CAPITULO XLII

En la puerta de la suite se estrecharon las manos. Había una franca desaprobación en el rostro de Frank cuando entró; y en el rostro de Dave, a pesar de la enormidad de odio que había sentido la noche anterior, y todavía sentía, por lo de su coche, había una especie de ansioso deseo juvenil por agradar, mientras iniciaba el camino. Por otra parte, los dos se sonrieron, cada uno a su manera: Frank con una fría reserva y Dave con una ansiedad casi penosa.

—Veo que otra vez estás bien de fondos — dijo Frank.

—No mucho realmente — sonrió Dave —. Ganamos un poquito.

—¿Dónde estuvisteis?

—En la playa de Miami.

—¿En la playa de Miami, en Florida?

—Es una bonita ciudad— asintió Dave.

—Has engordado mucho en estos cuatro meses.

—La buena vida.— dijo Dave, haciendo un gesto con su vaso —. ¿ Quieres que te prepare una bebida?

—No. Es todavía muy de mañana para que yo pueda beber. Y también es muy de mañana para ti.

—Bueno, tú lo haces por la noche — sonrió Dave —, y yo en cambio no bebo mucho de noche. Siéntate.

Frank no contestó. Se sentó en una de las butacas y se echó hacia atrás y dejó caer las manos en su regazo.

—Bueno, ¿para qué querías verme?

—¿Que para qué quería verte? Para hablar sobre el servicio de taxis. Creí que eras tú quien quería verme a mí — dijo Dave.

—Quería. Hace ya cuatro meses que quería. ¿Qué pasa sobre el servicio de taxis?

—Bueno, tenía que decirte únicamente que no voy a trabajar más en eso, eso es todo.

—¿Ah, no vas a trabajar? —dijo Frank—. ¿Cuándo lo has decidido?

—Mientras estuve en Florida.

—¿Con Bama Dillert?

—Exactamente.

—¿Y por qué no?

—Porque me han ofrecido un empleo mejor. Un empleo con mejor paga y mejor horario.

—¿En Florida?

—No. En Parkman.

Una vez más Frank no pudo evitar el adoptar una expresión de asombro.

—¿ Con quién? — preguntó —. ¿ Haciendo qué?

Dave le sonrió

—Con Bama —repuso—. Jugando.

—Ya veo — dijo Frank delgadamente. Por un momento pareció como si fuera a decir algo más. Luego bajó la vista a sus manos, posadas todavía en su regazo, pensativamente, y se frotó el pulgar izquierdo con el pulgar derecho —. Supongo que te harás cargo de todo lo que eso va a representar para mí-dijo sin alzar la vista.

—Ya he pensado algo en eso. Si quieres decir que te va a arruinar, no lo creo.

—No. No supongo que vaya a arruinarme. Pero ciertamente no me hará ningún bien. Y será bastante embarazoso.

Volvió a alzar la vista hacia Dave.

—Bueno, lo siento — dijo Dave —. No era mi intención causarte ninguna molestia. Pero se trata de una proposición demasiado buena para rechazarla.

—Bama Dillert tiene una mala reputación en esta ciudad-dijo Frank llanamente.

—Ya lo he oído decir — replicó Dave —, ya lo he oído decir. Pero ¿ quieres saber algo? — Sonrió un poco e hizo una profunda inspiración, casi convulsiva —. Mala reputación o no, confío en él y le aprecio, más que confío y aprecio a la gente respetable de esta ciudad. Y entre ellas te incluyo a ti — añadió tajante —. Si él tiene que jugarte alguna mala pasada, por lo menos no lo hará en nombre de Dios ni de los Negocios ni de las Responsabilidades Sociales.

Frank no bajó la vista, sino que se quedó mirando rectamente a Dave, con rostro impasible, como un hombre que se irguiera con los ojos bien abiertos frentes a un huracán o a una tormenta. No parecía estar enfadado.

—Y ya que estamos hablando de la confianza que merece cada cual — dijo Dave —, me gustaría mencionar que creo que es una de las faenas más sucias, más mezquinas y más bajas la que has hecho con mi coche.

—Nada le ha sucedido a tu coche que no pudiera haberle sucedido dejándolo donde lo dejaste — replicó Frank.

—Ya lo sé. Sé que tienes toda la razón.

—Tú mismo lo dejaste en la calle, sin instrucciones de ninguna clase sobre lo que había que hacer con él.

—Ya lo sé. También eso es verdad.

—La policía me llamó y me habló de eso. Si yo no hubiese recogido el coche, ellos lo habrían confiscado.

—También eso es verdad.

—Tampoco me dejaste ninguna dirección para poder tenerte al corriente.

—Verdad también.

—No veo en qué puedo haberme portado mal con a tu coche. Creo que te hice un favor.

—Yo también — sonrió Dave —, y me gustaría añadir que si yo hubiese tenido el propósito de volver a trabajar contigo en esa maldita parada de taxis, ahora no querría de ninguna manera.

—Gracias — asintió Frank —. A propósito de confianza, también yo podría mencionar unas cuantas cosas, pero no tengo idea de hacerlo.

—Esa es una gran magnanimidad por tu parte — dijo Dave —, grandísimo fullero.

Sin cesar de mirarle, Frank parpadeó un momento. No llegó a ser un verdadero parpadeo. Continuaba mirando fijamente a Dave, con rostro impasible, paseando sus ojos por lar cara de Dave pensativamente.

—¿ Así es que no piensas volver a la parada? — dijo. Luego bajó la vista a sus manos, frotando pensativamente su pulgar derecho con el izquierdo, y Dave no pudo menos que sentirse avergonzado—. Entonces espero que querrás comprarme mi parte — dijo blandamente sin alzar la mirada.

—Bueno, yo... — empezó a decir Dave, cogido por sorpresa y sintiéndose avergonzado de sí mismo —. Bueno, no. Quiero decir que no tengo mucho interés. No quiero dejarte sin tu servicio de taxis. Yo...

Se detuvo.

—¿ Quieres decir que preferirías venderme tu parte? — preguntó Frank sin alzar todavía la mirada.

—Bueno, yo... Mira, creo que hay cierta cláusula en el contrato que firmamos en la que se habla de una situación como ésta.

—¿Te refieres a la cláusula de «Da o Toma»? — preguntó Frank. Estaba evidentemente dolido; no enfadado, solamente dolido —. ¿ Quieres decir que estás dispuesto a invocar la cláusula?

—Bueno, yo... no — dijo Dave—. No, no quería decir eso. Pero pensaba que la cláusula estaba para eso, quiero decir, en caso de que alguno quisiera romper la sociedad, o algo por el estilo.

Frank seguía sin mirarle.

—No, la cláusula está como un procedimiento legal para hacerlo valer en caso de que los socios no lleguen a un acuerdo. Yo estoy dispuesto a hacer todo lo que sea justo. ¿Quieres comprar? ¿Quieres vender tu parte? ¿Qué quieres hacer?

—Espera un momento — protestó Dave —. Yo nunca he dicho que quisiera hacer ninguna de esas cosas.

—.¿Quieres decir que prefieres dejarlo todo tal como esté?-preguntó Frank sin alzar todavía la vista de sus pulgares.

—Yo no he dicho eso. Yo no he dicho nada — replicó Dave —. Eres tú el que te lo has dicho todo. Lo único que he dicho es que no me gustaba lo que has hecho con mi coche, y sigue sin gustarme. Eso, y que no tengo intenciones de volver a trabajar en esa maldita oficina. Eso es todo.• Demonios, Frank, yo no le habría hecho lo que le has hecho a mí coche al coche de mi peor enemigo.

Frank le devolvió ahora la mirada, por fin, con rostro impasible y mirada indescifrable.

—Bueno, ¿qué es lo que quieres hacer en definitiva? Yo estoy deseando hacer todo lo que creas justo. No quiero hablar de tu coche. Tú sabes lo que pienso sobre eso y lo que pienso sobre tus responsabilidades. No tiene sentido el seguir hablando de eso.

—Maldita sea, tú deberías comprenderme un poco — dijo Dave con el rostro turbado —. Yo no soy un hombre de negocios. No lo he sido nunca. No quiero serlo. Yo...;-Se detuvo con aire impotente y afligido —. Bueno, creo que si tuviera que elegir preferiría vender. No tengo el menor deseo de ser propietario del maldito negocio.

—Muy bien — dijo Frank —. ¿ Cuánto?

—Bueno, ¿no estaría bien seis mil?

—¿Crees que ése es un precio justo?

—Yo creo que sí. ¿Tú no?

—No soy yo el que estoy fijando él precio —dijo Frank.

—No quiero fastidiarte en lo más mínimo.

—Está bien — dijo Frank inescrutable —, Si crees que eso es justo, me parece bien. ¿Quieres que te envíe un cheque?

—¡ Cuernos! Lo que quiero es otro trago — dijo Dave agitadamente, y se levantó y se acercó a la mesa donde estaban las botellas de licor. Frank se limitó a mirarle estólidamente desde su butaca, sin reprochar ni aprobar estar vez. Dave se echó un buen roción —. Mira — dijo lastimeramente desde la mesa —, me importa un comino lo que hagamos. No estoy tratando de abusar de ti ni de fastidiarte en ningún sentido. He dicho seis mil porque el maldito negocio está haciendo dinero. Todo lo que trato de hacer es defender lo mío. Pero si tú crees que no es un precio justo, puedes decirlo.

—Estoy dispuesto a pagarte lo que pides — dijo Frank impasiblemente —. ¿ Quieres que te envíe un cheque hoy? Puedo mandártelo por correo cuando vuelva a la tienda o puedo enviártelo con un muchacho si lo prefieres.

—Mira — dijo Dave, volviéndose a mirarle —, ¿ qué crees tú que yo debería hacer?

Frank meneó la cabeza.

—Nunca más voy a darte consejos.

—¡ Vete al cuerno! — dijo Dave y regresó a su butaca con la bebida —. Mira, yo estoy dispuesto a hacer todo lo que sea justo. Excepto que no quiero volver a trabajar allí. Eso se acabó. Pero cualquier otro arreglo me da igual. Estoy dispuesto a venderte mi parte o a comprarte la tuya o a dejarlo todo como está. Lo que quieras. Tengo dinero para comprarte tu parte, si quieres venderla — y al decir aquello sacó su abultada cartera y se la mostró —. Di precio.

—No tengo que decir nada — repuso Frank impasible —. Todo esto ha sido idea tuya y eres tú el que tiene que decidir.

—Bueno, mira, discúlpame si te he llamado maldito fullero-dijo Dave —. Estaba furioso.

Frank no dijo nada,

—Pero, desde luego, no volveré a trabajar ahí. Eso ya se acabó.

—Perfectamente —replicó Frank —. Ya lo he comprendido.

¿Qué otra cosa quieres que haga?

—¡ Te digo que no sé qué hacer! — exclamó Dave —. No sé qué me conviene más.

Frank le miró fríamente, con expresión inescrutable.

—Muy bien. Entonces te sugiero que dejes las cosas como están hasta que sepas lo que hacer. Cuando te decidas por fin, se hará lo que quieras.

—¿Te convendrá eso?

—A mí me conviene cualquier cosa. No he sido yo el que he promovido la cuestión.

—Muy bien; entonces eso es lo que haré.

Frank se levantó de su silla. Dave volvió a disculparse por su insulto. Estólidamente, Frank se dirigió hacia la puerta.

—Adiós — dijo con frialdad.

Salió y cerró la puerta.

Después que se hubo ido, Dave lamentó no haber seguido adelante y no haber aceptado los seis mil dólares. Tendría que contarle al viejo Bama todo lo que había sucedido.

Mientras tanto, en la calle, Frank encendía un nuevo cigarro y chupaba complacido su rico humo mantecoso. Bajo su complacencia había también un sentimiento de orgullo triste pero implacable. No le importaba que le insultaran, pero Dave no debía haberle insultado. Él había sido siempre un padre para aquel muchacho, más que un padre. Desde luego, estaba claro que no iba a trabajar en la parada. De esa esperanza tenía que despedirse. Pero también era verdad que no habría podido enviarle a Dave un cheque de seis mil si el otro hubiese decidido aceptar. No tenía ahora aquel dinero. Cierto que podría haberle vendido a Dave su parte, pero el negocio de los taxis era una inversión bastante buena y no quería que se le escapase de las manos, pensó satisfecho. Pero Dave no debía haberle insultado.

¡ Demonios! Debía tener un montón de dinero en aquella cartera. Claro que podían ser billetes de uno y de cinco!

Pero también podían ser de cincuenta y de den. O de mil. Si estuviese seguro de eso, le gustaría hallar la forma de hacerle invertir algo en el asunto de la carretera.

* * *

Cuando Dave le contó a Bama lo de la disputa, después que el tahúr volvió a la ciudad, el hombre alto se limitó a sonreír. El arreglo le pareció tan bueno como cualquier otro y Dave siempre podría percibir su parte en los beneficios y conservar su participación en la sociedad, participación que iría aumentando de valor con el tiempo.

La casa que el juez les buscó por fin era un viejo caserón de dos pisos con un gran pórtico y un amplio patio trasero, y era propiedad de los señores Alberson, padres de Harold Alberson, que se trasladaban a San Petersburgo, Florida.

Dewey y Hubie se montaron con ellos y con el juez en el Packard el día que fueron a ver la casa, haciendo observaciones humorísticas sobre la decisión de los dos amigos, a los que trataban como si fueran una pareja de recién casados.

Una vez en la casa, comprobaron que necesitarían muchísimos muebles, así como empapelarla y pintarla de nuevo.

Todo se hizo en menos de una semana. Dave y Bama trajeron de Terre Haute los muebles necesarios, que compraron de segunda mano, y luego dieron una fiesta para la inauguración de la vivienda, asistiendo como invitados todos los representantes de los escalones más bajos de la ciudad. En la fiesta fue cuando Wally Dennis le dijo a Dave que Gwen estaba extrañada porque todavía no hubiera ido a visitarla.

—Tan pronto como terminemos con la instalación aquí — prometió Dave.

—Creo que debes hacerlo — insistió Wally, que había acudido a la fiesta en compañía de Dawn, la hija de Frank, ya completamente decidida a irse a Nueva York para empezar su carrera de actriz.