo Bob penosamente. Se inclinó hacia delante y le dio una palmadita en las rodillas—. Ya sabes, he seguido tu historia de amor, la tuya y la de Dave, bastante de cerca. Debo decir que el asunto me agradaba mucho. — Hizo una pausa y carraspeó cuidadosamente —. Bueno, cuesta trabajo decirlo, querida Gwen, pero no se puede explicar por qué la gente es como es. Cuando dos personas están tan de acuerdo en todas las cosas de la vida como tú y Dave...

Siempre había creído que Bob era algo más inteligente.

—Pero, hablando yo mismo como hombre — continuó Bob amablemente —, puedo asegurarte que esto significa muy poca cosa. Para el hombre. Deja que me explique. En los hombres de un alto grado de espiritualidad como Dave

—¡ Espiritualidad! — exclamó Gwen.

—Sí — dijo Bob amablemente pero con firmeza —; después de todo él es un escritor. Y puede llegar a ser, alguna vez, uno de los buenos. Con alguna pequeña ayuda tuya y miar.

.-Tuya — repuso Gwen amargamente —, no mía.

—Cómo estaba diciendo — continuó Bob —; en estos hombres que tienen un alto grado de lo que sólo puede llamarse espiritualidad parece ser que, de una forma extraña, tienen también un alto grado de instintiva tendencia al amor carnal.

Gwen resopló despreciativamente.

—Tú has estudiado a los escritores — continuó Bob sacudiendo la cabeza—. Tolstoi, Stendhal, Byron y los demás. No es que tengan más deseos que el resto de los hombres ni que sean diferentes; es sólo que sus deseos son más intensos. Todo es en ellos más intenso. Y lo mismo que el grado de espiritualidad es más alto y más intenso, sucede con el grado de sexualidad que es también más intenso y más alto. Y contra esto es con lo que han de luchar y por esto han de trabajar duramente para dominarse. Aunque sólo fuera para evitar el ser destruidos físicamente si no hubiera otras razones. Pero naturalmente tú sabes todo esto; es el tema de tu propio libro, querida Gwen.

Gwen asintió en silencio.

—¿Querrías que Dave, que en realidad forma parte del grupo que estás estudiando, estuviera exento de tu propia teoría?-dijo Bob con dulzura.

—Bueno, ¿qué quieres que yo haga? —exclamó Gwen.

Bob sacudió la cabeza y abrió sus manos.

—Naturalmente debes hacer lo que tengas que hacer.

—Oh, papá, —dijo Gwen desamparadamente y otra vez al borde de las lágrimas—. Eso es fácil para ti. Tú no estás enamorada de él.

—¿Y tú lo estás? — preguntó Bob.

Gwen se calló, sorprendida.

—No.— dijo abruptamente —. No lo estoy. Ya no lo estoy. Oh, papá. Si la hubieras visto. Es horrible.

—¿Vas a continuar trabajando con Dave?

—No —repuso ella—. No. O sí Sí. Oh, no lo sé. No sé lo que voy a hacer.

—Creo que hay muchas probabilidades de que Dave no pueda terminar nunca su novela —arguyó Bob suavemente — a menos que continúes trabajando con él. Podría ser una buena novela. Hasta podría resultar una obra maestra.

—Hace mucho tiempo que no me necesita — protestó Gwen —. No creo que nada pueda impedirle terminar.

—No estés tan segura.

—Estoy segura. No. Sí, no estoy segura. Oh, no lo sé. No sé nada.

Resbaló de su butaca hasta quedar de rodillas y descansó la cabeza en las piernas de su padre como una niña.

—Voy a marcharme de viaje — dijo Gwen entre sollozos.— En cuanto haya terminado el curso en la escuela. Hasta entonces seguiré colaborando con él... si él quiere. Creo que podré resistir hasta entonces. Pero después me iré lo más lejos posible. Que el diablo se los lleve a todos. A ellos y a sus malditos libros. Que los escriban ellos solos. Ninguno ha apreciado ni apreciara jamás la ayuda que les he prestado.

Apretó las rodillas de su padre contra su cabeza convulsivamente, mientras Bob le acariciaba suavemente los cabellos.

Dos días más tarde apareció Dave con su novela.