CAPÏTULO XLV

Ahora se habían acostumbrado a hacer mucho más uso de la cocina. Se debía en parte al hecho de que la vieja Jane, que era la que le hacía la limpieza, se encontraba allí a sus anchas una vez a la semana. Pero el uso de la cocina se debía más a la nueva sirvienta de Bama, Doris Fredric, quien desde luego no podía salir y comer con ellos en público, por lo menos aquí en la ciudad.

La vieja Jane, pensó Dave con afecto, tomándose una bebida en la mesa de la cocina, estaba todavía terminando su limpieza. Desde que él era un chiquillo la vieja había sido la mujer de faenas de Frank y Agnes, cuando él todavía vivía con ellos. Jane tendría que ser uno de los caracteres principales de su novela cuando él escribiese un libro sobre Parkman.

Jane, durante el mes que llevaba trabajando para ellos, parecía haber perdido algo de aquel enorme peso suyo. Tenía en efecto mejor aspecto que el que él pudiera recordarle nunca, excepto los círculos obscuros bajo sus ojos, que parecían darle una mirada alucinada, los que probablemente se debían al exceso de bebida y a sus riñones, de los que siempre se estaba quejando. O al demasiado trabajo. Pero tenía una maravillosa vitalidad.

Cuando vino por primera vez a trabajar con ellos, Dave la llevó a la cocina y allí se sentaron y tomaron una taza de café y él le dijo risueñamente que sería mejor que Frank no supiese que estaba trabajando parar ellos, porque entonces podría despedirla.

Lo dijo en plan de broma, pero los ojos de la vieja Jane habían centelleado peligrosamente.

—Si ese grandísimo sinvergüenza quiere despedirme — barbotó ella con su tremenda voz —, no tiene más que decírmelo. Y lo mismo te digo a ti.

—Oye, ten en cuenta que yo estaba sólo bromeando.

—Ya lo sé, cariño, pero te lo digo para que no te equivoques. Me sobran sitios donde trabajar.

—Juego se puso a contarle lo que ella pensaba sobre Frank y Agnes. Le dijo que el matrimonio parecía estar viviendo ahora una nueva luna de miel.

—Estás loca — dijo Dave incrédulamente —. Hace años que se odian a muerte.

—No estoy loca; es una cosa que veo con mis ojos. Toda la ciudad estaba enterada del asunto Gene ve Lowe. Luego se pelearon porque Agnes habló más de la cuenta. Durante unos meses Frank y Agnes estuvieron casi sin hablarse. Pero ahora Frank ha empezado a mostrarse más y más amable. ¿No te figuras tú a qué se debe eso?

Dave se encogió de hombros.

—Se le habrá pasado su capricho-dijo.

—No, señor.

Dave se quedó asombrado, pero Jane misma no estaba enterada de más detalles. El se levantó de la mesa y se mezcló otro «Martini», sintiéndose más feliz que nunca.

Estaba trabajando en la novela cada vez con más ahínco. Bob French no había leído el libro y decía que quería esperar hasta la redacción definitiva, pero había leído El Confederado y estaba entusiasmado, teniendo la seguridad de que lo publicarían en la revista a la que lo envió. Con todo aquello, muchas noches Dave no tenía tiempo para jugar, pero a Bama aquello no le importaba mucho, porque también estaba muy ocupado con Doris Fredric.

Dave no sabía exactamente cómo había comenzado aquello. La muchacha empezó a ir por las noches a la casa. Había en ella algo de dulce, tímido y virginal y salía con Bama a dar largos paseos en el viejo Ford de ella.

También ayudó a montar la casa con muchos detalles de comodidad y buen gusto y además había empezado a cocinar para ellos.

Precisamente en aquel momento entró la pareja sonriendo con alegría.

—Bueno — dijo Doris —, aquí está el novelista rumiando un nuevo capítulo de su obra.

—En realidad estaba sencillamente descansando — dijo él complacido.

—Hola, muchacho — saludó Bama con una nota de profundo afecto en su voz.

—Estoy muerta de hambre — dijo Doris —. ¿ Qué hay en la nevera?

—Bistecs y salchichas — dijo Dave automáticamente —. Y algo de lechuga por si quieres una ensalada.

Bama le ayudó a preparar la comida y Dave se sentó con ellos y tomó una taza de café.

Cuando terminaron, mientras Doris estaba lavando los platos, Bama se echó el sombrero sobre los ojos y se retrepó en una butaca y encendió un cigarrillo.

—¿Cómo ha ido el trabajo hoy?

—Así, así —respondió Dave vagamente, porque no le gustaba hablar nada personal delante de Doris. Y Bama lo sabía —. Pero estoy contento.

—Me alegro — asintió Bama moviéndose en la butaca —. ¿ Vas a ir esta noche a Israel?

—No— repuso Dave —, esta noche no.

—Entonces podríamos salir un poco y jugar alguna partida de póker — propuso Bama.

—No iréis a trabajar esta noche, ¿ verdad? — intervino Doris malhumorada.

Se había acostumbrado a llamar trabajo al juego, copian— do la expresión que ellos utilizaban constantemente.

—Claro que vamos a trabajar — replicó Bama.-... ¿ Cómo, si no, quieres vivir en el gran estilo a que estás acostumbrada?

—Creía que no estabas escaso de dinero — dijo ella.

—Siempre se está escaso de dinero — repuso Bama con calma —. Vámonos, David. — Luego, dirigiéndose a Doris —: Tú instálate como te parezca. Sabes donde están todas las cosas. Puedes escuchar la radio o leer. Quizá vengan Wally o Dewey a jugar contigo al ping-pong.